Hoy es el Día Mundial de la Salud. Ya sabemos que el calendario se ha llenado de celebraciones, más o menos oportunas o significativas todo hay que decirlo, que nos recuerdan efemérides o acontecimientos no siempre alegres y con la esperanza puesta en que dejen su hueco a otra celebración (violencia de cualquier tipo, hambre, acoso… aunque sea en contra de).
En cualquier caso, hoy si que es uno de esos días digno de ser celebrado y que permanezca en el calendario de manera permanente.
La Salud. Derecho humano fundamental y universal, aunque haya quien se empeñe permanentemente en vulnerarlo o impedir su acceso. Bien preciado y no siempre valorado. Estado que va más allá de la enfermedad. Activo fundamental. Motor de vida. Equilibrio vital… y tantas y tantas otras formas de ser identificada, definida, valorada, sentida o construida.
Hoy, puede parecer una paradoja e incluso un poco siniestro el que se celebre tal día en medio de una situación sanitaria tan triste como dramática. Incluso alguien podría haber pensado en la oportunidad de trasladar su celebración a otra fecha en la que la pandemia ya tan solo fuese un mal recuerdo. Sin embargo yo creo, que es muy recomendable y, permítanme, saludable, el que celebremos el día mundial de la salud, incluso, o con más sentido y fuerza aún, en estas condiciones de alarma.
Porque es precisamente en situaciones de crisis cuando posiblemente nos demos cuenta de la importancia de este bien que encierra la esencia misma de la vida. Una vez más el refranero español nos sitúa en una realidad que no siempre somos capaces de ver y valorar, cuando dice: tan solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Y, desde luego, tenemos la tormenta encima y el aguacero, los rayos y truenos en forma de coronavirus invisibles, pero extremadamente tóxicos, nos mantienen en casa resguardados para no sufrir el contagio y la enfermedad porque no hay paraguas, todavía, que permitan evitarlo.
Pero la salud, incluso en estas circunstancias, trasciende a la enfermedad. Va mucho más allá. Es todo y no es nada. Es invisible pero perceptible, Es tan deseada como maltratada. No tiene precio y sin embargo hay quien la hace muy cara. Es un derecho que se vulnera permanentemente. Es de libre acceso, pero dejamos que otros la controlen por nosotros. Se desea, pero no se promociona. Es individual y colectiva. Es parcial y absoluta. Es de todos y no es de nadie…
Todo lo cual hace que sea un término tan polisémico como difícil de definir y aceptar. Porque no es la ausencia de enfermedad, pero tampoco es el perfecto estado de bienestar, como promulga la OMS.
Porque la Salud a pesar de lo que muchas/os siguen opinando y difundiendo no es propiedad de la Sanidad, ni tan siquiera sinónimo de esta. La Sanidad la acapara, maneja y manipula, convirtiéndola en reclamo de su producción exclusiva, aún sabiendo que no dispone de la patente ni del copy right.
Pero tampoco es exclusividad de ningún profesional, aunque se empeñen en reclamarla unos y en despreciarla otros. Y aquí se puede debatir sobre si es apropiado o no que se defina genéricamente, a quienes trabajan en sanidad, como profesionales de la salud o no. Porque el hecho de trabajar en la sanidad, como ya hemos visto, no otorga exclusividad de trabajador o profesional de la salud. De igual modo cabe plantearse si en las universidades la denominación de ciencias de la salud supone que tan solo son capaces de generar y transmitir conocimiento sobre o para la salud desde dichos centros o disciplinas. Sin embargo, cuando denominamos a los centros de Atención Primaria como centros de salud, no se está reclamando su exclusividad ya que lo que se dice es que dichos centros, al menos en teoría lo son de salud y no de la Salud de manera absoluta.
Es decir, cabe preguntarse si un gimnasio, una tienda de comestibles, un circo o un teatro, por ejemplo, no pueden o no son también centros de salud, que no de la salud. Y si el preparador físico, la tendera, el payaso o las actrices, por ejemplo, no podrían ser consideradas también profesionales de salud, que no de la salud.
Con lo cual llegamos al punto en que, como decía, la salud es de todos y no es de nadie. Porque todas/os somos potenciales generadores de salud, al igual que lo pueden ser los recursos que en la comunidad existen y están al servicio de la población y a su vez, responsables de su promoción y mantenimiento.
La Sanidad y sus profesionales han tenido la habilidad o la mezquindad, según se quiera ver, analizar o sentenciar, de usurpar en exclusiva el término salud y lo que el mismo significa, de tal manera que tan solo en ese ámbito y esos profesionales fuesen identificados como los únicos y exclusivos valedores de la salud. Lo que ha significado durante muchos años, demasiados, que la gran mayoría de la población tan solo pudiesen decidir sobre su salud deseando tenerla si no les tocaba el gordo de la lotería de Navidad. Para todo lo demás los profesionales sanitarios, se encargaron de trasladar que la única autoridad competente en salud eran ellas/os y que todas/os las/os demás, tan solo tenían opción de obedecer las órdenes que se les dictasen, o desobedecerlas con el consiguiente riesgo de ser reprendidos por la citada autoridad.
Además, la autoridad competente en salud determinó que lo importante era asistir a la enfermedad y hacerlo fundamentalmente en el hospital que convirtieron en sus cuarteles, donde las normas estrictas de convivencia y estancia debían ser escrupulosamente seguidas para beneficio, no de quienes en él se instalaban, sino de quienes en él trabajaban.
La Salud, por lo tanto, fue presa de quienes la identificaron como un intercambio con la enfermedad de tal manera que se convirtiesen en verdaderos magos al restablecer el equilibrio perdido, aunque para ello tuviesen que anular la voluntad de quien la había perdido. Lo cual no les aleja demasiado de cualquier chamán o brujo, siempre desde una perspectiva meramente descriptiva que no científica.
Y no conformes con el secuestro, algunos utilizaron la extorsión, mercantilizando su retención para beneficio propio, aunque ello supusiese la pérdida de acceso en igualdad de condiciones a una atención universal que les acercase al bien preciado que es la salud.
En este panorama, está también la Atención Primaria de Salud, como veíamos antes, que lucha por lograr que la salud sea compromiso y responsabilidad no tan solo de las/os profesionales sino también de la ciudadanía y, por tanto, la autonomía, la Educación para la Salud, la promoción de la salud, la participación comunitaria… se conviertan en estrategias colaborativas y consensuadas en las que se respete la toma de decisiones para alcanzar la salud con la que cada cual logre una manera de vivir autónoma, solidaria y satisfactoria, tal como la definió Jordi Gol en el X Congrès de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana, celebrado en Perpignan en 1976. Pero la influencia del hospital y el deseo de mantener presa a la salud, debilitó la ilusión inicial de este planteamiento que, progresivamente, fue contagiándose de la enfermedad como contrapunto a la salud que emanaba de la declaración de Alma Ata de 1978 pretendiendo que, finalmente, fuese de todos (Salud Para todos en el año 2000), quedando en una filosofía que no logró superar el pragmatismo impuesto por el asistencialismo, la medicalización y el hospitalcentrismo.
Así pues, nos encontramos en un momento en el que, por una parte, el virus denominado COVID-19, ha puesto en jaque no tan solo a la sanidad sino a las/os propias/os profesionales sanitarios y, por otra, la salud que trata de abrirse paso entre tanto desconcierto para restablecer el equilibrio.
A lo mejor, tras la pandemia, nos empezamos a plantear que la salud es tan importante y valiosa, como se está pudiendo comprobar, y que no puede continuar estando presa de nadie. La salud debe permanecer libre para que sea accesible a todas/os a través, no tan solo de la sanidad, sino de la justicia, la educación, las infraestructuras, el medio ambiente… de los recursos comunitarios (gimnasios, parques, lugares de ocio, bibliotecas…), de cualquier persona que actúe como agente de salud y no tan solo como profesional sanitario y, por supuesto, también de los profesionales sanitarios en su conjunto y de manera colaborativa y nunca desde el protagonismo corporativista de ninguno de ellos.
Hoy deberíamos celebrar que la salud merece ser respetada y compartida como la mejor manera que tenemos, para avanzar hacia entornos saludables que permitan la salutogénesis y el disfrute de los activos de salud, entre los que, sin duda, están los hospitales, los centros de salud y los profesionales sanitarios.
En este día tan especial, dadas las circunstancias, no me quiero despedir sin antes agradecer a todas/os las/os profesionales sanitarios su implicación y entrega en esta situación tan compleja y que tanto riesgo comporta. Porque sin duda, en estos momentos ellas/os son agentes fundamentales para que la salud supere a la enfermedad y todas/os podamos disfrutarla, de una u otra forma cuanto antes.
Y un recuerdo muy especial para tantas y tantas enfermeras que en todo el mundo contribuyen con sus cuidados a que la población pueda acceder a la salud, hacerla suya de manera autónoma y disfrutar de ella. Porque hoy, día mundial de la salud, la OMS lo ha dedicado a las enfermeras y las matronas. Va por ellas.