CUIDADOS ENFERMEROS Y NECESIDAD/DEMANDA SOCIAL De la novela picaresca a la crítica social.

Para que la sociedad pueda tener acceso

a los cuidados enfermeros que merece

 

Hoy es domingo. En condiciones de normalidad, sería un día especial, de descanso o, cuanto menos, de ruptura de una rutina semanal que nos absorbe y aísla de cuanto sucede a nuestro alrededor. Desde la hora de levantarse, hasta la comida o las actividades a realizar. Lo que realmente es otro tipo de rutina incorporada como paréntesis de la anterior.

Son nuestras rutinas, las que diseñamos, aceptamos y vivimos cada cual en la medida de sus posibilidades y en respuesta a sus actividades, necesidades, gustos y costumbres.

Pero llegó el ya tristemente famoso COVID-19 y nos obligó a modificar estas rutinas, para incorporar otras que nos vienen determinadas e impuestas por algo que recoge la Constitución pero que nadie quería ni esperaba que se aplicase nunca más allá de controlar a los controladores como sucedió en 2010 y que nos afectó de manera muy desigual y con poca repercusión para nuestras vidas, más allá de estropear algunas vacaciones. Sin embargo, en esta ocasión, su aplicación va mucho más allá de resolver el problema generado por un colectivo, por determinante que este sea. Se trata de intentar controlar a algo de lo que prácticamente tan solo se conoce el nombre con el que se le ha bautizado. Poco más de momento. Invisible, silencioso, pero implacable, rápido y letal, ha obligado a medio mundo a quedarse en casa y a una proporción muy importante de ese mismo medio mundo a pasar por los centros sanitarios o a quedarse en ellos para tratar de superar el ataque del enemigo con la colaboración de las/os profesionales sanitarias/os, como ya hemos visto en otras entradas en este mismo blog.

Sin embargo, por ser domingo y tratando de incorporar un cambio, aunque sea mínimo, en esta tediosa rutina que no distingue entre días laborales o festivos, como si se tratase de una cinta sin fin que da la sensación de movimiento, pero que te mantiene siempre en el mismo lugar, he querido modificar, aunque sea mínimamente la perspectiva de mi reflexión.

Voy a tratar de centrarme en las personas que desde el día 14 de marzo han tenido que confeccionar una nueva rutina en sus vidas y las consecuencias que la misma puede, no mejor, va a tener en sus vidas.

Porque hablamos mucho de los servicios esenciales, de las/os sanitarias/os, de las/os militares, las/os bomberas/os, de los servicios de seguridad del estado, de las/os transportistas, las/os cajeras/os, las/os reponedoras/es… pero se habla poco de las personas que se han visto obligadas a recluirse en casa desde hace ya más de un mes.

Se traslada que el comportamiento de la ciudadanía está siendo ejemplar y que mantiene el confinamiento de manera ordenada. Pero como suele decirse, la procesión va por dentro y cada casa, cada familia, cada persona son mundos individuales con percepciones, sentimientos, emociones, necesidades diferentes que no cuentan, como habitualmente sucede, con paréntesis de respiro o de separación temporal, de una convivencia permanente que acaba por afectar a la misma.

Por otra parte, la ejemplaridad viene impuesta por la obligatoriedad a hacerlo, más allá de la concienciación que pueda existir como efecto de la situación concreta. Ya sabemos que si no existen medidas punitivas nuestra picaresca no conoce límites, como ya quedara patente en la novela anónima del Lazarillo de Tormes, que fue precursora de la conocida corriente de novela picaresca como crítica por un lado de las instituciones degradadas de la España imperial y por otro de las narraciones idealizadoras del Renacimiento: epopeyas, libros de caballerías, novela sentimental y novela pastoril. La diferencia en el caso que nos ocupa es que no se trata de una crítica sino de un intento de evasión del confinamiento, con lo que de riesgo supone para el conjunto de la población.

Así pues, nos encontramos con situaciones muy diversas que, de momento, quedan ocultas por lo que viene en denominarse el ámbito de la privacidad de cada casa. Esto me recuerda a cuando alguien elude su responsabilidad ciudadana de denunciar lo que se sospecha puede ser violencia de género, argumentando que lo que pasa en el interior de cada casa es problema de dicha casa y nadie puede inmiscuirse en su intimidad. Una forma como otra cualquiera de mirar hacia otro lado en un tema tan lamentable.

En el confinamiento, no se trata de que estemos pendientes de lo que hace cada vecino en su aislamiento. Pero sin duda, dicho aislamiento está incidiendo y afectando a cada cual de muy diferente manera y en muy distinta proporción, además de ser vivido de forma singular por cada persona o familia. Además, hay que tener en cuenta las condiciones de las viviendas que van a repercutir también de manera determinante.

Por lo tanto, no se puede hablar del confinamiento, como si tan solo hubiese uno. Hay tantos confinamientos como personas y familias. El hacinamiento, la ventilación, la iluminación, las condiciones higiénicas, el acceso a luz, agua, gas, alimentos… son tan solo algunos factores que inciden de manera muy diferente y que determinan consecuencias muy diversas que no pueden enmascararse con el apelativo de comportamiento ejemplar.

Más allá de las ayudas, importantes y necesarias, que determinados sectores de población están recibiendo por parte de organizaciones de voluntariado o medidas especiales por parte del Estado, existen otros sectores que quedan en tierra de nadie. Es decir, ni son indigentes o personas sin techo, pero tampoco tienen los recursos imprescindibles para cubrir sus necesidades básicas en condiciones saludables que les permitan mantener un mínimo equilibrio de bienestar inmediato que acabe provocando graves efectos secundarios en el medio y largo plazo que están quedando ocultos en medio de la “gran tormenta pandémica” y del halago permanente de ejemplaridad.

Lógicamente los contagios y las personas afectadas por el COVID-19 requieren de la máxima atención sanitaria y social. Pero esta realidad no debería ocultar otra menos evidente, pero no menos peligrosa, como es el confinamiento que, sin tener la carga vírica del virus, tiene una capacidad de destrucción física, mental, social y espiritual en las personas que lo están teniendo que padecer, aunque sea, repito, “de manera ejemplar”.

Más pronto que tarde, eso al menos esperamos y deseamos todas/os, la pandemia remitirá y con ella el número de contagios y de muertes. Pero su retirada, como el agua tras una tormenta, dejará al descubierto todo el mal que la misma provoca mientras cae o permanece estancada. El lodo, la destrucción, la miseria… quedan entonces visibles y su reconstrucción es lenta, costosa y dolorosa.

Y corremos el riesgo de pensar, erróneamente, que, porque la pandemia vírica remita, los problemas desaparecerán, dejando paso a que la atención se centre en temas como la economía. Que siendo importante tan solo, o básicamente, se haga, exclusivamente, desde una perspectiva mercantilista, sin entender que sus consecuencias sobre la salud individual, familiar y colectiva serán mucho más devastadores que los ocasionados directamente por el propio COVID-19. Por lo tanto, podremos debilitar al virus, pero no a los efectos de la pandemia.

Tras el confinamiento, sus efectos serán visibles de manera progresiva y la ejemplaridad se convertirá en demandas ante los problemas que irán afectando a las personas, las familias y la comunidad, y que no tendrán relación con los dolores musculares, la tos, la fiebre o la neumonía, sino con problemas que básica y fundamentalmente requerirán de cuidados.

Muchos de esos cuidados, serán prestados por el propio entorno familiar, como suele suceder siempre. Pero hay problemas que precisarán de cuidados profesionales, fundamentalmente enfermeros. Los fármacos no van a ser la solución, como no lo van a ser las pruebas radiológicas o analíticas, ni las de la alta tecnología.

Y en ese contexto de necesidad de cuidados generales y profesionales, entre quienes se ha decidido que determinen cómo se va a llevar a cabo el desconfinamiento no hay ni una sola enfermera que planifique, determine, decida, plantee… cómo pueden y deben articularse esos cuidados, de tal manera que puedan responder con garantías a los efectos que se esperan y que parece que nadie o muy pocos quieren, en estos momentos ver. Posiblemente por entender que los cuidados siempre están disponibles, que no existen carencias, como de mascarillas o respiradores, que no requieren de aparataje ni de conocimiento ya que los puede hacer cualquiera. Sin darse cuenta, ni valorar, que los cuidados enfermeros requieren de saber, conocimiento, ciencia, investigación para que los mismos sean prestados con las garantías que requieren las necesidades identificadas.

No se trata, tan solo, de contar con enfermeras que puedan prestar los cuidados. Se trata de contar con enfermeras que decidan cómo, cuándo, dónde, quienes y de qué manera prestarlos. Y sino se hace así se volverán a dar respuestas que no van a solucionar ni las necesidades ni las demandas de la población.

No es una cuestión de reivindicación profesional. Se trata de una necesidad social en la que, además, debe implicarse de manera decidida la propia población para llevar a cabo intervenciones participativas alejadas del paternalismo que impregna a nuestro sistema de salud.

De no hacerlo se colapsará el sistema sanitario al igual que estuvo a punto de colapsarse durante la primera fase de la pandemia. La diferencia será que ni los hospitales de campaña, ni las UCI, ni los respiradores, servirán de nada para que no se colapse. Harán falta intervenciones planificadas y participativas en las que la articulación de recursos comunitarios y de sectores sociales den respuestas integrales a los problemas que las enfermeras, como profesionales expertas en cuidados enfermeros, hayan podido identificar y priorizar previamente con la participación y el consenso de la propia población. Hará falta que las enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, de pediatría, de salud mental, de salud laboral, de geriatría y gerontología y las matronas, puedan aportar a la sociedad lo que esta ha invertido en su formación durante los últimos 10 años, sin que hasta la fecha hayan obtenido el retorno esperado. Habrá que definir los puestos de responsabilidad y toma de decisiones que permitan que las enfermeras sean quienes decidan y no tan solo se dediquen a ejecutar lo que subsidiariamente se les ordena.

Las poblaciones vulneradas, las/os migrantes, la pobreza, la violencia de género, la atención a las personas adultas mayores, la soledad, las consecuencias de la cronicidad, los efectos de entornos poco saludables… deben centrar la atención de las autoridades sanitarias, de las/os políticas/os, de las/os profesionales y de la propia comunidad, no como una opción, sino como una obligación a la que deben responder de manera colectiva, pero identificando que es imprescindible e irrenunciable para la salud global que las enfermeras tengan la presencia y la capacidad de decidir. Lo contrario nos llevará a situaciones de vulnerabilidad, sufrimiento y demandas insatisfechas que contribuirán de manera muy significativa a empeorar tanto la salud individual como la familiar y comunitaria.

Está pues en nuestras manos y en nuestra voluntad, la de todas/os, el que podamos responder con eficacia a los retos que la pandemia nos dejará tras su descarga vírica.

¿Seguimos discutiendo y peleando por saber si se cuentan bien los muertos o actuamos para evitar muertes futuras?

No esperemos comportamientos ejemplares eternos… sería un error, además de una temeridad.

Pero fundamentalmente quien tiene la capacidad de modificar la voluntad política que hasta la fecha ha estado abolida, es la sociedad, exigiendo cuidados enfermeros profesionales que permitan mejorar su salud.

Y quien tiene la responsabilidad de que la sociedad sea consciente de esta necesidad de cuidados somos las enfermeras. Volviendo a lo que significó la novela picaresca del siglo XVI, la sociedad, posiblemente, debiera plantearse una crítica, en este caso cinco siglos después, a las narraciones idealizadoras de un sistema de salud excelente y de profesionales heroicas/os, para poder exigir un sistema de salud que se adecue a la realidad actual y con enfermeras excelentes como las que ya tiene, pero sin necesidad de que tengan que actuar como héroes/heroínas o ángeles, sino simple o complejamente, como profesionales excelentes en cuidados profesionales.

Pero, pensar que la sociedad debe identificarlo de manera natural o espontánea, es tanto como creer que las/os políticas/os lo harán.

¿Podemos y debemos esperar?

Que cada cual responda lo que considere. Pero que cada cual también, asuma la responsabilidad de no hacerlo con la profesionalidad y el compromiso que exige el ser enfermera.

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