Uno no deja de sorprenderse de lo que da de sí esta pandemia.
No porque su trascendencia no sea, por si sola, generadora de información constante y noticias en torno a la misma, sino por lo que genera por parte, sobre todo, de periodistas, políticas/os y pseudoexpertas/os transformados en tertulianos para llenar los espacios de exclusividad informativa sobre el COVID-19 en que se han convertido todos los programas y espacios de los medios de comunicación.
Como ya he comentado en alguna otra ocasión, parece como si ya no existiesen más noticias, acontecimientos, sucesos… de los que merezca la pena informar.
Hoy, sin ir más lejos, en una entrevista que le estaban haciendo al ministro Marlasca en la cadena SER, antes de despedirse, él mismo, ha solicitado poder decir algo que no tenía que ver sobre la pandemia y que no era otra cosa que anunciar que otra mujer, ya no recordamos el número de víctimas porque ha sido sustituida su importancia numérica y acumulativa por las ocasionadas por el COVID-19, había sido asesinada por su pareja en un nuevo acto de violencia de género. Ya no es noticia la violencia de género, tiene que solicitar un ministro poder informar sobre ello. Lo que no deja de ser curioso, porque siempre han sido las/os políticas/os las/os que dicen enterarse de las noticias que les atañen por la prensa. En este caso se giró la tortilla, siendo la periodista la que se enteró de la noticia por parte del político. Curioso lo que llega a provocar este virus.
La cuestión es que no sé si esto se producirá porque ahora no hay posibilidad de dejarse ver haciendo minutos de silencio o es que se ha establecido una escala oculta que mida la importancia que tienen el dolor, el sufrimiento y la muerte. Que, a todas luces, parece que supera, con creces, el coronavirus. Pero no tan solo la violencia de género, ya no es noticia tampoco la migración, la pobreza, la soledad, la salud… si no se relacionan con la pandemia claro. Todo queda oculto o bañado en coronavirus. No hay más.
Pero más allá de estas lagunas, que parecen desiertos informativos, existen otras muchas cuestiones que transforman, enmascaran, deforman, estereotipan, marginan, ocultan… la información que sobre la pandemia y sus “actores”, sean protagonistas o secundarios, se emite por las diferentes emisoras, canales, diarios o por internet, sin entrar en la que inunda las redes sociales y que merecen capítulo aparte.
Si algo está dejando esta pandemia, aparte de otras muchas cosas, es, como ya hemos dicho, dolor, sufrimiento y muerte.
Dolor, sufrimiento y muerte que no conocen de profesiones, sexo, religión, raza, condición sexual, pensamiento… aunque tenga predilección por algunos colectivos de edad, condición social y económica, fragilidad o vulnerabilidad, con quienes tiende a cebarse.
Sin embargo, diariamente tenemos que oír o ver como desde los diferentes medios de comunicación hacen su particular y anacrónica priorización en cuanto a quienes sufren por efecto de la enfermedad, al establecer clasificaciones que si bien pueden no ser intencionadas son intencionales, con el fin de crear una determinada atmósfera o escenario concreto en los que la noticia encaje de manera más llamativa para obtener mejor audiencia.
Son muchos los ejemplos que podrían citarse, pero no es esa la cuestión. Sin embargo, sí que quisiera detenerme en aquello que diariamente se produce en torno a los/as nuevos héroes/heroínas sociales, es decir, las/os profesionales de la sanidad.
Es cierto que la pandemia ha logrado visibilizar como profesionales sanitarios a quienes siempre han permanecido fuera de las ondas, tras las cámaras o en las rotativas, sin llegar a poder oírse, verse o leerse, es decir, a todas/os aquellas/os profesionales sanitarias/os que no son médicas/os. Enfermeras, fisioterapeutas, matronas, auxiliares, celadores, trabajadoras sociales… constituían la “comparsa” de quienes son identificados como únicos y exclusivos protagonistas de la sanidad, las/os médicas/os[1]. El resto, todo lo más era incorporado como parte de los equipos médicos. Sin que nadie, salvo quienes dicen informar, intervengan en este sentido.
Así pues, la pandemia supuso una extraordinaria respuesta por parte de las/os profesionales, más allá de cualquier protagonismo corporativo de ninguno de ellos, volcándose, desde el minuto uno, a dar lo mejor que cada cual podía ofrecer con el fin de atender a la ingente cantidad de personas que acudían a los centros y servicios sanitarios.
Los medios, ante la reacción espontánea de agradecimiento hacia todas/os ellas/os, empezó a modular su discurso y a hablar de profesionales sanitarios. Pero es tanta la inercia y son tan abundantes los tópicos y estereotipos que las/os periodistas se han encargado de replicar permanentemente, que en cuanto se descuidan o relajan, aflora de nuevo el discurso que tan interiorizado tienen y que supone una constante invisibilización o fagocitación de la imagen o del trabajo de otras/os profesionales que no sean médicas/os.
Y eso, también provoca dolor y sufrimiento a quienes no ven reconocido ni valorado su trabajo. Evidentemente es un dolor y sufrimiento completamente diferente al que ocasiona el contacto directo con la enfermedad y la muerte, pero no por ello deja de incorporar elementos de distorsión emocional en quienes perciben el desprecio sistemático con el que se les trata informativamente. Y es que no hay mayor desprecio que no tener aprecio.
Por su parte, hablando de muerte, hoy en el informativo de máxima audiencia, de una cadena nacional de televisión, hablaban que el contagio de las/os profesionales sanitarias/os superaba ya la cifra de 25.000 sanitarios. Y que de ellos, habían muerto 29 médicos y otro número importante de sanitarios. Es decir, la muerte, también conoce de categorías profesionales y de reconocimiento, e incluso de cantidades, como si la muerte pudiese valorarse también al peso. Como si la muerte de un/a médico/a, fuese más importante, tuviese más valor o significase mayor pérdida que la de cualquier otro profesional que ni se identifica ni filia.
Esta perspectiva determina claramente la importancia que informativamente se otorga a la muerte en función de la profesión, excluyendo, además, a las/os médicas/os del colectivo de sanitarios como si no lo fuesen o fuese algo inferior a ser médica/o. Informativa y metafóricamente hablando sitúan a las/os médicas/os en panteones y a los sanitarios, es decir, al resto en una fosa común sin lápida que les identifique.
Puede parecer banal o identificarse como una pataleta sin sentido, pero, desde luego, ni lo es ni lo representa. Porque en una situación con tanta incertidumbre, angustia, ansiedad, estrés… el dolor y el sufrimiento tienen muchas caras y se manifiestan de maneras muy diversas. Y esta es una de ellas, por mucho que a algunas/os les pueda parecer irrelevante, porque deben pensar, que al fin y al cabo, todos los días ya se les aplaude a todas/os.
Pero ese dolor y sufrimiento no lo infligen tan solo las/os periodistas. Las/os políticas/os tan ajenas/os a lo que sucede en ámbitos como el sanitario, más allá de saber que existen hospitales, enfermedad y médicos, cuando se han tenido que enfrentar a una situación sobrevenida, sorpresiva y desconocida, se han dado cuenta de que su discurso no tan solo es reduccionista, sino que está totalmente alejado de la realidad de lo que es un sistema de salud, sus profesionales y lo que cada cual de ellos realiza y aporta a la salud de la población a la que permanentemente dicen representar.
Como ejemplo, hoy, el exministro Solana, hablaba en la principal emisora de radio de este país sobre lo que había supuesto para él la experiencia de su estancia en el hospital aquejado de coronavirus. Y queriéndose sumar a los agradecimientos que todas/os han incorporado como una constante a sus discursos, junto a lo de la excelencia de nuestro sistema de salud, ha destacado la importante labor del equipo médico al frente del cual estaba un médico mujer (sic) y sus colaboradores. Una clara muestra de lo que es y significa para este político, destacada figura de la política nacional e internacional, el trabajo de las/os profesionales y como lo reagrupa en una denominación tan inexacta como excluyente, como la de equipo médico.
Esto contrasta, por ejemplo, con las declaraciones que el primer ministro Boris Jonhson realizó tras su salida del hospital, dirigiéndose a todos sus conciudadanos, en las que agradeció públicamente al NHS (servicio público británico de salud) y a las dos enfermeras que estuvieron cuidándole las 24 horas del día y a las que se refirió por sus nombres, Jenny (neozelandesa) y Luis (portugués). Para posteriormente agradecer también a los médicos su aportación. Todo ello con la imagen de una figura de Florence Nightingale en un mueble situado tras él. Desconozco si la figura fue puesta para la ocasión o si por el contrario forma parte habitual de la decoración, pero en cualquier caso es un tributo a una enfermera universal. Un liberal de pro, apoyando al Sistema Público Inglés sin necesidad de decir que es uno de los mejores del mundo. Algo que ya destaqué en una entrada anterior en este mismo blog.
La diferencia está en cómo se identifica y valora a las/os profesionales y que, en el caso de España, día a día facilitan que nuestro sistema sanitario sea excelente a pesar de la ignorancia o torpeza de sus políticas/os e incluso, y aún más grave, de las políticas que llevan a cabo.
Dolor, sufrimiento y muerte, pueden tener muy distintas dimensiones y ser vividas, sentidas, exploradas y transmitidas de muy diferentes maneras. Pero los sentimientos y las emociones como el reconocimiento, sería bueno que se supiesen manejar en su justa y verdadera medida para no contribuir a desvirtuarlos en ningún sentido. Bastante dura es la realidad como para incorporar a la misma elementos que contribuyan a que sean más costosos de asumir, sobre todo aquellos que no forman parte de las respuestas que suponen un afrontamiento de los procesos de salud y enfermedad, sino distorsiones de la realidad que como profesionales nos corresponde a las enfermeras y al resto de profesionales sanitarios, incluidas/os, claro está, las/os médicas/os.
Es curioso como aquello que tanto critican y de lo que tanto hablan las/os periodistas, como son las Fake News, lo repliquen en el caso que nos ocupa, con lo que de distorsión informativa y confusión para la población supone. Finalmente todo es del color del cristal con que se mire.
Dicho todo lo cual, también hay que destacar los ejemplos de buen periodismo que se identifican, aunque aún sean, o al menos parezcan, escasos. En todas partes cuecen habas y en mi casa calderadas que dice el sabio refranero español.
Quien esté libre de pecado, que lance la primera piedra…
[1] Es curioso, porque siempre hablan de médicos sin dar explicaciones del uso exclusivo masculino (ya sé que es lo que dicta como genérico la discutida RAE) y que cuando hablan de enfermeras (que es como nos denominamos genéricamente las enfermeras con independencia del sexo de sus integrantes) siempre tengan que duplicar a enfermeras y enfermeros o directamente pasen a denominarnos enfermeros o lo que es peor, profesionales o personal de enfermería. No respetan siquiera la forma en como queremos denominarnos como profesionales, que es otra forma de invisibilizar o deformar nuestra identidad.