Diariamente, desde que comenzó esta pandemia, responsables de diferentes ministerios informan puntualmente de la evolución de la misma en comparecencias que son transmitidas en directo a través de los medios de comunicación.
Sus caras, sus voces, sus cargos ya nos resultan familiares y aguardamos con interés los datos que aportan con la esperanza de que nos informen de una recuperación que a todos se nos antoja demasiado larga por mucho que entendamos que es necesaria.
Fuerzas armadas, cuerpos y seguridad del estado, ministras y ministros de diferentes carteras, el ministro de sanidad, al que atropelló esta crisis nada más tomar posesión, teniendo que hacer un curso acelerado desde su posición de partida como filósofo, y el popular Dr. Simón, imagen icónica ya de la crisis, hasta que también a él le afectase el COVID-19 y tuviese que quedarse en casa como tantas veces solicitaba para la ciudadanía desde el atril del Ministerio de Sanidad.
Por su parte las/os profesionales de la salud, comparecen desde el principio al frente de los diferentes centros sanitarios para luchar en primera línea contra el virus y sus consecuencias.
Es importante destacar que, en ese afrontamiento profesional, el aspecto clínico tiene una trascendencia que no es objeto de duda. Nos lo recuerdan permanentemente, tanto a través de los mensajes en los que nos detallan las intervenciones que se llevan a cabo, fundamentalmente en los hospitales, como por la reiterada información sobre la importancia de respiradores y otro tipo de tecnologías aplicadas a la curación de las/os contagiadas/os, sin olvidar las famosas EPI tan necesarias como escasas. Sin embargo, parece como que el cuidado no tuviese, como tantas otras veces, importancia en este proceso de atención y recuperación. Como si fuese el tanto por ciento de regalo que se anuncia en determinados productos (champús, detergentes, caldos, cafés…) pero que no tiene valor por sí mismo ya que lo que realmente vende es la marca y no tanto lo que se regala, ya que eso está de más, va en el lote.
Esta, entre otras muchas que desde luego escapan al espacio y oportunidad de esta reflexión, puede ser la causa principal de que no comparezca nunca ninguna enfermera como referente profesional de los cuidados en esta lucha por vencer la pandemia.
Ahora que el Reino Unido, finalmente y a pesar de su primer ministro Boris Johnson, ha sido consciente del riesgo de la pandemia, se han iniciado las comparecencias públicas de referentes de la salud del National Health Service (NHS) para informar a la población sobre la pandemia. Entre dichas comparecencias, realizadas desde Downing Street (residencia del primer ministro británico), destaco la realizada por la Enfermera en Jefe del Reino Unido, como referente de los cuidados enfermeros en el abordaje del COVID-19. Parece que en el país del brexit el cuidado no es un porcentaje de regalo de la atención que se presta a la población, sino que tiene importancia y valor por sí mismo.
Ya he comentado en varias entradas de días anteriores en este mismo blog, el hecho de que nuestro sistema de salud es asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista. Pero lo que todavía no había apuntado es que, además, tiene un desprecio absoluto hacia los cuidados y quienes los prestan, es decir, las enfermeras.
Los cuidados, en el cacareado como uno de los mejores servicios de salud del mundo, no están institucionalizados. Es decir, no son relevantes, ni se identifican con un valor propio del sistema. Forman parte del porcentaje de regalo que ofrece la asistencia médica, como si fuese un producto intermedio del mismo. Ni que decir tiene, que las enfermeras arrastran idéntica valoración, lo que acaba por influir tanto en la importancia que les otorga el sistema como la que se transmite fuera de él. Aunque en este sentido hay que decir que la población si que reconoce dichos cuidados y a las enfermeras que los prestan dada la valoración que de ellos hacen en las encuestas y cuyos resultados normalmente quedan ocultos en esa asistencia médica o en el propio sistema que son quienes, finalmente, se asignan el éxito.
Y, claro está, la situación derivada del contagio masivo por parte del COVID-19 no ha modificado ni un ápice esa imagen y ese reconocimiento como referentes de los cuidados.
Que a nadie le quepa duda que los cuidados enfermeros, que diariamente, minuto a minuto, están prestando las enfermeras en centros de salud, en hospitales, en residencias de mayores… contribuyen tanto o más que lo que hace un respirador, una canalización venosa, una intubación o cualquier otra técnica. La falta de aire que provoca el virus es proporcional al miedo, la incertidumbre, la ansiedad, el temor, el aislamiento, la soledad que se genera ante la sospecha de contagio, ante el aislamiento en una residencia o en el domicilio, ante la hospitalización o durante la misma, ante la ausencia de los familiares… necesitando, en cualquiera de los casos, de los cuidados que faciliten un afrontamiento efectivo que repercuta de manera directa en la recuperación que le proporciona el aire que le suministra un respirador, o en la posibilidad de morir con dignidad. Sin embargo, esos cuidados, se desvanecen, desaparecen sin dejar rastro de su aportación y sin tener la posibilidad de incorporarse como parte de los datos que aportan esas figuras referentes a las que me refería al principio y que todo lo más nos nombrarán como personal sanitario o personal médico.
Empezamos porque en nuestro país, con ese sistema sanitario excelente, no cuenta con una figura referente, líder, de los cuidados, no ya en el gobierno de la nación, sino ni tan siquiera en el afamado sistema de salud que, además, pone barreras al acceso de enfermeras en puestos de responsabilidad y toma de decisiones, lo que viene a demostrar el valor que a los cuidados dan nuestros gestores y dirigentes políticos, influenciados por las presiones de determinados poderes corporativistas, en lugar de hacerlo por razones de eficacia y eficiencia.
Y claro esto hace que a la hora de confeccionar la comisión de crisis no se pueda contar con referentes de esa entidad. Se incorpora por compromiso a una enfermera que queda oculta en la trastienda de la citada comisión. Sin voz, sin imagen, sin reconocimiento, tan solo como un compromiso que hay que cubrir, a pesar de la segura y magnífica aportación que llevará a cabo.
Así las cosas, resulta muy difícil que las enfermeras podamos tener visibilidad y ser reconocidas por nuestra aportación autónoma y lo seamos, tan solo, como personal auxiliar o subsidiario que es como se nos identifica también por parte de muchos medios de comunicación.
Recientemente, el actor Tristán Ulloa, tras superar lo más duro de su contagio expresaba el reconocimiento hacia todas/os las/os profesionales que le habían atendido durante la hospitalización y decía “a la enfermera Lydia que me vio en lo más profundo del pozo y de la que nunca me faltaron palabras amables y reconfortantes”, es decir esos cuidados a los que antes me refería y sin los que difícilmente el respirador hubiese podido sacar del pozo a Tristán Ulloa. Pero este reconocimiento personal se traduce posteriormente por parte de los medios de comunicación con el siguiente titular «El actor ha publicado un vídeo en su cuenta de Instagram en el que se emociona al explicar que vuelve a casa y agradece al equipo médico…”. Una vez más, los cuidados y quien los presta ocultos y fagocitados.
No sirve que luego nos quieran recompensar con epítetos, como expresiones en las que se emiten juicios con los que calificar aquello que no identifican, que no es otra cosa que los cuidados. Heroínas, supermujeres, ángeles… todos ellos tan alejados de la realidad como rechazados por quienes son receptoras de los mismos. Es, permítaseme la comparación, como el piropo que trata de ser una gracia o reconocimiento hacia la mujer, cuando realmente es un ataque a su dignidad.
Menos cómics, personajes de cine, analogías religiosas y poderes y más, enfermeras y cuidados, que es realmente lo que somos y lo que aportamos, que finalmente, cierto, puede considerarse como nuestro verdadero poder. Pero se trata de un poder alejado de la fantasía y próximo a una realidad que lo necesita y demanda.
No me cabe duda alguna que, si hubiese existido una enfermera líder y referente en esta situación de crisis, algunos de los problemas que se han presentado y que siguen presentes hubiesen sido afrontados y, posiblemente resueltos, de forma muy diferente y casi con absoluta seguridad más eficaz y eficiente. Pero esto, lamentablemente, ya no lo podremos saber para esta contingencia. Cabe la posibilidad y la necesidad que a corto plazo se rectifique el error que se ha perpetuado a lo largo del tiempo y que se identifique la importancia de tener líderes enfermeras en los máximos puestos de responsabilidad y toma de decisiones, tanto a nivel nacional como autonómico, tal como recomiendan constantemente las principales organizaciones internacionales y que con idéntica reiteración son ignoradas por nuestros decisores.
Es triste, pero si comparamos las comparecencias de España y Reino Unido podremos identificar bastantes diferencias. Esas diferencias son, finalmente, las que determinan resultados de mayor calidad, eficacia y eficiencia.
Mientras nuestros gobernantes continúen pensando que contratar más enfermeras y dotarles de capacidad de decisión y liderazgo, es un coste en lugar de una inversión que disminuye la morbi-mortalidad, incrementa la satisfacción de la población, aumenta la calidad de la atención y contribuye a la mejora del sistema de salud en su conjunto, los problemas persistirán más allá de los discursos autocomplacientes sobre las bondades de nuestro sistema.
Seguir ignorando y ocultando a las enfermeras y a los cuidados es, realmente, una nefasta decisión. Tomen nota y aprecien las diferencias.