DE LA NORMALIDAD NORMATIVA A LA NORMALIDAD SALUDABLE

“La normalidad es un equilibrista sobre el abismo de la anormalidad.

¡Cuántas ocultas demencias contiene el orden cotidiano!“

Witold Gombrowicz[1], libro Ferdydurke

 

La verdad es que durante todo este tiempo de pandemia hemos estado tan pendientes del día a día, de la inmediatez, de lo que nos deparaba cada instante de esta terrible pesadilla de la que todas/os queremos despertar, que tan solo pensábamos en recuperar la normalidad.

Pero en todo momento se nos ha estado recordando que nada va a ser como antes. Que no vamos a poder recuperar una normalidad como la que aún recordamos y anhelamos. Que vamos a tener que adaptarnos a una normalidad con normativas, que nos marque cómo podemos/debemos comportarnos, relacionarnos, divertirnos, trabajar, estudiar, viajar… al menos durante el tiempo que nos garantice una seguridad de no retorno al pasado inmediato.

Esta normalidad, normativa, por tanto, va a determinar también la visión, misión y valores de nuestras vidas y de cómo las compartimos con el resto de la comunidad de la que formamos parte.

Pero antes de seguir, considero importante que reflexionemos sobre lo que consideramos como normal.

Se entiende como normal todo aquello que se halla en su estado natural, todo aquello que sirve como norma o regla, todo aquello que se ajusta a normas fijadas de antemano; todo aquello que es común, usual o frecuente. También se aplica a las situaciones que son estadísticamente rutinarias o muy similares a la rutina. Pero también se considera normal todo aquello que no presenta problemas de salud y/o todo aquello que no se sale de lo establecido, siendo todo ello subjetivo, porque va a depender de quien lo interprete y cómo lo interprete. Todo lo cual encaja en lo que hasta hace bien poco veníamos haciendo en nuestras vidas sin reparar en ello. Aunque la perspectiva de normalidad en relación con la salud adquiere en estos momentos una especial dimensión.

Ante esto, se me plantean dudas sobre si seremos capaces realmente de adaptarnos. De cambiar nuestros hábitos y conductas. De respetar ciertas normas. De modificar comportamientos tan ligados a la cultura y educación que nos ha modelado tanto individual como colectivamente. En definitiva, si no se deberá reformular el comportamiento humano tras la pandemia.

Pero esto, considero deberá ser analizado, estudiado y debatido conforme evolucione dicha normalidad, que me resisto a denominar como nueva, pues entiendo que no nos va a resultar posible desprendernos de todos aquellos elementos que conforman nuestra idiosincrasia particular, por mucho que se quiera normativizar.

Pero, ¿esta normalidad normativa tendrá repercusión en nuestra salud? Y también, ¿la ruptura de lo que, hasta que se inició la pandemia, considerábamos como normalidad habrá afectado a nuestra salud? (sin contar a quien se contagiase, evidentemente).

Sin duda estas interrogantes deben ser consideradas a la hora de afrontar la normalidad a la que nos debemos adaptar. No hacerlo sería obviar necesidades sentidas y demandas de la población, lo que generaría importantes consecuencias para la salud.

Empezando por la segunda interrogante, sin duda, la ruptura de lo que considerábamos nuestra normalidad, tanto personal como colectiva, va a tener consecuencias en la salud, también, individual y colectivamente hablando. El aislamiento social, el confinamiento domiciliario, la transformación de nuestra rutina, los cambios en la comunicación, la abstracción informativa, la adaptación laboral, las dinámicas familiares, la percepción del riesgo, la proximidad de la muerte… son tan solo algunos de los factores que han estado incidiendo durante todo este tiempo de confinamiento en nuestras vidas. Y aunque, inicialmente, nos pueda parecer que no van a tener consecuencias en nuestra salud, de una u otra forma inciden en el necesario equilibrio para mantener ese concepto polisémico al tiempo que unívoco en los límites de lo que establecemos como salud normal, que según la definición de Jordi Gol sería “aquella manera de vivir que es autónoma, que es solidaria y que es feliz”, alejándose de la más académica, oficial y en cierta forma normativa y algo utópica de la OMS que determina que es “el perfecto estado de bienestar físico, mental y social y no solamente la ausencia de enfermedad”. Entendiendo, por otra parte, que no a todas/os les va a influir de igual manera y que, ni tan siquiera, será percibido como tal afectación de la salud por todos.

En cuanto a la primera pregunta, la respuesta es igualmente afirmativa, pues cualquier cambio genera resistencia y la resistencia supone una alteración de aquello que veníamos contemplando como normal y como consecuencia puede alterar la salud de las personas, las familias y la comunidad en la que viven.

Pero, esa normalidad normativa de la que hablo, considero que también va a afectar a nuestra actividad profesional como enfermeras. No podemos abstraernos a la misma, porque en sí misma configura el cómo vamos a cuidar como enfermeras, el cómo vamos a interrelacionarnos como profesionales en un Sistema de Salud que también debe cambiar, para adaptarse a una realidad que de la que hace tiempo estaba alejada y en base a una normalidad caduca en la que está instalado desde hace mucho tiempo e incluso el cómo vamos a ser percibidas por una sociedad que debe asumir el cambio, pero que ha tenido oportunidad, durante la pandemia, de descubrirnos desde otra perspectiva desde la que habitualmente lo hacía.

Resulta necesario, por tanto, que las enfermeras identifiquemos claramente que vamos a tener que desarrollar nuestra actividad en un escenario incierto, que tratará de adaptarse a esa normalidad normativa en la que nos vamos a tener que instalar todas/os. Lo contrario supondría mantener una normalidad que ya no responderá a las necesidades que se generarán por efecto de la pandemia, del confinamiento, del desconfinamiento y de la adaptación a todo ello. Posiblemente más que nunca será necesaria la atención integral, integrada e integradora que trate de evitar la pérdida de información necesaria y de articular todos los recursos a nuestro alcance para que las respuestas sean capaces de restablecer el equilibrio perdido.

Pero también más que nunca será preciso alejarse del asistencialismo, el paternalismo y la técnica, para centrarnos en la atención directa a través de una escucha activa, la participación real de las personas en la toma de decisiones sobre sus procesos y en la humanización de la atención, sin que ello signifique, en ningún caso, que la técnica tenga que ser relegada, sino integrada en dicho proceso de atención. Que, por otra parte, requerirá la observación del entorno como factor determinante en la salud y la intervención igualmente participativa para transformar los entornos que hasta ahora interpretábamos como normales, en entornos saludables. Tendremos que identificar a las personas y poblaciones vulneradas por efecto de la pobreza, del hambre, de la migración, de la violencia, del acoso… olvidadas y apartadas, aún más si cabe, por efecto de la pandemia. Tendremos que recuperar la atención a la cronicidad, la soledad, la discapacidad… desde una perspectiva distinta. Porque la normalidad normativa no puede situarnos de nuevo en el lugar que abandonamos cuando se inició la pandemia, repitiendo exactamente los mismos errores.

Los cuidados profesionales enfermeros deberán, así mismo, escapar de la percepción doméstica y sin valor en que se habían normalizado, para responder, desde una perspectiva científica y del saber enfermero, a las necesidades que la normalidad normativa generará y que, requerirán cuidados profesionales enfermeros diferentes a los que, hasta entonces, teníamos establecidos, en muchos casos, como estandarizados y rutinarios.

De igual manera, las relaciones que las enfermeras teníamos establecidas como normales entre nosotras mismas, con el resto de profesionales sanitarios y con las personas a las que atendíamos, también deberán ser revisadas. La individualidad, el personalismo y el protagonismo que hasta ahora imperaban como normales en la interrelación profesional generando actitudes corporativas, jerárquicas o posesivas, precisarán ser modificadas por otras que abandonen una rígida y encorsetada disciplinariedad para situarse en la aportación profesional diversa, que se desarrolles desde la horizontalidad de las relaciones a través de flujos permanentes de información en todos los sentidos y que se descarten las interpretaciones posesivas de unas/os sobre otras/os en base a percepciones caducas de subsidiaridad. Porque la normalidad normativa requerirá de estas nuevas actitudes si queremos que las respuestas de equipo sean eficaces y eficientes.

Por último, las organizaciones que componen el Sistema Sanitario también deberán abandonar su percepción de muralla inexpugnable de resistencia ante la comunidad. Las/os profesionales deberán salir de sus nichos ecológicos de trabajo o zonas de confort, desde donde, como si de atalayas se tratasen, dominaban el escenario en el que, contemplaban a la sociedad como un tablero de ajedrez, en el que movían a las personas como si fuesen las fichas del juego, determinando en todo momento los movimientos, las acciones e incluso la muerte de estas, sin que las mismas pudiesen hacer nada más que llevar a cabo los movimientos que la normalidad de dichas/os profesionales habían determinado.

La normalidad normativa requerirá, por tanto, de un juego mucho más dinámico y en el que los jugadores ya no serán tan solo las/os profesionales sino todas/os aquellas/os que se mueven en ese nuevo escenario, requiriendo para ello, consenso para tomar las decisiones tanto en los lances del juego como en su resolución. Y, en el que las normas, ya no serán inmutables, sino que se deberán adaptar a los cambios sociales, económicos, políticos… que serán parte del entorno en el que se lleve a cabo el juego. Todo lo cual deberá generar una ciudadanía más comprometida con su salud, más responsable con su promoción y mantenimiento, menos dependiente del sistema, más autónoma y más satisfactoria.

De cómo la norma regule, encorsete, paralice o inmovilice la normalidad, dependerá también la adaptación de la población para que conviva en ella sin querer transgredirla permanentemente ni respetarla, exclusivamente, por estar obsesivamente vigilada y amenazada de sanción.

Tenemos que ser capaces de hacer de la distancia proximidad, del gesto abrazo, de la mirada complicidad, de la palabra solidaridad, de la actitud compromiso, de la acción responsabilidad, para lograr recuperar aquello que, ahora, tanto echamos en falta y que cuando lo teníamos tan poco supimos valorar.

Entiendo que debemos construir entre todas/os una normalidad en la que las normas las marquemos colectivamente, para que seamos capaces de mantener la salud desde el respeto, la libertad, la solidaridad y la equidad, propiciando contextos en los que poder recuperar gran parte de las costumbres, tradiciones, valores y creencias que nos definen como comunidad. Lo contrario supondría una desnaturalización progresiva de nuestras relaciones que nos conducirían a la permanente inestabilidad, con los riesgos que la misma genera.

Entender que cierta recuperación de la libertad perdida por la pandemia supone la incorporación a la normalidad que aún guardamos en nuestra memoria nos trasladaría a una fase inicial, de la situación terrible por la que estamos atravesando. No se trata tanto de comportamientos ejemplares, sino de actitudes positivas que nos conduzcan a caminar de la mano de la, al menos durante un tiempo, normalidad normativa, para llegar a alcanzar una normalidad saludable.

[1] Novelista y dramaturgo polaco (1904 – 1969)