Ayer hablaba de normalidad normativa, al reflexionar sobre la realidad que tenemos que configurar entre todas/os tras esta pandemia que nos ha afectado de manera tan terrible.
Comentaba que esa realidad que deseamos de normalidad, sea esta la que sea, la debemos construir desde la solidaridad, la participación activa, la libertad, el respeto, el consenso… en la que también tenga cabida la crítica constructiva, leal y sincera.
Sin embargo, cuando aún tan solo se están planteando las normas de esa normalidad, nada de lo anterior se tiene en consideración. La solidaridad se transforma en individualismo, la participación activa en unilateralidad, la libertad en restricciones, el respeto en desprecio, el consenso en discrepancias… y se traslada a través de un discurso mezquino, falaz, demagógico, destructivo, corrosivo, rencoroso, descalificador, autocomplaciente, sin rigor… por parte de quienes, en teoría, deberían ser quienes sienten las bases de esa realidad. La población que mantiene ese ejemplar confinamiento, mientras tanto, contempla perpleja el bochornoso espectáculo del parlamento convertido en un circo romano en el que se lleva a cabo una lucha a muerte entre gladiadores para ver quien salva el pellejo hasta la próxima función.
Da lo mismo que el país se está hundiendo, que haya casi 28.000 muertes, que el número de contagiados sea escandaloso, que las/os profesionales sanitarias/os estén pagando con su salud y su vida el afrontamiento de esta pandemia, que mucha gente esté dando lo mejor de sí para ayudar a quien lo necesita… porque nada de esto, realmente, les interesa. Tan solo la posibilidad de herir, de tener su minuto de gloria, de anteponer su idea, aunque sea a costa de todo lo comentado, de despreciar el bien común en favor del bien individual o de partido… son los intereses que los llevan a vociferar, insultar y mentir para lucirse ante quienes les apoyan y aplauden, no por lo que dicen, sino porque así se les indica. Patético, realmente indignante que tengamos que asistir a un espectáculo tan bochornoso como prescindible en una cámara de diputados casi desierta, por exigencias sanitarias, pero igual de mediocre que cuando, extrañamente, estaba llena.
Tras estas escenas tan ilustrativas de la voluntad política que trasladan, por sacar a este país adelante de una crisis sin precedentes, querrán que la población siga comportándose con esa ejemplaridad que agradecen y resaltan desde la hipocresía y el cinismo, aunque sea de manera controlada y vigilada. Querrán que no existan comportamientos de rechazo exacerbado, de discusiones acaloradas, de insultos hacia aquellas/os que tratan de mantener un orden necesario, de rechazo hacia quien tan solo va a su casa para descansar un poco tras horas interminables en el hospital o el centro de salud por entender que es un foco de contagio, de posicionamientos encontrados ante las normas que se dictan y ver los mensajes que les llegan desde esa cámara de representantes de no se sabe qué o quién… es decir, todo muy constructivo.
No pretendo que el Congreso se convierta en un recinto donde esté ausente el análisis, el debate y la crítica, en absoluto. No entendería una cámara en la que no se controlase a quien tiene la capacidad de decisión, dándole carta blanca para que hiciese lo que quisiese. Rechazaría la complacencia sin oposición y sin planteamientos alternativos. No concebiría la renuncia a las ideas, sean las que sean.
Es realmente doloroso ver como se guarda un minuto de silencio por las víctimas de la pandemia y que concluido el mismo se emprenda una carrera por ver quien los utiliza de la manera más rentista para sus intereses particulares, con un absoluto desprecio hacia su memoria y al dolor de sus familiares y amigos. Es indignante que se esgriman argumentos falsos, manipulados, engañosos, alarmantes, con el único objetivo de derribar al enemigo. Es deplorable que se tenga tan poca memoria al utilizar datos contra el adversario que son, en muchas ocasiones, consecuencia de gestiones realizadas con anterioridad por quien las esgrime o por el partido a quien representa. Resulta bochornoso comprobar como se construyen discursos huecos de contenido propositivo y llenos de odio y desprecio al enemigo político. Asusta comprobar como nada hay más lejano e imposible de conseguir que un pacto por la nación, la patria, el pueblo, el estado… o como quieran llamar a este país desde sus planteamientos ideológicos y alejados del compromiso social con el mismo. Porque el pacto lo convierten en una especie de parto distócico y de alto riesgo que nadie quiere afrontar, con el peligro de muerte que conlleva desentenderse del mismo.
Mientras tanto las Comunidades Autónomas juegan su estrategia particular al margen de la realidad y necesidad común, situándose en el mismo nivel de insolidaridad y generosidad que los representantes nacionales. Es tanto como, sálvese quien pueda desde el egoísmo político de a mi nadie me tiene que decir que es lo que tengo que hacer y pretendiendo imponer sus criterios particulares como si de transferencias políticas se tratase, sin caer en la cuenta o despreciando, la realidad de la pandemia que no conoce de territorios, fronteras o ideologías.
Han intentado hacernos ver que la pandemia es una guerra que estamos librando, cuando realmente es una epidemia masiva, letal e incontrolada. La guerra, realmente está instalada en esa arena política manchada por la infamia, el descrédito, el egocentrismo, la hipocresía, la mentira, la descalificación, el insulto, en la que se lidia una batalla fratricida que divide, resquebraja, enfrenta, separa… a la sociedad que dicen representar.
Cada nuevo repunte de muertes, contagios o ingresos es utilizado como arma política, en lugar de argumento para la cohesión y el consenso. La incertidumbre es usada como excusa para el ataque transformándola en incompetencia. El error se convierte en ariete para abrir brechas por las que invadir la seguridad del adversario. Los aciertos son identificados como simples consecuencias casuales y no causales de las intervenciones llevadas a cabo. Las propuestas se descalifican por principio. Las manifestaciones se analizan con lupa para que se conviertan en munición contra quien las realiza. La prudencia se convierte en acusaciones de mentira y ocultación de la verdad. El diálogo se transforma en una perversión de la comunicación desde el que descalificar.
En un momento en el que la recuperación de una cierta normalidad requiere de toda nuestra atención, compromiso, implicación y sobre todo generosidad y humildad – no confundir con candidez y subsidiariedad- quienes tienen la responsabilidad de planificar y llevar a cabo las estrategias que permitan afrontar con la mayor eficacia y la mejor eficiencia posibles, la pandemia, se distraen en luchar por conseguir mantener o recuperar un poder que no les corresponde, porque tan solo lo tienen prestado por voluntad popular para que actúen en su nombre y no en su contra.
Pero el COVID-19, del que tantas cosas se desconocen, parece ser que también tiene la capacidad de contagiar esta mediocridad política y hacerla extensible a otros países e incluso a otras organizaciones supranacionales como la comunidad europea.
Determinados dirigentes, desde su egocentrismo e ignorancia, disfrazada de ironía, desprecian a la ciencia y a quienes la poseen, poniendo en peligro a naciones enteras. Otras/os, se posicionan en contra de ayudas para quienes las necesitan, en un comportamiento egoísta y usurero, bloqueando la posibilidad de acuerdos que permitan sacar del pozo a quienes dicen son sus socios.
Y en base a esa realidad es sobre la que, hipotéticamente, se quiere construir lo que han venido en llamar eufemísticamente nueva normalidad. Porque ni puede ser nueva con planteamientos tan caducos como reaccionarios, ni puede hablarse de normalidad cuando precisamente lo que se está llevando a cabo es una ruptura absoluta de lo que debería ser norma de comportamiento, convivencia y solidaridad, para convertirse en puro revanchismo político.
A la población, mientras tanto, se le sigue utilizando con mensajes que tan solo pretenden captar su voto, para posteriormente jugar con ellos en beneficio propio. En esta pandemia convertida en guerra política, han situado, en todo momento, a la población durante el confinamiento necesario y útil, en figurados refugios antiaéreos o en trincheras desde las que tan solo tuviesen opción de asistir, con comportamiento ejemplar, al fuego cruzado de acusaciones y reproches que provocaban quienes tienen la misión de resolver la situación provocada por el COVID-19. De nuevo la población queda cautiva por la clase política impidiendo su participación activa para ser parte de la solución y no, tan solo, receptora de las medidas, que se determinan y lanzan, en forma de ataques sorpresivos por parte de los frentes de batalla del Congreso. Porque se hubiesen podido mantener las mismas medidas de seguridad y protección con personas que participasen desde Atención Primaria, tal como se propuso, en acciones de intervención comunitaria para favorecer la información, disminuir la ansiedad, minimizar la incertidumbre y contener la pandemia. Pero se prefirió, en aras de una seguridad que no se daba ni a las/os profesionales, que la población siguiese cumpliendo las órdenes de confinamiento y silencio del mando único.
En esa denominada nueva normalidad, no debería caber, ya no, tanta incompetencia y mediocridad política, sea del signo que sea, si lo que pretendemos realmente es construir una sociedad que incorpore o recupere valores que le permitan vivir, pero también convivir. La política, no puede continuar siendo un vulgar espectáculo de lucha en el barro o de lucha libre, en las que la espectacularidad de los combates son, realmente, un engaño para entretener, pero nunca para solucionar lo que realmente importa e interesa.
Pero lo que posiblemente no se han parado a pensar, algo que realmente hacen con muy poca frecuencia, es que todo esto que en teoría hacen para proteger a la población de los ataques del virus, lo que va a provocar es, unas consecuencias para la salud que, aunque ahora mismo son difíciles de pronosticar, van repercutir de manera directa e indirecta en las personas, las familias y la comunidad, en un momento en el que, más que nunca, se tendría que estar trabajando de manera conjunta en la generación de nuevos espacios saludables en los que poder rediseñar la realidad de convivencia. Pensando en cómo remodelar también un Sistema Sanitario que precisa de un cambio de paradigma que permita dar respuestas eficaces y que sean, al mismo tiempo, eficientes. Permitiendo y facilitando que las/os profesionales sean las/os verdaderas/os protagonistas de dicho cambio y no tan solo las piezas con las que, nuevamente, jugar políticamente sin que se resuelvan los graves problemas, no tan solo estructurales sino de organización y de planteamiento, por los que atraviesa un Sistema caduco y poco resolutivo por mucho que quieran vendérnoslo, de manera políticamente interesada y oportunista, como excelente, mientras se recorta, se raciona, se privatiza y se maltrata a las/os profesionales.
Pero, para ello haría falta que también la clase política fuese confinada para intentar desprenderse del contagio que padecen y que les impide llevar a cabo aquello que de ellas/os se espera y desea. Tan solo cuando fuesen capaces de generar los anticuerpos que les protegiesen de la mediocridad, el arribismo, la prepotencia, el egocentrismo, la falsedad, la hipocresía… debería poderse iniciar una desescalada por fases que les permitiese salir del confinamiento gradualmente, asegurando a las/os ciudadanos/os que no vamos a tener peligro de padecer sus males.
Pero mucho me temo que esto no va a ser posible y que seguiremos asistiendo atónitos a este juego de tronos en sucesivos e interminables capítulos y temporadas, dado el éxito de audiencia que siguen teniendo.
Continuará…