Ser, y nada más. Con eso basta.
Respirar: basta.
¡Alegría, alegría por doquier…!
Walt Whitman[1]
Tras casi mes y medio de confinamiento, ayer empezó una cierta apertura del mismo, al permitir la salida de las/os niñas/os de sus casas acompañadas/os de un adulto durante una hora al día.
La medida, a todas luces deseada y necesaria, comportaba ciertos riesgos que se decidieron asumir, tras analizar pros y contras de la misma, y en base a los datos que apuntan a una cierta recuperación de la pandemia.
El largo confinamiento que nos hemos visto obligados a cumplir y que ha sido considerado como ejemplar, ha afectado de muy diferente manera a las personas en función de múltiples factores como la vivienda, el número de convivientes, el contexto en el que se ha vivido, el aislamiento… pero, sin duda, la población infantil ha tenido que renunciar a una parte fundamental de su etapa de desarrollo como es el juego, el aire libre, las relaciones… lo que hacía la medida, si cabe, más lógica de adoptar.
Aunque la pandemia muestra indicadores de una cierta remisión y, por tanto, de alcanzar el objetivo inicial de contención que permita acabar con el confinamiento, no podemos fiarnos. Todo lo alcanzado hasta ahora con gran sacrificio por parte de la población, con sufrimiento por parte de muchos profesionales y con dolor por parte de quienes lamentablemente se contagiaron, no debería irse al traste por una actitud inconsciente producto de la relajación, por entender que ya está todo superado.
Ayer, en esa “libertad condicional” que se brindaba, hubo actitudes irresponsables que, sin duda, ponen en peligro todo lo logrado hasta ahora. Caer en la tentación de culpar a las/os niños/os de su comportamiento, tan solo incorporaría nuevos elementos de preocupación, pues quienes deben controlar dicho comportamiento, para ajustarlo a las condiciones que, desde hace más de una semana, vienen repitiéndose, no pueden ni deben eludir su responsabilidad como padres/madres o tutoras/es de las/os niños/os.
La pandemia, tan solo está en fase de cierto reposo y en cualquier momento podría despertar con una reacción imprevisible que nos pondría en peligro a todas/os de nuevo. Por lo tanto, será mejor que pongamos todas/os de nuestra parte para no despertarla.
Como decía, hasta ahora, se ha mantenido un comportamiento que ha sido definido como ejemplar en cuanto al cumplimiento del confinamiento. Pero también es cierto que el mismo ha sido en todo momento vigilado por las fuerzas de seguridad del estado y por el ejército, con sanciones económicas muy duras para aquellas/os que entendían que no iba con ellas/os. Es decir, ha sido, reconozcámoslo, una concienciación en al que ha habido un gran componente punitivo que la ha mantenido en ese grado de ejemplaridad. Lo que no quita para que se reconozca.
Llegado el momento de asumir responsabilidades propias de contención y ante un panorama menos amenazador, la ejemplaridad se olvida y se da rienda suelta a una libertad tan ansiada como esperada. Lo que pasa es que esa supuesta libertad, realmente, va en contra de la verdadera libertad que todas/os deseamos disfrutar y que tan solo ha sido coaccionada, no lo olvidemos, por el COVID-19.
Porque si llegado el momento se produjese un repunte, que nadie desea, a alguien se le podría ocurrir que la culpa es de quienes, en su momento, permitieron ese desconfinamiento, teniendo en cuenta la mezquindad de quienes vienen utilizando esta pandemia como arma política contra el gobierno.
En vista de lo acontecido ya se ha avisado de que se endurecerán las medidas tanto de vigilancia como de sanciones para lograr que la ejemplaridad vuelva a instalarse en el comportamiento de la ciudadanía, también en el disfrute de cierta libertad para las/niñas/os. Con lo que podemos calibrar cual es el grado de responsabilidad real que asumimos.
Sin embargo, considero, que lo sucedido ayer, como muestra de lo que puede suceder en futuras y previsibles decisiones de desconfinamiento, debería hacernos pensar sobre nuestro verdadero grado de compromiso con una situación tan grave como delicada. Se han roto las costuras de un hipotético y aireado comportamiento ejemplar dejando las vergüenzas del compromiso social al aire. Esperemos estar a tiempo de remendarlas y que la apariencia recupere su ejemplaridad.
Si consideramos que nuestra responsabilidad debe modularse en base a vigilancia y castigo, va a resultar muy difícil poder llevar a cabo un proceso de vuelta a cierta normalidad.
En este sentido desde el principio de la pandemia se debieron tomar medidas de intervención comunitaria desde los centros de salud con el fin de identificar, por una parte, las necesidades de información/formación de la población con relación a la pandemia y la forma en que, de manera autónoma y participativa, pudiera contribuir para la contención de la misma y el control y seguimiento de su evolución. Pero se decidió que esto no formaba parte del abordaje a desarrollar y se descartó de manera sistemática a pesar de las reiteradas ocasiones en que se trasladó desde diferentes sociedades científicas la oportunidad de llevarlo a cabo.
Posteriormente la Atención Primaria de Salud pasó a tener un papel secundario, cuando no irrelevante, en todo el proceso de contagio generalizado y colapso de los hospitales. Decisión que se ha demostrado equivocada y que hubiese permitido un mejor control de la pandemia, como ya se ha apuntado en alguna ocasión.
Superada esta primera fase con una descongestión evidente de los centros hospitalarios y una reducción importante y progresiva del número de contagios y muertes, se entra en una fase de vigilancia y control para evitar repuntes que pudieran devolvernos al punto de salida. Como si estuviésemos jugando a la oca o al monopoly y cayésemos en la casilla que nos obliga a iniciar el juego. Por lo tanto, no actuemos con la salud como si de un juego de azar se tratase, no vaya a ser que perdamos.
Por todo ello, considero que una vez recuperada, al menos discursivamente, la importancia de la Atención Primaria de Salud, se debería contemplar, ahora si, llevar a cabo las intervenciones comunitarias anteriormente comentadas. Pero, en este caso, con un enfoque diferente que permitiese, a través de la participación activa y real de la comunidad, desarrollar acciones de información que facilitasen minimizar la incertidumbre, despejar las dudas, aumentar la autoestima y que la población se sintiera partícipe del proceso y no tan solo contemplase desde la pasividad y la inacción, la evolución de aquello que tan directamente le afecta.
Para poder llevar a cabo esta estrategia, coordinarla y articularla con los diferentes recursos comunitarios, las/os profesionales que tienen las competencias específicas, las mejores aptitudes y actitudes y la capacidad para llevarlo a cabo son las enfermeras comunitarias. Ellas, con la participación del resto del equipo de Atención Primaria en la medida en que sea necesario, pueden planificar, desarrollar, ejecutar y evaluar intervenciones en la comunidad desde una perspectiva de promoción de la salud, salutogénica y participativa, que permita equilibrar los diferentes escenarios y las diversas situaciones para dar respuesta a las demandas y necesidades provocadas, tanto por la pandemia, como por los efectos colaterales que tanto el confinamiento como su posterior reversión van a provocar en la población.
Por otra parte, y como ya se planteó en la primera fase, la atención familiar en el domicilio, es fundamental, no tan solo para dar respuesta a los efectos directos del COVID-19, sino para todas aquellas interacciones que van a provocar o que ya han provocado alteraciones en las dinámicas familiares, en la manera de llevar a cabo afrontamientos desde los proprios recursos individuales y del resto de componentes de la familia, en la generación de dinámicas colaborativas y de apoyo…
Seguir desarrollando acciones exclusivamente desde el asistencialismo, la medicalización, la técnica o el hospitalcentrismo, que impregna al Sistema Nacional de Salud, ante esta pandemia, conduce a dejar de atender múltiples aspectos de la salud de las personas, las familias y la comunidad que resultarán determinantes en su evolución, reducción y consecuencias.
Ante este planteamiento, no serán comprensibles ni, mucho menos admisibles, respuestas que traten de argumentar la imposibilidad de llevarlo a cabo por el hecho de que no existen suficientes enfermeras comunitarias en los centros de salud. Porque este argumento es en sí mismo una falacia y una clara falta de voluntad política por resolver algo perfectamente fundamentado y posible.
Cuando la pandemia acuciaba y el sistema sanitario se vio en peligro de colapso, no se argumentó que no había más hospitales y que se tenía que actuar con los que existían. No, se inició una carrera por ver quién construía más y mejores hospitales de campaña, aunque después, algunos de ellos, no se hayan ni tan siquiera estrenado. No se planteó el tener que decidir quienes tenían derecho a respiradores o no. No, se compraron aquellos que hicieron falta o se fabricaron en empresas que reconvirtieron su producción para ello…
¿Por qué ahora, entonces, se podría argumentar que no hay suficientes enfermeras comunitarias?
Hay que recordar que muchas enfermeras comunitarias fueron derivadas a los hospitales para atender la fase de mayor colapso, y que ahora podrían retornar a dichos centros de salud tras el evidente descenso de la presión asistencial. Por otra parte, existen enfermeras especialistas en enfermería familiar y comunitaria, que están trabajando en hospitales porque no se les ha contratado como tales en Atención Primaria. Las residentes que finalizan su periodo formativo de la especialidad de enfermería familiar y comunitaria a finales de mayo, se les quiere prolongar su contrato como residentes para que sigan trabajando como enfermeras profesionales con sueldo de residentes. Y podría seguir incorporando nuevos argumentos que desmontarían la hipotética pero previsible negativa planteada.
Está claro que cuando alguien tiene dificultad respiratoria y se ahoga, precisa de un respirador, porque lo contrario le provocaría una muerte casi segura. Pero no es menos cierto, que cuando una comunidad está asfixiada, por las dificultades sobrevenidas de una pandemia, no dotarla de los medios y profesionales, que le permita no ahogarse ante el afrontamiento que le quita el aire necesario para saber dar respuestas y manejar los recursos disponibles, es tanto como abocarle a una “muerte” social y privarle de un entorno y una vida más saludables.
Por lo tanto, ahora que se ha centrado el foco en la Atención Primaria de Salud para atender a esta nueva fase de la pandemia, sería deseable que se dotase a la misma de los recursos y profesionales suficientes y adecuados para poder dar las mejores respuestas de salud y, no tan solo, aquellas que tienen que ver con signos, síntomas y enfermedad.
Afrontar el desconfinamiento desde la vigilancia policial y militar y no desde la intervención y participación comunitarias que faciliten asumir a la ciudadanía la responsabilidad de las acciones que se van a ir implementando, en lugar de hacerlo por miedo a sanciones, es, ante todo, una clara muestra de desconfianza hacia la población para asumir dicha responsabilidad, al entender que tan solo lo hará si está vigilada y amenazada. Pero además es reiterar los errores inicialmente cometidos al negar a la Atención Primaria de Salud uno de sus principales cometidos, como es trabajar con la comunidad y no tan solo para la comunidad. Hacerlo sin contar con la valiosa aportación de las enfermeras comunitarias es privar a la comunidad del “aire” que las mismas pueden aportar para que siga siendo una comunidad viva y dinámica.
En estos momentos se está a tiempo de actuar. No hacerlo supondría la negación de aquello en lo que se dice creer, la Atención Primaria de Salud y las enfermeras comunitarias.
Hay muchos tipos de “respiradores”. Y los que ahora hacen falta no requieren de tecnología especial, reconversiones o compras que nunca llegan. Los tenemos al alcance y son de una gran calidad.
Como dice Adele[2], “Me encanta escuchar a mi pueblo respirar”.
[1] Poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense (1819 – 1892)
[2] Cantante, compositora y multinstrumentista británica (1988)