Felipe Díaz Maciá, Guillermo García García, Adrián Gutiérrez Ruiz, Angelsie Henriquez Freites y Clara López Gisbert, estudiantes de 4º de Enfermería en la Universidad de Alicante, nos presentan en este vídeo la realidad del maltrato en las personas mayores. Una realidad oculta y silenciosa.
La pandemia del COVID-19 ha incidido con tal fuerza en la sociedad que está cambiando la percepción de muchas cosas que antes de ella o no reparábamos o las teníamos tan naturalizadas que no le dábamos la importancia real que tienen.
No se trata de hacer un listado de todas ellas, ni tan siquiera merece la pena parase ahora mismo a identificarlas. Seguro que todas/os tenemos en nuestra imaginación un buen número de ellas. Pero cuando esta situación de crisis se calme y poco a poco vayamos avanzando hacía lo que todavía tenemos en mente que es la normalidad, nos daremos cuenta de que esa normalidad ya no encaja en la nueva realidad. Estoy seguro de que habrá un antes y un después del COVID-19, que deberemos construir entre todas/os y que, desde luego, no podemos esperar que se produzca de manera automática, rápida y sin esfuerzo.
En cualquier caso, sí que me gustaría incidir en lo que ese cambio supondrá o debiera suponer para las enfermeras. No es que tenga una bola de cristal que me permita predecirlo o adivinarlo, simplemente voy a tratar de utilizar el análisis, la reflexión y el pensamiento crítico, para, a través, de lo que hasta ahora ha sucedido plantear posibles alternativas, propuestas o posicionamientos que traten de modelar, a corto o medio plazo, los escenarios en los que nos situaremos las enfermeras. Sin duda son subjetivos y están sujetos al debate y al contraste con otras alternativas, pero considero que es bueno que las enfermeras empecemos a pensar en lo que, esa nueva realidad de la que hablaba y quienes la intenten configurar, nos puede presentar como alternativa o propuesta, porque si no lo hacemos, otros lo harán por nosotras y a la mejor, casi seguro, lo que nos presenten no nos gustará y puede que para entonces ya sea demasiado tarde.
Cabría recordar que estamos en el año de las enfermeras y las matronas en el marco de la campaña de Nursing Now que precisamente concluye este año en el que se celebra el 200 aniversario del nacimiento de Florence Nightingale. El COVID-19 también se ha encargado de ocultar, o cuanto menos desdibujar, este acontecimiento en el que tantas esperanzas e ilusiones habíamos depositado las enfermeras de todo el mundo y particularmente las españolas.
Hay quienes pueden identificar este hecho como una maldición, al entender que para una vez que se centra la atención en las enfermeras y las matonas se genera la mayor pandemia conocida desde hace muchos años que se encarga de acallar, por razones obvias, las propuestas que desde Nursing Now se habían pensado, planificado y calendarizado. Al igual que ha sucedido con tantos otros acontecimientos culturales, deportivos, científicos, de ocio… que han tenido que suspenderse y reprogramarse, las enfermeras deberemos pensar en nuevas propuestas que surjan de la citada campaña, porque nada de lo que estaba pensado encajará ya en la nueva realidad que debemos construir o cuanto menos lo hará con nuevas perspectivas.
Evidentemente no me voy a detener a repasar algunas de las propuestas que ya se habían anunciado desde diferentes instituciones u organizaciones, pero estoy seguro de que ellas serán las primeras que identifiquen la importancia y oportunidad de analizarlas, adaptarlas, modificarlas o sustituirlas.
Uno de los mensajes que desde la OMS más se ha repetido ha sido la necesidad de situar a enfermeras referentes en puestos de responsabilidad y toma de decisiones en ámbitos gubernamentales de salud/sanidad tanto a nivel nacional, autonómico, como local, para liderar, planificar y desarrollar las políticas de cuidados, entre otros cometidos. Pues bien, si ya antes de la pandemia existían argumentos de peso que justificaban esta propuesta, tras la pandemia, nadie que tenga la mínima coherencia y sentido de responsabilidad, será capaz de oponerse a esta petición que sin duda ha quedado patente que hubiese sido fundamental para el abordaje de esta situación de crisis en la que los cuidados han adquirido una especial significación no siempre adecuadamente gestionada.
Pero esta propuesta iba acompañada siempre de otra que se centraba en la necesidad de aumentar el número de enfermeras en las organizaciones sanitarias para adaptarse a las necesidades que la sociedad plantea y a las demandas de salud que la población traslada. De igual manera que en el planteamiento anterior, la situación que la pandemia ha generado y la nueva realidad que será preciso construir tras la misma requerirán de una decisión sin dilación para que ese aumento de enfermeras sea una realidad y no tan solo una permanente reivindicación incluso antes de la campaña de Nursing Now. Por tanto, la citada campaña adquirirá una nueva y determinante dimensión al servir como plataforma de referencia en el planteamiento que se haga en este sentido y que, desde luego, deberán ir mucho más allá de las actividades de carácter festivo o divulgativo que se tenían previstas. En este sentido será fundamental que se produzca una unidad de todos los ámbitos profesionales, académicos, científicos, sociales y colegiales enfermeros si se quiere tener la suficiente fuerza para que la propuesta sea tenida, no tan solo en consideración, sino como una decisión política real.
La pandemia también va a dejar un claro y determinante mensaje sobre la necesidad urgente de regular, de una vez por todas, las especialidades de enfermería en general y de manera muy especial la o las que tengan que ver con los servicios especiales como UCI, Urgencias, Reanimación… que como se ha demostrado claramente hubiesen aportado, de existir, una respuesta mucho más eficaz e inmediata de la que lamentablemente se ha generado y que ha llevado a situaciones límite en las que incluso se han incorporado estudiantes de último curso a servicios de tanta especificidad y especialización con el riesgo que dicha medida tiene tanto para los propios estudiantes como para las personas atendidas. Esto sin olvidar la regulación de las ya existentes que, como ha quedado de manifiesto, su olvido ha dejado en evidencia las carencias existentes en escenarios como la atención primaria y comunitaria o la atención geriátrica. Sin olvidar la trascendencia que las enfermeras de salud mental tendrán una vez comience a perfilarse una realidad en la que resultará imprescindible abordar las situaciones derivadas de la situación vivida. Resulta pues imprescindible que se lleve a cabo un análisis en profundidad de las necesidades que en este sentido tiene tanto el Sistema Sanitario como la sociedad y que no puede demorarse por más tiempo si se quiere dar la respuesta de calidad que corresponde al que se viene en alardear de unos de los mejores sistemas de salud del mundo. De nuevo Nursing Now debe configurarse como la plataforma desde la que hacer este planteamiento que va mucho más allá de una reivindicación profesional y que se corresponde con una necesidad social que no puede dejarse de atender.
Desde el inicio del Estado de Alarma la sociedad ha reconocido a las/os profesionales sanitarios hasta el punto de otorgarles la categoría de héroes y heroínas y establecer una puntual, sistemática y generalizada acción en forma de aplausos para agradecer el esfuerzo y la implicación a lo largo de todo el proceso. Esta circunstancia debe ser aprovechada, desde Nursing Now, para poner en valor y visibilizar ante la sociedad la aportación específica y especial de las enfermeras, que permita acabar con los tópicos y estereotipos que actualmente aún siguen presentes. Si no lo hacemos, el tiempo y las dinámicas de adaptación de la comunidad inducirán al olvido que tan frecuentemente se instaura ante cualquier acontecimiento, por grave o fatal que este llegue a ser, bien como mecanismo de defensa o bien por inercia social, con lo que perderíamos una oportunidad sin precedentes difícil de recuperar.
Por último, no quisiera dejar pasar la necesidad de acabar con una situación que no por reincidente deja de ser preocupante. Se trata de que los medios de comunicación sigan siendo el principal escollo para que las enfermeras tengamos un reflejo real de lo que somos y aportamos, como consecuencia de una información tergiversada, confusa e incorrecta que trasladan a la población sobre lo que somos y representamos en el sistema sanitario o la anulación por omisión de nuestra presencia o existencia en el mismo. Como en los casos anteriores Nursing Now debe servir para que los medios de comunicación identifiquen y conozcan a las/os profesionales que trabajan en el Sistema de Salud, que van más allá de los médicos, y los sepan diferenciar y valorar por lo que son y aportan, así como a distinguir que el sistema de sanidad no es tan solo el hospital y que no sirve únicamente para atender la enfermedad, o que salud y sanidad no son sinónimos. Deberán diseñarse y llevarse a cabo, por tanto, actividades y acciones que permitan esta interacción, tendente a facilitar una información veraz, real y ajustada a la situación social y sanitaria de nuestra sociedad, en la que de una vez por todas las enfermeras no estemos permanentemente desdibujadas, ocultas o distorsionadas.
En resumen, me gustaría destacar que la crisis generada por el COVID-19 debe suponer un efecto de resiliencia y de sentido de la coherencia, con nombre propio, Nursig Now, a partir del cual las enfermeras sepamos empoderarnos y liderar un proceso de cambio tan necesario como oportuno en esa nueva realidad que debemos construir cuando hayamos sido capaces de vencer a la pandemia con el esfuerzo de todas/os.
La oportunidad se presenta con idéntica sorpresa a la que produjo la irrupción del coronavirus, por lo que resulta imprescindible que estemos preparadas para dar las respuestas que permitan afrontar los retos que se nos presentarán.
De todas las enfermeras depende que Nursing Now recupere la fortaleza y la ilusión que generó inicialmente, pero adaptando las propuestas a la nueva y desconocida realidad que se nos presentará próximamente.
Florence Nightingale, tuvo claro que los cambios que precisaba la atención sanitaria de su época debían ser incorporados para mejorar la salud y a pesar de las resistencias, las barreras y la incredulidad de los políticos y de la poderosa clase médica logró que sus propuestas fuesen aceptadas y aplicadas.
Aunque tan solo sea en memoria de Florence Nightingale, por quien celebramos este año de las enfermeras y matronas, deberíamos hacer un esfuerzo para lograr, como hizo ella, que los cambios descritos, entre otros, configuren parte de esa nueva realidad que se avecina.
¿Estamos dispuestas a ello o dejaremos que el año de las enfermeras y las matronas sea tan solo una anécdota?
La pandemia COVID-19 ha provocado cambios en nuestras vidas que tan solo hace unas semanas hubiésemos pensado imposibles. Pero más allá de dichos cambios, la fuerza con la que ha irrumpido y los estragos que está causando, directa e indirectamente, hacen que la actualidad informativa se centre casi de manera exclusiva en ella. Da igual si se trata de información nacional, internacional, económica, social, deportiva… todo, absolutamente todo, gira en torno al COVID-19 y sus consecuencias.
Parece como si ya nada más sucediese a nuestro alrededor. Como si pretéritos problemas muy cercanos en el tiempo hubiesen desaparecido. Como si el confinamiento y la solidaridad con las víctimas y quienes les atienden hubiesen modificado ciertos comportamientos y olvidado a otras víctimas. Porque nada, absolutamente nada más, parece suceder.
Las pateras y la llegada de migrantes han dejado de ser motivo de preocupación e interés. Los campos de refugiados en los que el hacinamiento, hambre, suciedad, penuria y sufrimiento eran sus principales compañeros, es como si hubiesen desaparecido. Los índices de pobreza en España de los que nos alertaban y avergonzaban, hace tan solo un mes, ya son un mal sueño o una pesadilla de la que hubiésemos despertado. Los ERTES han venido a ocultar el trabajo precario. Los megahospitales construidos en pocos días junto a los ya existentes acallan y cierran los centros de salud en un nuevo gesto de supremacía y fuerza del sistema hospitalcentrista. Las medidas económicas impulsadas por el gobierno para paliar los efectos de la pandemia invisibilizan a quienes no cumplen ninguno de los requisitos para acogerse a ellas. Los efectos del confinamiento disimulan las carencias y penurias de las poblaciones vulneradas. Los cuidados prestados en hospitales a quienes se contagian hacen olvidar los cuidados que día a día prestan miles de cuidadoras en sus casas de manera silenciosa sin que nadie les aplauda diariamente, posiblemente porque eso se entienda que es lo que les toca hacer, que eso ya estaba, que no forma parte del espectáculo del COVID-19. Y tantas otras situaciones que son fagocitadas por la voracidad pandémica.
Sin embargo, también hay que reconocer que el COVID-19 ha logrado poner al descubierto determinadas carencias que al estar tan íntimamente ligadas a su voracidad sí que salen a la luz y tienen la oportunidad, antes difícil, de convertirse en noticia o, mejor, de compartir noticia, porque realmente “el protagonista” es el COVID-19. De tal manera que junto al COVID-19 y actuando como “actor/actriz secundario/a” aparece en escena el deplorable estado de muchas residencias de la 3ª edad que hasta la fecha, salvo por escándalos puntuales, nunca eran motivo de interés informativo. Las malas condiciones higiénicas, el hacinamiento, la falta de recursos, el trabajo precario de muchas/os de las/os profesionales que en las mismas trabajan, la ausencia o mínima presencia de personal sanitario cualificado y las condiciones precarias en las que trabajan… son tan solo algunas de las carencias que, estando presentes desde hace mucho tiempo, tan solo las muertes y contagios provocados por el COVID-19 han sido capaces de sacar a la luz una situación tan lamentable, triste, como vergonzosa de como se cuida a nuestros mayores en muchas residencias tanto públicas como privadas. Esperemos que al menos esta tragedia sirva para llevar a cabo investigaciones e intervenciones en profundidad que vayan más allá de depurar responsabilidades y sirvan realmente para poner orden en dichas instituciones.
Nuestro Sistema de Salud, también ha quedado retratado en esta pandemia. Nadie duda de la excelencia del mismo, basado fundamentalmente en los principios que lo sustentan, es decir, universal, accesible y gratuito, pero que se basa en un paradigma asistencialista y medicalizado que no responde ni soporta la realidad actual de nuestra sociedad y que se ha visto desbordado, básicamente, por problemas de personal derivados de las pírricas ratios existentes en algunos colectivos profesionales como las enfermeras. Todo ello a pesar de las reiteradas recomendaciones y advertencias de las principales organizaciones internacionales. Pero, ante todo, se ha demostrado claramente cuáles son las consecuencias de las políticas privatizadoras en contra de un Sistema Público, que han conducido a un claro debilitamiento de este último y de su capacidad de respuesta. Finalmente se ha demostrado que no es tanto el Sistema, como tal sistema, el que es excelente sino quienes, a pesar de los políticos y gestores, es decir las/os profesionales, logran que funcione. Superada la crisis será necesario también hacer un profundo replanteamiento de este Sistema que, ante todo, requiere de inversión, reorganización y de políticas públicas potentes.
Y llegados a este punto del análisis que, evidentemente, tan solo ha servido para valorar superficialmente aspectos de esta crisis que merecen un profundo debate e intervención, quería detenerme en un aspecto que me preocupa especialmente y que como los anteriormente mencionados al principio quedan ocultos por efecto del mediático y popular COVID-19.
Desde que se implantara el Estado de Alerta pareciera como si la violencia de género hubiese desaparecido. Como si de un plumazo las víctimas hubieran dejado de sumarse a la vergonzosa lista que se inicia cada año, como consecuencia de una parálisis en seco de las agresiones.
No dejaba de sorprender, al menos para mí, el hecho de que el aislamiento en los hogares no se pudiera convertir en un importantísimo factor de riesgo para esta lacra de la violencia de género que supusiese un aumento de las agresiones y las muertes. Pero el silencio informativo al respecto, tanto de las autoridades como de los medios de comunicación, contribuyeron a que se adormeciese la memoria colectiva y dejase de ser un tema prioritario de interés y preocupación. Bastante tenemos con el maldito COVID-19, parece que pensemos todos en uno u otro sentido, como para preocuparnos de otras cosas.
Es algo a lo que venía dándole vueltas desde que se inició la locura de la pandemia, pero no quise decir nada al respecto hasta la fecha por la falta de datos que sobre el tema existían. Hasta que ayer en la comparecencia pública diaria que sobre, como no, el COVID-19, se lleva a cabo, se informó de lo que parecía una consecuencia macabramente lógica, que no es otra que, la violencia de género, al menos en cuanto a agresiones se refiere, habían aumentado. Y se hacía un llamamiento a que se denunciasen todas aquellas situaciones que pudieran hacer sospechar que se estaba produciendo una agresión.
Pero más allá de esta información y recomendación puntual no se dieron más datos, ni la noticia tuvo más eco mediático, porque inmediatamente, como si de una ola se tratase, la alarma sobre la violencia de género quedó borrada de la arena informativa.
Posiblemente las denuncias hayan descendido, que no las agresiones, por la situación de confinamiento y el miedo a ir a los hospitales o a los centros de salud que aún queden abiertos. Una consecuencia más de la terrible equivocación de cerrar los centros de salud o convertirlos exclusivamente en pequeños hospitales de campaña. Se pierden las referencias a donde acudir.
No voy a restar importancia a lo que está sucediendo a causa de la pandemia, es un hecho y una situación sin precedentes próximos y de consecuencias insospechadas, pero no me resisto a llamar la atención sobre este tema, porque los árboles de primera línea de la pandemia, no nos están dejando ver el bosque repleto de situaciones que no pueden quedar ocultas y olvidadas. Porque el olvido es el primer paso para la relajación y con ella para el retroceso en el camino, hasta ahora recorrido, para luchar contra la violencia de género, así como contra otros problemas que no han desaparecido de nuestra sociedad por mucho que estén callados informativamente.
El aislamiento, el aburrimiento, las plataformas de cine on line, las redes sociales, la lectura, la música, los momentos programados de aplausos… no pueden ni deben desplazar de nuestra memoria aquellos problemas que siguen existiendo y que aflorarán con fuerza cuando salgamos de nuestras zonas de confort.
La violencia de género supone una terrible amenaza para las mujeres, pero es también una lacra social porque retrata el sustrato de nuestra cultura y educación. Es por ello que nada, absolutamente nada, ni tan siquiera esta pandemia, debiera ocultar, disimular, maquillar… las heridas, hematomas, dolor, sufrimiento, rabia contenida, humillación, miedo… que las agresiones continúan generando en las mujeres y también en la sociedad en su conjunto. Porque los maltratadores no han cesado en su actividad esencial y continúan practicándola.
Es por ello que yo solicitaría que separáramos la mirada, detuviéramos la escucha y desviásemos la atención un momento sobre el monopolio informativo del COVID-19 y pensásemos en que hay problemas previos que no tan solo no han desaparecido, sino que están aprovechando, la actual distracción colectiva, para seguir con su imparable y violento proceso. Estaría bien que lo recordásemos.
A lo mejor esto es algo sobre lo que también habrá que reflexionar una vez superada la crisis y el hartazgo informativo del COVID-19.
Se ve que las audiencias son más importantes que las incidencias.
Como suele suceder en esta sociedad patriarcal y machista en la que las mujeres continúan teniendo que hacer grandes esfuerzos, no tan solo para lograr visibilidad, sino para alcanzar los derechos que, como personas, al margen de su género, les corresponden, las heroínas en el mundo del cómic, por ejemplo, cuestan de identificar. Rogue, Storm, Jean Grey, Black Widow… difícilmente pueden competir contra Spiderman, Superman, Batman, Capitán América… y tantos otros. A no ser que asuman la versión femenina de estos, como Spider-Woman, Super-Women, She-Hulk… en un intento burdo y fallido por otorgar rango de heroína a través de un héroe previo ya consolidado.
La pandemia del COVID-19 y sus efectos, ha llevado a que la sociedad identificase a los profesionales sanitarios como héroes. Categoría que posteriormente se ha ido adjudicando a nuevos profesionales e incluso a personas que asumen el confinamiento de muy diferentes maneras (niñas/os, ancianas/os, cuidadoras/es…), de tal manera que prácticamente toda la sociedad asume rango de heroicidad ante este enemigo común denominado COVID-19.
Pero ciñéndome al personal sanitario y más concretamente a las enfermeras, veremos que la analogía que al respecto se puede hacer es la misma.
Realmente esta historia de héroes se inició con la denominación masculina porque iba dirigida al personal médico que fue como se difundió al principio. Como quiera que la asignación de heroicidad selectiva generó cierto malestar en diferentes sectores, se optó por la denominación neutra de personal sanitario que, en ocasiones, se alterna con la de personal médico y sanitario en un ejercicio de ignorancia mezclada con clasismo que no tiene nombre, pero que reiteran los periodistas con inusitada e irritante frecuencia.
Con independencia de tener capas y poderes, la sociedad también se unió a la identificación de héroes y la acompañó con sesiones vespertinas de aplausos de agradecimiento.
Las heroínas, quedaban una vez más, fagocitadas por los héroes y al nombrar en masculino automáticamente la imagen que se proyecta es la de la profesión dominante y, por tanto, la que finalmente se interioriza es esa y no otra, que además las/os periodistas ya se encargan de apuntalar con su vulgar y torpe identificación de los profesionales.
La pandemia acabará, o cuanto menos reducirá significativamente su poder y alcance, lo que permitirá reiniciar una vida menos claustrofóbica, aunque dudo que normal, desde los parámetros de normalidad que mantenemos presentes de antes de la pandemia. En ese reinicio las enfermeras debemos aprovechar la condición de heroínas antes de que se desvanezcan “los poderes” de tal condición y la sociedad, con la ayuda inestimable de las/os periodistas, nos vuelvan a olvidar, invisibilizar o estereotipar. No se trata de hacer nada especial, tan solo reforzar nuestra condición, no de heroínas, sino de enfermeras y de lo que como tales podemos ofrecer en una situación en la que se van a necesitar mucho los poderes reales de los cuidados enfermeros.
El problema que esta situación de crisis ha generado en la identificación masculina de héroes está muy influenciada por la patología y el hospital en su relación estrecha con la identificación médica. Para poder ser identificadas de manera diferenciada como heroínas es importante que, en la nueva fase de la crisis, que permanecerá, la identificación se realice fundamentalmente con la salud y los cuidados para promocionarla, mantenerla o recuperarla, al tiempo que contamos con la comunidad para fortalecer la autonomía a través de su participación directa en la toma de decisiones.
Sin duda la unión de todas las heroínas y héroes ha sido fundamental para luchar contra el coronavirus. Pero que a nadie le quepa la menor duda de que cuando se reduzca la necesidad de mantener esa unión, volverán a surgir los “verdaderos” héroes y a desaparecer las heroínas.
Los aplausos cesarán; los recuerdos de desvanecerán; el sufrimiento pasado dará paso a otro, asociado a diferentes carencias; las necesidades y las demandas se modificarán; los escenarios se redefinirán… y entonces hará falta desplegar la capa para permitirnos volar y llegar a todas aquellas personas y familias que van a necesitar atención personalizada. Activar el poder de la observación para identificar todos aquellos aspectos que nos aporten información valiosa para la prestación de cuidados. El poder de la escucha activa será fundamental para no perder detalles de lo que directa o indirectamente nos estén verbalizando. El calor reparador de nuestro tacto en momentos en los que sea necesario y oportuno. La fuerza de nuestra intervención integral, integrada e integradora para abordar cualquier problema o situación de salud en toda su amplitud. La empatía con la que, situándonos en el lugar de la persona atendida, seamos capaces de lograr el consenso de cuidados. La capacidad de personalizar la atención en función de la persona y no de la patología… y tantos otros poderes que debemos poner en valor si realmente queremos que se valoren.
Por lo tanto, antes de nada, lo primero que tenemos que hacer es creernos firmemente y con convencimiento lo que somos, es decir, ENFERMERAS. Lo de heroínas es un detalle, una anécdota, una ocurrencia… que no nos hace ni más valientes, ni más poderosas, ni más importantes, ni más fuertes. Lo que realmente nos otorga poderes, nuestros poderes, es el ser y sentirnos enfermeras, eso es nuestra criptonita, nuestro veneno de arácnido, nuestra radiación… no hay artificios o sustancias mágicas. Y es precisamente esa condición la que nos permitirá ser identificadas, valoradas, reconocidas y visibles.
Sin eso, tan solo seremos un recurso, un puesto, una plaza… con los que jugar en momentos determinados según la ley de la oferta y la demanda.
Aprovechemos la inercia de esta campaña de marketing que ha surgido como impulso, pero nunca como referencia de nuestra capacidad y poder y que no nos lo va a dar una esporádica condición de heroicidad.
Salgamos de nuestras consultas, de nuestros centros y lleguemos allá donde realmente están las necesidades de salud, en los domicilios, en las escuelas, en las asociaciones… dejémonos ver, identifiquémonos… para que nos pongan cara y nombre, los nuestros, no necesitamos ni de máscaras ni de pseudónimos que oculten nuestra identidad, porque precisamente ese es muchas veces el problema, que nos ocultamos tras múltiples antifaces que no dejan ver quienes realmente somos.
Esas/os y no otras/os son y deben ser las heroínas y los héroes, las enfermeras.
En cualquier caso, si tuviese que elegir una heroína que representase a las enfermeras, sin duda, elegiría a Mafalda que seguro que de haber seguido creciendo hubiese sido enfermera.