Uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son.
Don Quijote de la Mancha (1605)
Miguel de Cervantes Saavedra
Estoy seguro que si el insigne Miguel de Cervantes Saavedra hubiese sido coetáneo nuestro, no hubiese desaprovechado la ocasión de utilizar su irónica, imaginativa y extraordinaria narrativa para escribir una novela satirizando la situación que estamos viviendo y aportando una importante crítica social, como ya hiciese en su celebérrima novela “Don Quijote de la Mancha”.
Pero, como esto lamentablemente no es posible, me he permitido la libertad y la osadía de utilizar frases de su novela para hacer un recorrido en torno a la pandemia y algunas/os de sus protagonistas.
Es evidente que no pretendo emular literariamente a nuestro más leído y traducido autor, sino tan solo aprovechar su legado como puente para la reflexión.
Y tal como empieza su novela, quiero iniciar mi reflexión. En esta ocasión adaptando sus palabras iniciales a la situación actual.
En un lugar de la Tierra, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un murciélago de los de alas amplias, dientes afilados, vista corta, voraz apetito, vuelo ágil y portador de un virus”.
Así al menos es como parece que empezó esta terrible pandemia que nos hizo ir recordando los nombres de aquellos lugares donde el COVID-19, logró expandir su letal virulencia y la torpeza de aquellos que se resistían a reconocer la gravedad de lo que acontecía.
Tal como le sucediera a Don Quijote, allá donde había molinos el viera gigantes, a pesar de las advertencias de su fiel escudero Sancho Panza. Y algo similar ocurrió con el COVID-19, que hubo quien tan solo quiso identificar gripe donde realmente había un nuevo, desconocido y peligroso virus, siendo las consecuencias de ataque similares a las que sufrió Don Quijote que “…arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y, dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando”. muy maltrecho por el campo”.
Se dice, que en este país todas/os tenemos un entrenador dentro que nos permite opinar, criticar o cuestionar lo que en torno al juego del fútbol se decide. Pues bien, en este mismo sentido, ahora que nos han dejado sin fútbol, todas/os nos creemos científicas/os y expertas/os para poder opinar sobre lo que fue y debió ser, sobre lo que se hizo y se debió hacer, sobre quien dijo y quien lo tuvo que decir, sobre si se acertó o se erró, en torno a quien ha sustituido a cualquier actividad, noticia o acontecimiento, el COVID-19 y sus efectos pandémicos.
Entre las cuestiones sobre las que más se opina está, sin duda, la decisión del confinamiento y su duración temporal.
Tal como dijese Don Quijote a su fiel escudero Sancho “El retirar no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza”.
Pero la decisión, que, aunque necesaria era difícil de tomar, llevaba emparejado un temor que condicionaba la misma en idéntica o similar medida que lo hacía la urgencia que precisaba.
El temor al miedo que pudiese provocar la decisión coincide con otra de las frases del hidalgo caballero Don Quijote, cuando dice “Uno de los efectos del miedo es turbar los sentidos y hacer que las cosas no parezcan lo que son”.
Y es que, pocas cosas hay tan peligrosas, en situaciones como la pandemia en que la salud individual y colectiva se hallan en riesgo, que el miedo innecesario provocado, fundamentalmente, por una deficiente información, tanto en cantidad como en calidad, que pueda pasar a provocar un pánico mucho menos controlable y mucho más peligroso.
Así pues, en este sentido hubo que calibrar de manera muy precisa cuál era la mejor decisión y en qué momento había que tomarla. Pero no porque la decisión, en sí misma, generase miedo o precisase de valor, sino porque tal como nos recuerda Don Quijote “El valor se halla en ese lugar intermedio entre la cobardía y la temeridad”.
Pero la decisión no llevaba implícitas tan solo valoraciones científicas, sino que también se contemporizó por cuestiones de oportunidad política y económica, aunque esto nunca se llegará a reconocer, pero es una certeza y al mismo tiempo una torpeza al estar más pendientes de aquello que pueda ser utilizado en contra del decisor que de lo que realmente se considere acertado decidir por el bien común. Y es que “Mejor es ser admirado de los pocos sabios que burlado de los muchos necios”, que finalmente es lo que sucede con la clase política que nos ha tocado soportar en esta crisis y que, sin duda, se incorpora como un elemento de distorsión en lugar de hacerlo como uno de cohesión o de colaboración para vencer la pandemia.
Así pues y como quiera que “Por la calle del ya voy, se va a la casa del nunca”, finalmente se decretó el Estado de Alarma, por coherencia científica, pero también porque tal como también dijera Don Quijote “Siempre deja la ventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas”, y en esas estamos todas/os, con la esperanza de que las medidas adoptadas y el cumplimiento de las mismas nos permita salir de una situación tan inesperada como de consecuencias tan imprevisibles.
El Estado de Alerta, el confinamiento, la paralización del país… y con ellas las dudas y los temores han ido alimentando situaciones que lejos de favorecer el afrontamiento coordinado de tan difícil situación han supuesto constantes palos en las ruedas con el consiguiente peligro de desestabilización y caída.
Y, aunque “El crédito debe darse a las obras no a las palabras” hay quienes han preferido poner los bueyes delante del carro, con lo que de parálisis supone tal actitud, pensando que, de esta manera, cuanto menos, lograban que se les prestase atención, creyendo que según las palabras del caballero andante “Ladran los perros, Sancho, luego cabalgamos”[1], aunque para ello, además, hayan hecho de la mentira y el bulo, su principal argumento para tratar de derribar a quien, en estos momentos, debieran apoyar con el fin de encontrar la mejor respuesta posible, sin percatarse o al menos, dándoles igual, el que “La falsedad tiene alas y vuela, y la verdad la sigue arrastrándose, de modo que cuando las gentes se dan cuenta del engaño ya es demasiado tarde”. Porque estar trasladando, permanentemente, a la opinión pública el pesar y el apoyo a las/os profesionales sanitarias/os por no disponer de los medios adecuados de protección, cuando quien lo dice representa a la formación que no tan solo redujo recursos, sino que los eliminó o vendió al mejor postor, es, cuanto menos, una terrible paradoja y demuestra una clara hipocresía. Pero claro, ya lo decía Don Quijote “Todos los vicios, Sancho, traen un no sé qué de deleite consigo: que el de la envidia no trae sino disgustos”.
Finalmente, la honestidad acaba prevaleciendo a la mezquindad de quien quiere sacar rédito de la desgracia, aunque esta sea utilizada como estandarte mezquino de su discurso. Porque, aunque pareciera loco, la cordura del hidalgo caballero queda patente en sus palabras cuando dice “Las honestas palabras dan indicio de la honestidad del que las pronuncia o las escribe”, a las que apostillo yo diciendo que la indecencia y la obscenidad de las palabras son las que mejor definen e identifican la inmoralidad de quien las pronuncia o escribe. Y es que, amigo Sancho “Cada uno es hijo de sus obras”.
La progresión de la pandemia, con sus contagios y muertes, ha hecho que todas/os estemos pendientes de los datos, estadísticas y predicciones de su evolución, entendiendo, como como el caballero andante que, “Si algo se gana, nada se pierde” y, esperando que “Al bien hacer nunca le falta recompensa” aunque se sepa que siempre se yerra cuando hay que tomar decisiones, pero siempre es mejor hacerlo que esperar a que la suerte o la fortuna sean quienes guíen la evolución de los acontecimientos, pues ya sentenciaba Don Quijote que “Esta que llaman por ahí Fortuna es una mujer borracha y antojadiza, y sobre todo, ciega, y así no ve lo que hace, ni sabe a quien derriba”.
Porque finalmente, y a pesar de que todas/os queremos lo mejor, muchas veces, no es tanto lo que se consigue como lo que cuesta alcanzarlo, pues no siempre se logra todo aquello que queremos o esperamos alcanzar. Es por ello que tal como dice Don Quijote “No le des importancia al resultado, valora el esfuerzo”.
Y en toda esta situación están siendo las/os profesionales sanitarias/os quienes están, de manera mucho más directa, e incluso dolorosa afrontándola al lado de quienes padecen los efectos del virus, con gran responsabilidad y atendiendo a sus necesidades con el fin de que perciban no tan solo la posibilidad curativa sino la calidez humana e imprescindible de unos cuidados profesionales, porque ya le comentaba Don Quijote a Sancho que “Esta que llaman necesidad adondequiera se usa y por todo se extiende y a todos alcanza, y aún hasta los encantados no perdona”, tratando de evitar al máximo las tristezas que la enfermedad y la soledad provocan en enfermos y familiares y que tal como expresara el hidalgo caballero, estas, “Las tristezas, no son propias de las bestias sino de los hombres, pero si los hombres las sienten en demasía se vuelven bestias”, de ahí la importancia de la atención humanizada que impida la magnitud de dicha tristeza.
Por otra parte, y manteniendo la terminología bélica, tan inapropiada como inoportuna según mi opinión, las/os profesionales de la salud, siempre han antepuesto la atención a las personas a su propia seguridad. Posiblemente, aunque también inconscientemente, porque entendiesen, como ya dijera el caballero andante, que “Más hermoso parece el soldado muerto en la batalla que sano en la huida”.
Sin embargo, la identificación del valor que se aporta en todo este proceso no es siempre y meritoriamente reconocido y, en muchas ocasiones, queda integrado en fórmulas retóricas e inclusivas que invisibilizan o anulan la especificidad y necesaria identificación de quienes lo aportan, quedando relegadas a la prestación valiosa de sus cuidados profesionales, pero no contando con su voz, saber, ciencia y experiencia para participar en la planificación de aquellas acciones tendentes a solucionar, lo antes y mejor posible, los problemas generados por la pandemia. Y con gran acierto comentaba a Sancho, su señor, que “De los mayores pecados que comete el hombre la soberbia es el mayor dicen algunos, pero el desagradecimiento es mayor, digo yo, porque la soberbia tiene una hija y es la ingratitud.”.
Y es que siempre acaban aflorando las clases o las distinciones y situando en niveles diferentes a quienes deberían estarlo en idéntica posición de partida para evitar que suceda como ya aventurara Don Quijote, que “Nunca el consejo de un pobre, por muy bueno que sea, es admitido”. Y es que las enfermeras tenemos que seguir demostrando más que nadie nuestra valía y la riqueza de los cuidados profesionales que, no tan solo son necesarios, sino imprescindibles para la salud de las personas, las familias y la comunidad. Porque de cuidados enfermeros quienes saben y pueden hablar científicamente con propiedad son las enfermeras, que, aunque en ocasiones nos consideren tontas, como muy bien sentenciara Don Quijote “Sabe más el tonto en su casa que el sabio en la ajena”.
Y aunque dijera Don Quijote que “No hay memoria que el tiempo no acabe, ni dolor que la muerte no consuma.”, espero y deseo que esta situación vivida y sufrida no se borre de nuestra memoria. No como recuerdo de sufrimiento, sino como experiencia para cambiar, mejorar y no despreciar a nada ni a nadie.
Porque como ya sentenciara el caballero de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor “Después de las tinieblas espero la luz”.
[1] En realidad, esta frase de Don Quijote no aparece en el libro, aunque siempre se le atribuye erróneamente. Sin embargo, sí aparece en la película El Quijote, dirigida por Orson Wells (1992).