DÍA DEL LIBRO. Aportación a la Enfermería

Ayer se celebró el día del libro. Una celebración que, como cualquier otra en estos tiempos de crisis sanitaria, impidió compartirla en las calles, librerías, cafés… teniéndonos que conformar con hacerlo en casa, en el mejor de los casos, pues muchas/os profesionales tuvieron que continuar escribiendo nuevas páginas de valor, entrega, motivación, riesgo, responsabilidad… en este libro vivencial de la pandemia que todos debiéramos recordar una vez se supere.

En este calendario repleto de celebraciones, entre las que hay algunas trascendentes, otras necesarias, algunas interesantes y otras tantas totalmente prescindibles, la del libro, sin duda, forma parte de las primeras.

Sin el libro, en genérico, nada o casi nada de lo que somos, hacemos, sabemos, disfrutamos… sería posible. Ni tan siquiera en la era de internet, de las redes sociales y de los espacios virtuales, el libro ha perdido su protagonismo y su importancia. Sigue siendo insustituible, a pesar de los intentos realizados hasta ahora.

Posiblemente, la pandemia, que tanto daño está haciendo, haya propiciado que la ciudadanía confinada en sus casas haya podido leer más o incluso que quien no lo hiciese habitualmente haya adquirido el saludable hábito de hacerlo.

Pero más allá de esta celebración y de los virtuales envíos masivos de felicitaciones por ello, al igual que de rosas convertidas en bits navegando por el ciberespacio, esta celebración, nos permite recordar la importancia que los libros han tenido, tienen y tendrán en la formación, la educación y el aprendizaje en general y en el de la Enfermería en particular.

A pesar, de que los primeros libros que se utilizaron en el proceso de enseñanza – aprendizaje de la enfermería no fueron escritos por enfermeras y que, por tanto, no se hablaba en ellos de enfermería, sino de medicina para enfermeras, bueno, realmente de medicina para enfermeras con el fin de ayudar a los médicos. Lo que, por otra parte, obedecía claramente a la denominación que se nos impuso para ocultar nuestra verdadera identidad como enfermeras, es decir, Ayudantes Técnicos Sanitarios (ATS). Ayudantes de otros, Técnicos para encadenarnos a la rutina de la técnica y no del pensamiento y Sanitarios, para circunscribirlo a un ámbito muy concreto de asistencia que no de atención, donde no existían los cuidados. Siglas que nos han perseguido hasta nuestros días en un en un placaje impecable que ha supuesto un pesado lastre para nuestro desarrollo disciplinar y profesional.

Algunas de las “joyas” que aparecían en estos textos, dan cumplida muestra de lo que se perseguía en esta formación, a través de estos libros que, desde luego, no merecen ser celebrados, pero si recordados como muestra de lo que nunca debió ser, pero fue y de lo que nunca debe volver a ser, aunque algunas/os lo desearían.

“Es la reverencia que un inferior debe tener a su superior. Ahora bien, el médico, es superior del ATS por dignidad y por ciencia, y por ambos motivos debe respetarle (…), siendo indulgente con sus derechos humanos y profesionales, defendiéndoles siempre ante los demás, enfermo o no enfermo, llegado el caso de proposiciones menos rectas, negarse rotundamente con muchísimo respeto”[1]

“El médico prescribe, dirige el plan; el ATS ejecuta lo mandado”[2]

“Por lo que respecta al ATS es claro que el médico es el superior y al que ha de obedecer por motivos naturales y sobrenaturales”[3]

“Profesión femenina por esencia, porque femeninas son las cualidades necesarias para que sea la fiel imagen que de ella tiene el mundo” [4]

Y, es que como decía H.L. Mencken[5], estos libros debieron situarse entre “aquellos que nadie lee y los que nadie debería leer”, pero que lamentablemente nos hacían, no tan solo leer, sino aprender para poder ser ATS. Titulación “Frankenstein” que suponía unificar las titulaciones de practicante, matrona y enfermera, en un engendro que anulaba lo mejor de cada una de ellas, para obtener un “producto” que sirviera a los intereses corporativos de sus creadores. Que para rematar el invento plantearon una formación diferenciada entre hombres y mujeres, recayendo, la de mujeres, fundamentalmente en órdenes religiosas, en algunas de las cuales se establecía la siguiente regla nemotécnica para que quedase meridianamente claro lo que debía ser una enfermera (ATS):

Dócil

Inocente

Obediente

Sumisa

 

Los hombres, por su parte, reforzaban claramente su destreza técnica, abandonando cualquier atisbo de cuidado.

Tras muchos años con este tipo de “enseñanzas” y, por qué no decirlo, manipulaciones, la entrada en la universidad nos permitió tener libros escritos por enfermeras hablando y enseñando, enfermería. Además, de acceder a literatura científica que hasta entonces había estado oculta para las enfermeras. Porque lo que se pretendió es que fuésemos fieles servidoras y que pensásemos poco, para evitar que pudiésemos hacer lo que decía Jules Renard[6], que “cuanto más se lee, menos se imita”. Por eso nos limitaban los textos en los que pudiésemos aprender y dejar de imitar. Además, ya decía D. Enrique Tierno Galván[7] que “que cuantos más libros, más libres”, y libres precisamente es lo que no querían que fuésemos. Así que muy pocos libros y siempre ajustados a lo que se quería fuesen las/os ATS, según quienes los escribían con clarísima intención de adiestrar que no de enseñar.

Pero, cuando descubrimos que existía un conocimiento, paradigma, teorías, fundamentos, cuidados… propios, a través de los libros y de otras publicaciones, empezamos a darnos cuenta de la importancia de ser enfermera. Aunque ya se encargaron de enmascarar, de nuevo, nuestra identidad, bajo otro acrónimo indescifrable para la sociedad, DUE, que prefirió seguir llamándonos ATS, lo que contribuía de manera significativa a ocultar nuestra verdadera identidad enfermera.

Pero, como quiera que tal como planteaba William Somerset Maugham[8] “la lectura no da al hombre sabiduría; sino que le da conocimientos”, empezamos a construir conocimiento propio a través de la lectura que nos permitiera conducir nuestro propio destino, ya que como decía Santa Teresa de Jesús[9], “lee y conducirás, no leas y serás conducido”.

Porque, realmente, de lo que se trataba era de poder fundamentar nuestra disciplina y su trasvase a la profesión, a través de un aprendizaje metódico que nos permitiera no tan solo aprender sino también aprehender, de tal manera que pudiésemos ordenar y equilibrar nuestro desarrollo científico – profesional, pues ya Confucio[10] afirmaba que “el leer sin pensar nos hace una mente desordenada y el pensar sin leer nos hace desequilibrados” o como dijera Edmund Burke[11] que “leer sin reflexionar es como comer sin digerir”

Con un bagaje de conocimiento y de saber mucho mayores, que nos daban capacidad de construir ciencia, pudimos avanzar a pesar de las dificultades que seguían existiendo para ello y que nos impedían acceder al máximo nivel académico desde nuestra propia titulación.

Sin embargo, finalmente, logramos el objetivo de desarrollarnos plenamente en el ámbito de la universidad, accediendo al doctorado a través de los libros, porque siempre entendimos, como Ernst Wiechert[12] que “los libros no hacían daño a nadie; ya que un libro no es ni una ley ni un veredicto” que pudiesen limitar o encasillar nuestro futuro, sino los puentes que nos permitirían cruzar las barreras que nos impedían acceder a él.

Conseguido el objetivo académico nos queda poder hacer el trasvase al ámbito de la atención, de tal manera, que el conocimiento generado a través de los libros nos permita también alcanzar el desarrollo profesional que nos corresponde. Para ello es importante, entre otras cosas, que, parafraseando a James Rusell Lowell[13], entendiésemos que “los libros son abejas que transportan el polen de la sabiduría de una mente a otra”, de tal manera que la ciencia enfermera pueda ir extendiéndose y creciendo en cualquier ámbito o contexto, para evitar la anorexia intelectual que nos arrastre a la confusión, ya que como decía Miguel de Unamuno[14], “cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee”, por lo que hay que incorporar el saludable hábito de la lectura para evitar, tal como afirmaba Mario Quintana[15] que “los verdaderos analfabetos sean los que aprendieron a leer y no leen”.

Finalmente, como dejara patente Ricardo de León[16]  “los libros enseñan a pensar, y el pensamiento te hace libre”. Libertad que resulta imprescindible para poder elegir qué, cómo, cuándo y dónde en nuestro camino de desarrollo y construcción de la ciencia enfermera desde la responsabilidad y el conocimiento, imprescindibles para lograr la capacidad de decisión que nos haga dueños de nuestro destino, sin depender de lo que otras/os decidan por nosotras.

Porque finalmente los libros nos señalan el verdadero camino para reflexionar, analizar y discernir y no pueden ser sustituidos por otros medios que, teniendo su utilidad, no tienen la capacidad de enseñar y de que nosotras aprendamos, pues aproximándome a lo escrito por Oscar Wilde[17] “la diferencia entre ciencia y periodismo, es que el periodismo es ilegible y la ciencia no es leída”. Por eso resulta tan necesario que, como enfermeras, con independencia de en que ámbito desarrollemos nuestra actividad, seamos capaces de trasladar a las nuevas generaciones lo que Jules P. Levallois[18] planteaba al decir que “hay una cosa que os guardará de las deducciones y de las tentaciones mejor que las más sabias máximas: una buena biblioteca”.

Así pues, las enfermeras debemos celebrar este día del libro, aunque yo lo haga con retraso, por haber sido nuestro principal apoyo y baluarte para alcanzar unas metas que tan solo hace unos años hubiesen sido totalmente impensables, cuando no utópicas, como posiblemente haya sucedido con esta pandemia que nos acosa y que nadie fue capaz de prever y nadie esperaba que sucediese, posiblemente porque hayamos dejado de leer libros y nos creamos tan superiores que no identifiquemos los peligros que nos acechan.

En cualquier caso, en estos días de confinamiento creo que sería bueno que hiciésemos caso a un pensador y humorista, porque el rigor nunca tiene porque estar reñido con el humor, como Groucho Marx[19], cuando decía “encuentro la televisión muy educativa- Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y aprendo de un libro”

 

[1] P. CASTAÑEDA y A. PÉREZ, «Moral profesional», en Tratado del ayudante de medicina y cirugía, op. cit., vol. I, p. 83.

[2] J. REY, Moral profesional del ATS (Santander: Sal Terrae, circa, 1950), p. 119.

[3] P. CASTAÑEDA y A. PÉREZ, Moral profesional, en Tratado del ayudante de medicina y cirugía op. cit., pp. 82-83.

[4] J. M. CAÑADELL, «Idoneidad, conocimientos y destrezas», Pamplona: Eunsa, 1975, p. 32.

[5] Periodista, editor y crítico social, norteamericano, conocido como el «Sabio de Baltimore» (1880-1956)

[6] Escritor, poeta, dramaturgo, crítico literario y de teatro francés (1864 – 1910)

[7] Político, sociólogo, jurista y ensayista español, alcalde de Madrid entre 1979 y 1986.

[8] Escritor británico (1874 – 1965)

[9] Monja, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos (1515 – 1582)

[10] Pensador chino cuya doctrina recibe el nombre de confucianismo (551 ac – 479 ac)

[11] Diputado en la Cámara de los Comunes dentro de los Old Whigs (1729 – 1797)

[12] Maestro, poeta y escritor alemán (1887 – 1950)

[13] Poeta, crítico, editor y diplomático estadounidense, del movimiento romántico (1819-1891).

[14] Escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98 (1864 – 1936)

[15] Poetbrasileño (1906 – 1994)

[16] Novelista y poeta español (1877 – 1942).

[17] Escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés (1854 – 1900)

[18] Hombre de letras francés Secretario de Sainte-Beuve desde 1855 a 1859 (1829 – 1903)

[19] Actor, humorista y escritor estadounidense (1890 – 1977)