Nuevo vídeo en el canal You Tube del Blog «Enfermeras Comunitarias»
Alba Ávila Llorca, Isabel Campo Albiñana, Miriam Cantó Payá, Ángela Córcoles Parra y Paula Coves Villalva, estudiantes de 4º de grado de enfermería del curso 2018/2019 en la Universidad de Alicante, realizan este vídeo en el que a través de la confección de un libro nos muestran el papel de las enfermeras comunitarias en Atención Primaria de Salud.
Por su permanente compromiso con la salud de las personas, las familias y la comunidad
En momentos como los que estamos viviendo a nivel mundial, resulta complicado celebrar o, ni tan siquiera, reparar en cualquier tipo de celebración.
Sin embargo, precisamente por lo que está sucediendo, adquiere mayor relevancia y significado el día de la Atención Primaria de Salud. No porque haya que celebrarlo más o con mayor alegría, sino porque se hace más necesario que nunca el reivindicar la importancia que para la salud de las personas, las familias y la comunidad tiene la Atención Primaria de Salud y por lo que puede significar su debilitamiento en el marco de cualquier sistema sanitario.
Tomando como referencia la declaración de Atención Primaria de Alma Ata de 1978, el Real Decreto de Estructuras Básicas de 1984, permitió que se llevase a cabo un cambio radical de las entonces denominadas instituciones abiertas o ambulatorios médicos en los que se prestaba asistencia médica primaria, mediante la organización y puesta en marcha del que vino en denominarse nuevo modelo de atención primaria a desarrollar desde los centros de salud por parte de equipos multidisciplinares.
Posteriormente, fue aprobada la Ley General de Sanidad de 1986, por consenso y unanimidad de todos los miembros del Congreso, algo que resulta ya casi anecdótico y utópico de repetir en la actualidad, sentando las bases de un Sistema Nacional de Salud que, entre otras cuestiones de interés, establecía la universalidad, continuidad, longitudinalidad y gratuidad del mismo, basándose en la identificación de la salud como derecho fundamental de toda la población, tal como se recoge en nuestra constitución. Así mismo se establecía la estructura del sistema en dos ámbitos fundamentales como son el hospitalario y el de la Atención Primaria de Salud (APS), que debían coordinarse para garantizar la continuidad de la atención y de los cuidados, promoviendo y desarrollando la participación comunitaria a través de los órganos de participación ciudadana.
Quedaban sentadas pues las bases del que estaba llamado a ser reconocido como uno de los mejores sistemas de salud del mundo.
Centrándome en la APS, sus inicios fueron un equilibrio entre las dudas y la ilusión o curiosidad que el mismo despertaba entre quienes debían ser sus impulsores, es decir, las/os profesionales, teniendo en cuenta la falta de preparación, las improvisaciones políticas y la deficiente organización. A pesar de todo lo cual lograron impulsar el nuevo modelo y convertirlo en un motor fundamental de la atención.
Los primeros años fueron cruciales para definir y dar sentido a un modelo que chocaba con el recelo y la resistencia de quienes veían en este un peligro a sus derechos profesionales y laborales, así como a su prestigio, al emerger profesionales como las enfermeras que adquirían un rol específico y autónomo, al margen de quienes habían sido hasta entonces exclusivos protagonistas de la atención.
Sin embargo, a pesar de todos los inconvenientes, la APS logró implantarse y desarrollarse coincidiendo con la progresiva transferencia de competencias de sanidad a las comunidades autónomas hasta completar los 17 servicios autónomos de salud existentes en la actualidad.
La aprobación de la especialidad de medicina familiar y comunitaria que derivó en la incorporación de los médicos que la realizaron en los centros de salud, lejos de favorecer su desarrollo generó un cisma profesional que derivó en una división que aún hoy persiste.
La creación de la primera Sociedad Científica de Enfermería Comunitaria, la Asociación de Enfermería Comunitaria (AEC), supuso, sin duda, una gran paso para la enfermería comunitaria en general y en la Atención Primaria, en particular, al sentar las bases de su desarrollo científico-profesional y la principal impulsora de la especialidad.
Por su parte el fallido desarrollo de las especialidad de enfermería, entre las que se encontraba la de Enfermería en Salud Comunitaria, tras la publicación del Real Decreto de 1987 que las regulaba, impidió una definición clara de las competencias de las enfermeras en el ámbito de la APS que tendría graves consecuencias posteriores.
Los principios básicos del modelo se fueron difuminando ante la falta de estrategias organizativas claras por parte de los decisores políticos, por la desilusión y desmotivación de los profesionales que veían como sus esfuerzos no obtenían la respuesta esperada y necesaria y por la influencia del ámbito hospitalario que fue colonizando los centros de salud y fagocitando los principios básicos de atención primaria.
La participación comunitaria, el trabajo en equipo, la intervención comunitaria, la promoción de la salud, la educación para la salud… fueron reduciéndose a anécdotas o voluntarismos sin apoyo ni reconocimiento. Dejando paso a pruebas derivadas desde el hospital que debían asumir las/os profesionales de APS, lo que les obligaba a abandonar las competencias propias del ámbito comunitario.
Las políticas de personal se traducían en el desajuste de los equipos provocado por la incorporación de enfermeras del hospital, con criterios exclusivos de antigüedad y con una concepción, en la mayoría de los casos, del trabajo comunitario basado tan solo en la posibilidad de descanso, lo que provocaba el desplazamiento de las enfermeras comunitarias.
La regulación de las especialidades de enfermería mediante el Real Decreto de 2005, permitía finalmente la formación de especialistas de enfermería familiar y comunitaria que, sin embargo, no se han incorporado hasta la fecha en los centros de salud y quedando pendiente de resolver la prueba extraordinaria que permita el acceso a la especialidad a las enfermeras que certifiquen su capacidad para obtenerlo.
La megalomanía política se tradujo en la construcción de hospitales cada vez más grandes en una competencia sin sentido entre comunidades para ver quien lo tenía más grande. Mientras tanto los centros de salud se convirtieron, cada vez más, en ambulatorios de lujo con edificios de diseño, pero con contenidos asistencialistas, medicalizados y alejados de la realidad social y comunitaria. La atención domiciliaria se transformó de nuevo en visitas domiciliarias a demanda y sin intervención familiar.
El efecto de las crisis supuso la puntilla provocando una clara reducción de las plantillas y de los recursos lo que se tradujo en un desplazamiento de la atención por la asistencia.
La cronicidad condujo a intervenciones medicalizadas que la cronificaban y generaban una demanda insatisfecha cada vez mayor.
En este estado de total deterioro de la Atención Primaria y, por tanto, del Sistema Nacional de Salud, que nadie se lleve a engaño, en 2019 se acomete una estrategia de cambio de modelo que finalmente se aprueba en el Consejo Interterritorial de 10 de abril de 2019 y se publica en el BOE de 26 de abril de 2019. Las reuniones para que la teoría se convirtiese en realidad, quedaron bruscamente paralizadas, como casi todo, por la irrupción súbita, sorpresiva y desconocida del COVID-19.
Desde el inicio de la pandemia, se ha hecho mucho hincapié en las excelencias de nuestro sistema sanitario para poder hacer frente a una epidemia tan letal. Este permanente mensaje, lanzado como un mantra, a la población, que desde el retiro forzado en sus casas permanecía ávido por conocer lo que pasaba y cómo se afrontaba, era más un intento por trasladar que la situación estaba controlada y que nada podría con la fortaleza de dicha excelencia, que una realidad contrastada que el tiempo se encargaría de poner en entredicho a pesar de mantener como una constante, dicho mantra.
En este sentido cabe destacar al menos dos consideraciones que justifican, al menos en parte, el mensaje. En primer lugar, se habla de la excelencia del sistema en una condiciones de salud de la población general que contribuyen a mantener dicha percepción, y en las que poco o nada tiene que ver el sistema sanitario, ya que los determinantes sociales (clima, estilo de vida, dieta mediterránea…) y el sustento de cuidados familiares en el domicilio (80% de los cuidados son prestados directamente en el ámbito familiar) son los que logran altos niveles de salud que no requieren de masivas intervenciones por parte del Sistema, que mantiene un discreto equilibrio entre demandas y respuestas. En segundo lugar, la excelente formación y actitud de las/os profesionales del sistema suplen en muchas ocasiones las claras deficiencias del mismo, a pesar del permanente maltrato al que son sometidos con recortes permanentes y falta de valoración.
Pero la pandemia, entre otros muchos efectos, sitúa al sistema sanitario en su justo lugar. Por una parte, la excelencia de sus profesionales permite acometer con éxito tan terrible embestida, pero con unas consecuencias nefastas para ellas/os que ven como se producen más de 25.000 contagios y un número indeterminado de muertes. La falta de material de protección y una organización improvisada que desprecia a la Atención Primaria en favor de los hospitales, influyen también de manera determinante en la debilidad del mantra.
Las deficiencias del “excelente” Sistema Sanitario emergen dejando al descubierto la falta de coordinación entre Hospital, Primaria y Sociosanitaria con efectos devastadores en las residencias de personas mayores, las extraordinarias carencias de personal y su irracional organización, la residual intervención de Salud Pública más allá de un servicio administrativo de contabilidad de morbi-mortalidad, los recortes permanentes con especial incidencia en Atención Primaria, los desequilibrios de distribución de presupuestos entre Atención Primaria y Hospital, las inexplicables decisiones de contrataciones y definición de puestos de trabajo, las huidas masivas de profesionales al extranjero que ahora se echan a faltar, las soluciones sin sentido como la contratación de estudiantes… Y, una vez más, la carrera política por ver quien construye más hospitales de campaña aunque sea para mantenerlos cerrados o sin personal para atenderlos, mientras se cierran centros de salud o se desplazan a sus profesionales hacía los hospitales, o existen recursos, como hoteles que podrían albergar a pacientes leves o a sanitarios, que permanecen vacíos a pesar de su oferta para ello,, impidiendo o dificultando las acciones de contención y dejando sin atender necesidades en los domicilios o a pacientes terminales o con gran dependencia, el abandono de las cuidadoras familiares, la incidencia de la pandemia en las poblaciones vulneradas… son tan solo algunas de las evidencias que han quedado expuestas de manera cruda y desgarradora, tan solo maquillada con el mantra permanente de la excelencia del sistema, que únicamente es capaz de sostener el personal sanitario aunque sea a costa de su propia salud.
Cuando esta pandemia permita pensar en algo más que contar altas hospitalarias, contagios y muertes, será el momento de analizar, sin reproches, pero sin falsos escrúpulos, las deficiencias que no permiten sostener que contamos con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Tan solo cuando seamos capaces de reconocer esto estaremos en disposición de mejorarlo. Mejorarlo para poder responder a la pobreza, la inequidad, el no acceso a la educación, la vulnerabilidad, la violencia de género, la soledad, la cronicidad, el medio ambiente… como problemas emergentes que ocasionan enfermedad y sufrimiento que habrá que atender fundamentalmente desde la Atención Primaria de Salud.
Para ello se requiere un cambio absoluto del actual modelo de atención, en todo el sistema, que permita dar respuestas eficaces y eficientes a la realidad que emergerá tras la pandemia.
En este día de la Atención Primaria, por tanto, merece la pena destacar su trascendencia para que ese sistema de salud deseable y deseado sea una realidad y no tan solo un mantra engañoso que desvíe la atención de las enormes carencias que soporta y que impiden que la población, tanto sana como enferma, tenga respuestas que faciliten una atención integral, integrada e integradora y no fragmentada y focalizada exclusivamente en la enfermedad, que la generación de entornos saludables favorezca que su participación sea efectiva y real y no tan solo la eterna quimera filosófica de los planteamientos de la APS, que la promoción de la salud deje de ser una anécdota para pasar a ser el eje vertebrador de la atención, que la continuidad de cuidados sea real y no tan solo un eterno objetivo, que la atención familiar domiciliaria facilite la intervención familiar, que la transdisciplinariedad y la intersectorialidad permitan intervenir de manera coordinada en los objetivos comunes priorizados, que los/os profesionales pasen de ser héroes/heroínas circunstanciales a ser agentes de salud importantes pero no exclusivos, que los criterios poblacionales y las necesidades comunitarias sean quienes determinen la dimensión de las plantillas, que las aptitudes en salud comunitaria y salud pública junto a las actitudes, sean determinantes para poder trabajar en Atención Primaria de Salud, que la Atención Primaria de Salud deje de ser subsidiaria de la atención hospitalaria, entre otras.
Ojalá que el próximo 12 de abril podamos celebrar que muchas de estas carencias y demandas, bien han sido solucionadas o se está en disposición de llevarlo a cabo, a través del diálogo, el debate, el análisis, la reflexión y la decisión política de hacerlo realidad. Mientras tanto, este año, ha servido para que las principales sociedades científicas de enfermería y medicina familiar y comunitaria hayan unido sus esfuerzos y sus voces para resaltar la importancia de la Atención Primaria de Salud y reivindicar su papel fundamental en el sistema nacional de salud, a través de un mensaje tan significativo como “La Salud nuestro principal objetivo”
Podemos tener uno de los mejores sistemas sanitarios si nos lo proponemos. Pero para ello es imprescindible contar con una extraordinaria Atención Primaria de Salud.
Sirva la celebración de este año para que la pandemia sea, además de otras muchas cosas, un punto de inflexión a partir del cual mejorar.
Mientras eso llega a conseguirse, que al menos nos sirva para reconocer el extraordinario trabajo, en base a una gran implicación y una impagable renuncia personal, de todas/os las/os profesionales de APS y muy especialmente de las enfermeras comunitarias, y nuestro recuerdo permanente a quienes dieron su vida haciendo lo que mejor sabían hacer, cuidar y curar.
Durante todo este tiempo de contagio, enfermedad y muerte, hemos estado tan pendientes del estado del sistema sanitario y de sus profesionales, de la evolución de la pandemia, de las declaraciones de los responsables de los diferentes ministerios, de las prórrogas del estado de alarma, de la caída de la economía… que realmente, quienes trabajamos en otro ámbito que no sea el sanitario, parece como si no estuviésemos haciendo nada. Como si nuestro confinamiento se hubiese tornado en unas vacaciones pagadas, lo que, en el caso de las/os docentes, viene a sumarse al ya tópico popular de que tenemos muchas vacaciones, lo que no es más que, eso, un tópico sin fundamento y alejado de la más absoluta realidad.
Centrándome en las/os docentes de las facultades/centros de enfermería, quisiera trasladar la enorme dificultad con la que nos hemos encontrado con el estallido de esta pandemia. No es mi intención establecer comparación alguna con las/os profesionales sanitarios y con los de otros sectores que están en primera línea de actuación contra el COVID-19, pero si que me parece importante que reflexionemos sobre lo que ha significado y significa el impacto de la pandemia en el proceso de enseñanza – aprendizaje. No tan solo en las/os docentes, claro está, sino también en las/os estudiantes, ambos como sujetos activos de la docencia, sino también en la propia docencia como elemento pasivo, pero trascendente del proceso.
La docencia de la enfermería es compleja por el alto contenido de experimentalidad que tiene en su denso plan de estudios, en el que hay que combinar los conocimientos teóricos con los prácticos, tanto en seminarios como a través de las asignaturas prácticum, a desarrollar en centros sanitarios, sociosanitarios o comunitarios, tal como determinan las directrices de la comunidad europea.
Si la combinación de todo este proceso ya es complicada de articular y desarrollar tanto en las aulas, laboratorios y seminarios de las Universidades como en las unidades, servicios, centros… del sistema sanitario y otros dispositivos, el tener que dar continuidad al proceso de enseñanza-aprendizaje desde el confinamiento determinado como consecuencia del Estado de Alarma, resulta verdaderamente difícil. No tanto por lo que supone adaptar las clases teóricas a través de las múltiples plataformas virtuales que ofrecen las propias universidades y que ya se venían utilizando, como el tener que adaptar los prácticum a un aislamiento que aparta a las/os estudiantes de los escenarios de práctica real y de la relación con sus tutoras/es en la dinámica de adquisición de competencias en dichos contextos prácticos.
De la noche a la mañana, las aulas debieron quedar desiertas y los hospitales, centros de salud, centros sociosanitarios… dejaron de recibir a las/os estudiantes que, en un puzle casi imposible, se distribuían por sus diferentes departamentos o servicios tutorizadas/os por una enfermera y con una planificación muy detallada de los objetivos, actividades y competencias que debían acometer durante un período que daría paso a un nuevo destino hasta completar la totalidad de prácticums que, en cada uno de los curos, están recogidos en el plan de estudios.
La adaptación de dichos prácticum para que las/os estudiantes no vean interrumpido su proceso de enseñanza-aprendizaje y con él la dinámica que les permita alcanzar las competencias que hubiesen tenido que adquirir en los centros asistenciales, ha supuesto, sin duda un reto en el que hay que agradecer muy sinceramente a todas las partes el grado de compromiso, implicación, pero sobre todo de comprensión, para lograr que dicha adaptación cumpla al máximo con lo que el plan de estudios determina, al menor coste docente y con la máxima rentabilidad de aprendizaje. Equipos decanales, docentes, personal de administración y estudiantes, han logrado en un tiempo récord y con una absoluta falta de experiencia al respecto, adaptarse a una situación tan compleja como desconocida para todas/os.
Si a lo dicho añadimos que la pandemia acontece en el segundo cuatrimestre, con una inercia ya adquirida durante el primero y que supone tener que encajar múltiples elementos del engranaje docente sin que se desmonte toda la estructura, entenderemos mucho mejor, el esfuerzo que supone esta situación sobrevenida.
A esta complejidad hay que sumar un elemento que resulta muy determinante, como es la distancia. No deja de ser paradójico que en un tiempo en el que cada vez se tiende más a programas docentes a distancia, cuando se presenta una situación que obliga a incorporarla de manera obligada, urgente y sistemática se genere cierta desestabilización que debe equilibrarse de inmediato para poder responder a la necesaria dinámica que ya estaba instaurada en aulas y servicios sanitarios. Sin duda un reto.
La adecuación de materiales para llevar a cabo las clases teóricas, la presencialidad a distancia a través de dispositivos virtuales, la interacción docente – discente en tiempo real a través de las plataformas utilizadas, las tutorías virtuales, la revisión de trabajos, la adaptación de los criterios de evaluación e incluso la realización de exámenes no presenciales, configuran una realidad que se presenta de manera súbita y a la que debe responderse tratando de generar las mínimas interferencias en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Capítulo especial merecen las/os estudiantes de 4º que se encontraban a escasos meses de acabar sus estudios para integrarse como profesionales en la comunidad, cuando estalló con toda su crudeza la pandemia.
Si, en general, a todas/os las/os estudiantes la situación les ha podido generar incertidumbre e incluso ansiedad, en las/os estudiantes de 4º, sin duda, estas sensaciones se han visto aumentadas de manera exponencial al tiempo que les restaba para ser enfermeras, con todo lo que ello supone,
Si ya la expectativa, y lo que la misma conlleva, de pasar de ser estudiante a profesional en situaciones de normalidad, es alta, la pandemia supuso una explosión de sentimientos y emociones encontradas, por lo que entendían podía tener de repercusión negativa en su desarrollo de aprendizaje y en la adquisición de las competencias que les faltaban. A lo que hay que añadir la realización de los Trabajos de Fin de Grado (TFG) que si bien en situaciones normales no dista mucho de como lo van a tener que desarrollar en confinamiento, no deja de suponer un nuevo elemento de estrés a añadir y a cómo se evaluará el mismo.
Incluso, y aunque parezca frívolo, el ansiado y esperado acto de graduación se verá comprometido y con ello la ilusión de compartir con familiares y amigas/os un momento tan especial y emotivo para todos/s ellos/as.
A todo esto, hay que sumar las informaciones contradictorias, la falta de concreción, las dudas planteadas, los intereses cruzados… que la oferta de incorporación de estudiantes como personal auxiliar o de apoyo se lanzó, de manera precipitada y sin una planificación mínimamente exigible, incorporándose en el ánimo de las/os estudiantes como una clara disrupción en su ya estresada percepción del proceso final de estudios. La inquietante curiosidad por algo tan impactante como incierto unido al miedo por enfrentarse a una situación tan peligrosa y que generaba tantas interrogantes, que pocos o nadie sabían responder, ccondujo a respuestas muy dispersas y con resultados aún más inciertos e inquietantes. La inexperiencia y el estado de cierto caos en los ámbitos en los que debían incorporarse, no contribuían tampoco a que este “experimento” fuese realmente oportuno ni tan siquiera necesario. Posteriormente las pocas experiencias de las se tuvieron noticias trasladaban situaciones indeseables en las que se ponía en riesgo tanto a las/os propias/s estudiantes como a las personas a las que debían atender, cuando su cometido, al menos normativa e inicialmente no era ese.
Ante este cúmulo de novedades, sorpresas, experiencias, contratiempos… cabe preguntarse si realmente esta situación nos servirá a todas para sacar algo positivo. Desde mi punto de vista, desde luego, considero que si rotundamente. Estoy convencido que de toda experiencia se aprende y esta, evidentemente, no es una excepción. Una de las principales herramientas con las que contamos las enfermeras, la observación, seguro que les ha servido a las/os estudiantes para analizar, reflexionar, aplicar el pensamiento crítico y articularlo con todo lo aprendido hasta ahora, para construir conocimiento y experiencia. Rescatar lo aprendido y lo aprehendido habrá contribuido a que puedan identificar la información que facilita mejorar la salud de la población. Hacer una lectura integral de todo lo que está sucediendo, valorando las acciones que se están llevando a cabo y cómo las entienden las/os estudiantes. Leer, pensar, contrastar adquiere una dimensión diferente a la que estaban habituados, como forma de mejorar su formación. Queda en sus manos la necesidad de aprender más y mejor, sin nadie que les dicte, explique o comente lo que está sucediendo en tiempo real. Disponen, para ello, de herramientas para hacerlo de manera autónoma, de aplicarlas, como tan bien saber hacer, y aplicarse en ello. Estoy convencido de que no pierden la oportunidad de hacerlo.
Guardar, almacenar, ordenar todo lo que van viendo, observando, oyendo, percibiendo, leyendo… les va a aportar información valiosísima para cuando dentro de unos meses tengan oportunidad de trabajar como enfermeras y puedan utilizar todo ese bagaje en propuestas de intervención ante la nueva realidad que quedará tras la pandemia.
Así mismo estoy seguro de que esta situación movilizará la conciencia y la ciencia que ya poseen y que en base a ello podrán rebelarse, ser inconformistas y no dejarse arrastrar por la corriente de la mediocridad. Tienen capacidad, conocimiento y fortaleza. Les toca aplicar la motivación, la implicación y la innovación para dar respuestas eficaces, diferentes y eficientes. Ese será el momento de hacerlo y no ahora en una situación de incertidumbre en la que no les corresponde asumir responsabilidades que están fuera de la lógica en una situación tan crítica. Ahora les toca aprovechar la ocasión que la situación les brinda para aprender a ser unas fantásticas enfermeras. Porque como tantas veces digo, ser buena enfermera es muy difícil y ahora les corresponde aplicarse para serlo.
Pero todo esto no se logra por generación espontánea, requiere de un aprendizaje previo para que las/os estudiantes identifiquen sus fortalezas y las apliquen con el fin de obtener los mejores resultados, al igual que sepan identificar sus debilidades y corregirlas para minimizarlas o anularlas. El análisis, la reflexión, el pensamiento crítico e incluso el sentido común, de los que hablaba, deben visibilizarse, ponerlos en valor, darles sentido para que ellas/os entiendan la importancia que tiene incorporarlos en la construcción de su conocimiento y desarrollo. Todo ello forma parte de nuestra labor docente que va mucho más allá, de los apuntes, las clases, las tutorías o los exámenes que tanto les preocupan a las/os estudiantes.
Por eso, para las/os docentes también está suponiendo una experiencia vital sin precedentes a la que hemos tenido que responder casi sobre la marcha y que nos ha permitido descubrir nuevas formas de relación, comunicación, comprensión, empatía… para darle valor a una docencia que para nosotras/os resulta tan importante la presencialidad y la práctica.
Seguro que conforme vaya incorporándose una cierta normalidad, todas/os los que participamos de esta gran aventura de la docencia sabremos incorporar todo lo aprendido y modificar muchos aspectos que la rutina habían instaurado como normales, cuando realmente no lo son. La configuración de un espacio más participativo, libre, reflexivo, crítico e incluso democrático servirá para mejorar en todos los sentidos.
Otra cuestión es en el contexto de la investigación que también se ha visto contagiada por el virus y parece como si ya no hubiese nada más sobre lo que investigar. En este sentido creo que es necesario hacer una reflexión seria y rigurosa para que la parte no se convierta en el todo y el COVID-19 deje espacio para seguir investigando aspectos relevantes y necesarios para la salud de las personas, las familias y la comunidad, a pesar del mercado editorial científico que ya está invadiendo y contaminándolo todo para satisfacer su hambre mercantilista, con peticiones exclusivas sobre la pandemia que, seguro, van a desplazar trabajos previos y futuros de gran interés.
Lástima que la pandemia no vaya a servir para modificar este mercantilismo científico disfrazado de alto impacto que tanto daño está haciendo a determinadas áreas de conocimiento y ámbitos de atención. Alguna vez alguien debiera poner orden a estos desmanes tan respetados y poco respetables.
Esta grave crisis, entre otras muchas cosas, está sirviendo para visibilizar y poner en valor a las/os profesionales sanitarios en general y a las enfermeras en particular, hasta el punto de identificarlos/as como héroes/heroínas. Pues bien, creo que es de recibo que se valore el que son magníficas enfermeras por su capacidad, pero también por lo que sus docentes han sido capaces de transmitir para que lo sean. No se trata de solicitar el aplauso, ni tan siquiera de compartirlo, les corresponde a ellas en exclusiva, pero sí al menos de poner también en valor la muchas veces oculta e ingrata labor docente.
La mayoría nos las prometíamos muy felices hace tan solo unos meses. De hecho, soñábamos y planificábamos en las vacaciones o, cuanto menos descanso, en las fiestas de Pascua.
Pero nadie calculaba que su descanso tuviese que ser de obligado encierro a causa de un visitante tan inesperado como indeseable, que se encargó de que nuestros sueños se quedasen en tan solo un sueño, cuando no en una pesadilla.
Los valencianos nos quedamos sin fallas, los castellonenses sin las fiestas de la Magdalena, muchos pueblos españoles sin Semana Santa, los sevillanos sin su Feria de Abril, los adictos al fútbol sin gol, los deportistas sin gimnasios, los artistas sin teatros, los cantantes sin escenarios, los comerciantes sin clientes, los clientes sin comercios, los maestros sin aulas, las universidades sin estudiantes, los cines sin espectadores, los parques sin niños, los jardines sin jardineros, los payasos sin risas, los circos sin payasos, los novios sin parejas, las parejas sin soledad, congresos sin congresistas, las calles sin viandantes, los bares sin tapas, los restaurantes sin menús… todo en un ambiente de sobriedad, silencio y soledad como en una Semana Santa eterna, al gusto de algunos nostálgicos de antaño.
Incluso hay quienes pensarán que se trata de un tiempo de penitencia, resignación y aceptación por los pecados cometidos. Tenemos ejemplos recientes como el SIDA.
Pero nada de eso es así. Ni se trata de una plaga como castigo divino a nuestras miserias humanas, ni estamos de penitencia, ni tenemos por qué resignarnos. Todo lo contrario, resistir sí, resignarse no.
Sin embargo, los centros de salud, las residencias de personas mayores, los hospitales… se llenaron de personas contagiadas. Pero en este caso estaban las/os profesionales para atenderles, cuidarles y curarles. Las farmacias facilitando el acceso a medicamentos. Los supermercados y tiendas de alimentación, llenos de dependientas/es que garantizaban el alimento. Los transportistas que aseguraban los suministros, los cuerpos de seguridad y el ejército velando por nuestra seguridad… y todas/os ellas/os en riesgo de ser contagiadas/os por no disponer siempre de las medidas de protección adecuadas para su seguridad y las de sus familias.
El panorama es extraño, triste, incierto, incluso desolador y, a pesar de ello o precisamente por ello, el comportamiento de la ciudadanía en general está siendo ejemplar.
En un país que ama tanto la libertad, el aire libre, el contacto físico, las reuniones sociales… tener que renunciar a todo ello para confinarse en sus casas sin posibilidad de salir, ya es meritorio.
Pero es que, además, se esté utilizando este aislamiento para encontrar nuevas e imaginativas formas de socializar e incluso de recuperar contactos perdidos u olvidados. De trabajar con dinámicas diferentes en un contexto que gusta tanto de la presencialidad en el puesto de trabajo. De agradecer los esfuerzos de tantas y tantas personas que no pueden hacer el aislamiento porque necesitamos de su aportación para superar esta situación. De aprender nuevas formas de aprender. De estudiar maneras distintas de enseñar. De experimentar nuevas formas de ocio. De ejercitar la mente y el cuerpo innovando. De descubrir y disfrutar de forma diferente de nuestras parejas e hijos. De resistir sin necesidad de desesperar…
Nada de esto puede, nunca, ser posible como respuesta a la resignación, sino a la solidaridad y la unidad en contra de un virus tan desconocido como temido.
Y todo a pesar de políticos que utilizan la situación de manera partidista e interesada, o que se esconden para eludir responsabilidades; de consejeras/os que dictan normas, órdenes o decretos que van contra el más elemental de los sentidos, el sentido común; de gerentes que racionan recursos en lugar de racionalizarlos; de irresponsables que tratan de saltarse las normas con el único objetivo de satisfacer su bienestar personal… mientras el número de profesionales contagiados y muertos no cesa de crecer.
Mientras todo esto sucede y mantenemos las dudas de cuándo podremos recuperar, no ya la normalidad, que tardará, sino cierta libertad, aunque sea contenida, sería importante que reflexionásemos sobre cómo podemos sacar provecho de lo vivido, por duro que haya sido, para responder a lo que tiene que venir tras la pandemia. Porque es importante que sepamos entender que ya no serán válidos muchos de los comportamientos, actitudes, posicionamientos… que antes de la pandemia manteníamos como lógicos, aceptados e inclusive exigibles. La ciudadanía en su conjunto tenemos que aceptar que vamos a tener que convivir con otros parámetros, con otros criterios, con otras reglas, con otros estándares… que nos acerquen a una convivencia mucho más colaborativa y solidaria como hemos podido comprobar que sabemos hacer cuando nos hemos tenido que adaptar a la adversidad. Ya no será suficiente con aplaudir. Esos aplausos se tienen que transformar en implicación para, entre todos, construir un sistema de salud público de todos y para todos. Porque mientras todo esto sucedía la sanidad privada no ha estado inmóvil o expectante, sino que ha crecido un 35% los seguros suscritos. Y esto tendrá sus consecuencias en el equilibrio entre sanidad pública y privada. Por eso resulta imprescindible que identifiquemos que el sistema de salud es algo que no nos es ajeno.
Por su parte las/os profesionales sanitarios y muy especialmente las enfermeras comunitarias tenemos que cambiar nuestra actitud y adaptar nuestras aptitudes a las necesidades de ese nuevo escenario incierto, pero al mismo tiempo muy prometedor. Incierto porque no sabemos a ciencia cierta qué efectos tendrá la pandemia con relación a muchos ámbitos de nuestra vida diaria y muy especialmente con relación a la salud y prometedor porque nos permite promover nuevas estrategias de mejora en muchos sentidos.
Cómo habrá afectado este periodo al afrontamiento de las personas con relación a problemas de salud relacionados, por ejemplo, con la diabetes, la hipertensión, la obesidad, la ansiedad. Cómo habrán resuelto muchas situaciones sin poder acceder a su enfermera de referencia. Cómo habrán afrontado el proceso de cuidados las cuidadoras familiares teniendo que añadir este aislamiento al que ya ellas padecían. Cómo habrán suplido determinados recursos comunitarios. Cómo habrán respondido a exigencias por parte de otros miembros de la familia. Cómo habrán percibido la actuación de las/os profesionales ante esta situación… Y tantas más interrogantes que necesariamente deberemos ir respondiendo. Pero a las que, además, tendrán que ir incorporándose otras que necesariamente surgirán como consecuencia de esta situación que nos ha afectado a todas/os en mayor o menor medida y de maneras muy diferentes.
Pero lo que ya no va a poderse mantener es una relación de poder entre profesionales y ciudadanía. La participación de esta, tanto a nivel individual como colectivo, va a tenerse que incorporar de manera inmediata, aunque tengamos que desarrollarla de forma gradual.
Las experiencias vitales durante el aislamiento van a tener que ser aprovechadas conjuntamente para modificar hábitos y conductas. Los recursos disponibles no podrán ser utilizados de manera irracional. Las respuestas a los problemas de salud ya no serán posibles en una sola dirección. La alfabetización en salud no será una opción, sino una necesidad. La identificación de activos de salud que permitan generar salud, dejará de ser una experiencia puntual para pasar a ser una apuesta vital. La medicalización deberá abandonarse como respuesta exclusiva a los problemas de salud. El autocuidado dejará de ser identificado como una forma de liberar trabajo a las enfermeras, para pasar a ser una respuesta libre y autónoma de responsabilidad ante la salud. La fragilidad de la sociedad exigirá de un compromiso colectivo de cuidado. Las personas y poblaciones denominadas vulnerables tendrán que ser identificadas como vulneradas para lograr la igualdad y equidad que precisan con intervenciones participativas alejadas del paternalismo y la beneficencia. La responsabilidad con el sistema público de salud corresponderá a todos, ciudadanía y profesionales, además de a las instituciones y gestores o políticos. El protagonismo y el personalismo deberán dejar paso al trabajo transdisciplinar. El centro de salud deberá pasar a ser considerado un recurso comunitario más y no el único recurso de salud.
La enfermedad, lamentablemente, nos ha tenido demasiado ocupadas/os a todas/os en detrimento de la salud. Cuando el maldito virus nos permita desviar la atención a sus efectos, deberemos centrarnos en promover la salud tanto a nivel individual como colectivo, mediante la actuación conjunta que favorezca la generación de entornos saludables pero también actuando sobre determinantes sociales que son los que más enfermedad y problemas de salud provocan, como la pobreza, la migración, el medio ambiente, la violencia de género, las adicciones… porque no hacerlo determinará falta de equidad, igualdad y libertad que no pueden ni deben dejar de ser abordados con determinación y atención integral, integrada e integradora. Pero además deberemos cambiar problemas por fortalezas en la priorización de nuestra atención, es decir, en lugar de actuar en primer lugar sobre los problemas de salud lo deberemos hacer identificando y poniendo en valor las fortalezas individuales, familiares y comunitarias que permitan afrontar dichos problemas desde una perspectiva mucho más positiva.
Así pues, las enfermeras comunitarias tenemos un importantísimo reto que afrontar. Reto al que debemos dar respuesta desde nuestro paradigma propio, pero teniendo en cuanta que la misma tan solo será efectiva si la articulamos con las aportaciones del resto de profesionales de atención primaria y de otros ámbitos de atención y con la ciudadanía mediante su participación directa, bien a través de los órganos de participación ciudadana ya establecidos o por aquellos que en cada momento puedan crearse para dar las mejores respuestas y siempre huyendo de los protagonismos y el paternalismo, para que permita centrar la atención en el objetivo común a lograr por parte de todas/os.
Aunque el COVID-19 ha venido para hacernos la Pascua y dejarnos sin ella, debemos tener esperanza de que no habrá que esperar de Pascuas a Ramos para volver a estar como unas pascuas y decir que ya nada será como antes. Y santas pascuas.
Hace tan solo unos meses nadie hubiese creído un relato de lo que está sucediendo. Cualquiera hubiese pensado en un guión de ciencia ficción o incluso de terror. Pero como suele decirse, la realidad siempre acaba superando, lamentablemente, a la ficción.
Y, en esas estamos, en una realidad que nos atropelló y superó cuando pensábamos que éramos capaces de afrontar cualquier situación por dura que fuese, sin pensar en ningún momento que se repitiesen historias que ni tan siquiera guardábamos en nuestra memoria y que recuperan estampas tan tristes como dramáticas que no tan solo nos hacen recuperar la memoria, sino revivirla al situarla en la realidad más cercana.
La historia, que de manera muy simple puede decirse que es la sucesión de sucesos sucedidos sucesivamente, recupera y nos recuerda, de manera recurrente hechos, sucesos o acontecimientos, acontecidos en tiempos remotos y que olvidamos, bien como mecanismo de defensa ante los malos recuerdos que evocan, o bien por considerar que tiempos pasados no volverán, es decir, esto de agua pasada no mueve molinos. Pero la historia, como la realidad, intentan refrescar la memoria de quienes pensamos que nada puede ser como fue. Y la verdad es que no lo es, ya que lo que nos retorna supera lo acontecido y nos devuelve a una realidad que suponíamos imposible.
Ahora que el aislamiento y la vivencia de experiencias vitales nos sacuden y nos sacan de una realidad construida en base a comportamientos, normas, tradiciones, ilusiones, pensamientos que tratan de alejarnos lo más posible de otras realidades cercanas que nos molestan más que nos inquietan, se presenta por sorpresa un desconocido virus que no tan solo invade y contagia, sino que mata y lo hace a una velocidad que nos paraliza, a pesar de todos nuestros avances, nuestros magníficos sistemas de salud, los extraordinarios profesionales, los grandes recursos, la tecnología más avanzada y la ciencia más rigurosa, dejándonos no tan solo en evidencia, sino en claro fuera de juego ante lo desconocido. Ni el más avezado estratega militar de cualquier potencia armamentística, utilizando el símil bélico que han querido otorgar a lo que realmente es un problema epidemiólogico sin precedentes, hubiese soñado con un ataque tan sistemático, masivo, sorpresivo, letal y exitoso, como el generado por un microscópico virus.
Pero, como decía, ya pocos, salvo estudiosos y algunos nostálgicos científicos, reteníamos en la memoria los horribles acontecimientos que provocaron la epidemia de peste que asoló Londres y sus alrededores entre 1664 y 1666 y que narra con gran crudeza Daniel Defoe en su novela “Diario del año de la peste”[i]. Como si la novela fuese, eso, tan solo una novela, cuya narración no reflejase algo realmente pasado y que queda escrito como póstumo relato de lo que la memoria olvida, pero la historia recupera corregido y aumentado.
Más reciente en el tiempo y por tanto con mayor probabilidad de que la memoria aún lo retenga está, la llamada «gripe española» de 1918, que surgió en realidad entre los soldados norteamericanos que luchaban en Francia durante la primera guerra mundial. Fue, con sus de 50 a 100 millones de muertos, la mayor de las epidemias sufridas por la Humanidad desde la Peste Negra medieval y la causa de la mayor de las matanzas del siglo xx.
En este caso, Laura Spinney recupera, en su novela “El jinete pálido: 1918: La epidemia que cambió el mundo”[ii], la historia de una epidemia que figura en nuestros libros de historia como una simple anécdota para mostrarnos hasta qué punto contribuyó a cambiar la historia del mundo, y lo hace en un libro fascinante, que va siguiendo el rastro de la enfermedad por el mundo entero, de Zamora a Río y de las minas de Sudáfrica a Alaska, contándonos historias personales que iluminan el drama colectivo.
Y esa anécdota de los libros de historia, salta en el tiempo y nos sitúa en una nueva realidad de muerte, la pandemia del coronavirus, pero curiosamente con idénticas perspectivas de un cambio integral de la realidad, previa a la pandemia.
Pero esa nueva realidad que se sospecha y se espera, tiene riesgos evidentes derivados no tan solo por efectos de la pandemia del COVID-19, sino de una epidemia más virtual, pero no por ello menos peligrosa, como es la de la información falsa que navega por las redes y se interioriza en las mentes con graves riesgos de desestabilización social, económica, política, de salud… y que aunque pueda parecer irreal e imposible de suceder, George Orwell[iii] nos trasladó, en su obra 1984, una realidad de ficción en el Londres del año 1984, que describe una ciudad lúgubre en la que la Policía del Pensamiento controla de forma asfixiante la vida de los ciudadanos. En la novela, Winston Smith es un peón de ese engranaje perverso, cuyo cometido es reescribir la historia para adaptarla a lo que el Partido considera la versión oficial de los hechos… hasta que decide replantearse la verdad del sistema que los gobierna y somete.
Realidad de ficción que no parece tan imposible que pueda suceder si no somos capaces de controlar aquello que, teóricamente, fue creado para nuestro bienestar y avance, pero que en determinados aspectos ya está volviéndose en nuestra contra.
Sin querer ser pesimista, se está planteando el que podamos estar geolocalizados para poder controlar el cumplimiento estricto del confinamiento. Como en la novela de Orwell, una inicial decisión protectora y beneficiosa, puede convertirse en perversa y usurpadora de la libertad individual y colectiva. Ya hemos comprobado como la realidad supera siempre a la ficción.
Esperemos que finalmente seamos capaces de mantener la tecnología al servicio de la prosperidad, el bienestar, la libertad y al servicio de la ciencia y la humanidad y no acabe por hacernos esclavos de la sociedad líquida tal como la describió el filósofo Zygmunt Bauman[iv], que condujo a la actual desintegración de las sociedades colectivas, para dar paso a la individualidad en términos de ciudadanía, los cambios vertiginosos provocados por la globalización y el imperialismo comercial de los monopolios en contubernio con los gobiernos neoliberales que, entre otras evidencias, la pandemia ha dejado al descubierto las consecuencias derivadas de los recortes y las privatizaciones sufridos por el sistema público de salud.
Tengamos la esperanza, sin embargo, de que esta pandemia nos permita reflexionar y analizar qué tipo de sociedad es la que queremos y cómo podremos afrontar los retos que la misma nos dejará tras su paso de contagio y muerte, con el fin de evitar posibles consecuencias indeseables como las que, por ejemplo, nos narra Ray Bradbury en su novela “Crónicas marcianas”[v]. Una serie de relatos que recogen la crónica de la colonización de Marte por parte de una humanidad que huye de un mundo al borde de la destrucción. Los colonos llevan consigo sus deseos más íntimos y el sueño de reproducir en el Planeta Rojo una civilización de perritos calientes, cómodos sofás y limonada en el porche al atardecer. Pero su equipaje incluye también los miedos ancestrales, que se traducen en odio a lo diferente, y las enfermedades que diezmarán a los marcianos. Algo que no suena tan raro, ni distante a algunos comportamientos ya instaurados en nuestra sociedad y que merecería la pena que corrigiésemos.
Por último, aunque existen muchos otros ejemplos, me gustaría referirme a la descripción realizada por Aldous Huxley, en su libro “Un mundo feliz”[vi], donde describe un mundo en el que finalmente se han cumplido los peores vaticinios: triunfan los dioses del consumo y la comodidad, y el orbe se organiza en diez zonas en apariencia seguras y estables. Sin embargo, este mundo ha sacrificado valores humanos esenciales, y sus habitantes son procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje.
Todo, aparentemente, muy próximo a la ciencia ficción, pero que lamentablemente se traduce en inexorables realidades en las que se pasa de las distopías narrativas referidas, como sociedades ficticias indeseables en sí mismas a unas realidades de las que cuesta escapar por efecto de la propia pérdida de memoria y con ella de los riesgos que conlleva.
La pandemia del COVID-19 ya no es un relato ficticio. Es una realidad que provocará, sin lugar a dudas, nuevos escenarios en los que deberemos construir la realidad en la que queremos vivir con unas, seguras, nuevas formas de comportamiento, relación y convivencia.
Dejemos de ignorar la historia y lo que la misma nos traslada y recuperemos la memoria a través de sus narraciones. No despreciemos las descripciones noveladas que obedecen en la mayoría de las ocasiones a la interpretación de hechos históricos para construir contextos figurados que quedan suspendidos en el tiempo, hasta que en algún momento se hacen realidad y sucumbimos a sus efectos por ignorancia o desprecio a lo acontecido y contado, bien como historia real o como historias simuladas, que en algún momento suelen confluir para reinventar lo acontecido y aprovecharse de esa pérdida de memoria tan frecuente como fatídica.
Si alguien, que lo habrá, narra lo acontecido durante esta pandemia, volverá a dejar constancia de hechos que el transcurrir del tiempo, seguro, recuperará, como indicios de lo que pasó y no se recordó. Porque finalmente la historia es recurrentemente predictiva.
Porque, El diario del año de la peste, no son una serie de crónicas marcianas que se haya inventado un jinete pálido en un ya lejano 1984, tratando de situarnos en un mundo feliz, en el que resguardarnos de los efectos de la pandemia. La realidad, supera todo esto y nos cuestiona y pone a prueba de manera inexorable.
No dejemos que otras/os escriban nuestro futuro y pongámonos desde ya a trabajar por hacerlo todas/os nosotras/os. Seguro que el resultado será mucho mejor que el que nos pueda deparar nuestra indolencia y pérdida de memoria.
[i] 2010 Diario del año de la peste. Daniel Defoe. Traducción de Pablo Grossmichd. Impedimenta.Madrid. ISNBN 9788493760182
[ii] El jinete pálido: 1918: La epidemia que cambió el mundo. Laura Spinney. Traductora: Yolanda Fontal Rueda. Crítica, 2018.
[iii] 1984. Traducción Miguel Temprano García. Tapa dura. Edición conmemorativa. Barcelona: Editorial Lumen. 2014. ISBN 9788426400260.
[vi] Aldous Huxley (2013). Un mundo feliz. Introducción, traducción y notas de Jesús Isaías Gómez López. Colección Letras Populares. Madrid: Editorial Cátedra. ISBN 978-84-376-3137-0.
Los Jinetes del Apocalipsis son los cuatro caballeros que se describen en la primera parte del capítulo sexto del Apocalipsis, en el libro denominado de las Revelaciones de San Juan. No es mi intención adentrarme en la interpretación de estas escrituras bíblicas y mucho menos establecer una correlación directa entre ellas y la crisis del coronavirus o pandemia COVID-19. Por tanto, tan solo utilizo su simbología como a lo largo de la historia se ha realizado en gran cantidad de representaciones artísticas, dada la influencia que tuvieron sobre la cultura occidental, como contrapunto a la breve aparición de los jinetes en dichos escritos.
“Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira. Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer”.
Apocalipsis 6:1-2
Primer jinete. La Conquista y la crisis sanitaria.
Esta es la descripción al enigmático primer jinete que corresponde a la Conquista.
Como ya decía, que nadie intente encontrar una semejanza o relación con el texto original a lo que yo voy a plantear en mi reflexión. Se trata de establecer un nexo de unión narrativo más que un paralelismo que no es posible, como ya hiciese en 1916 el gran Vicente Blasco Ibáñez en su más exitosa novela, “Los 4 Jinetes del Apocalipsis” en pleno desarrollo de la 1ª guerra mundial.
No sé, creo que nadie lo sabe o nadie lo dice, cómo llegó. Pero lo bien cierto es que lo hizo por sorpresa y con el ánimo de conquistar. Y, ciertamente lo hizo. Conquistó, en primer lugar, el país de la ciudad perdida y de la gran muralla, como si de un desafío se tratase. Se adentró en silencio en la, hasta entonces poco conocida ciudad de Wuhan, a pesar de sus 11 millones de habitantes y empezó su siniestra conquista. Las víctimas iban cayendo casi sin saber por qué, mientras las especulaciones, las conjeturas, las conspiraciones se sucedían y el mundo contemplaba expectante como este desconocido conquistador paralizaba Wuhan y después se trasladaba a Shanghái, con casi 25 millones de habitantes, para continuar su progresión contagiosa. Y el gigante asiático tembló e hizo temblar al resto del mundo. El conquistador COVID-19 había logrado parar la economía china y puso en jaque su sistema sanitario, obligando a medidas hasta ahora nunca vistas.
Lo que en principio se contemplaba, por el resto del mundo, como un problema lejano y ajeno, fue progresando y conquistando nuevos territorios, algunos tan impensables en un primer momento como Italia y después España. Pero aún así las reacciones no fueron todo lo ágiles que hubiesen sido deseables. La creencia de que se podría controlar fue aprovechada por el conquistador, que entró como un elefante en una cacharrería. Y el COVID-19 se empezó a cobrar víctimas y a sembrar el pánico, hasta lograr paralizar a una potencia como Italia, encerrando a su población en las casas, que veía con incredulidad como esquilmaba a su población y colapsaba su sistema sanitario y a sus profesionales. España, mientras tanto, esperaba su turno con la falsa esperanza de que no le llegase. Pero llegó y lo hizo con idéntica fuerza destructora, a pesar de contar con uno de los mejores sistemas sanitarios del mundo. Otros países como Gran Bretaña, el Imperio, creían que, por estar fuera de la UE gracias al brexit, podrían liberarse. Pero el conquistador, ni tan siquiera se apiadó de su primer ministro al que condujo a la UCI.
Mientras continuaba su macabra conquista no perdía ocasión de desplazarse a países cada vez más lejanos, y en principio, incrédulos de que llegase el conquistador. Pero su avance era imparable y conquistó a la considerada primera potencia mundial, EEUU, a pesar de la bravuconería de su excéntrico presidente. Y de ahí pasó a Latinoamérica para cebarse en poblaciones vulneradas por la sinrazón de sus dirigentes políticos que creían poderle vencer con sus discursos de chulo de barrio.
Y este primer jinete continua su avance destructor sin saber muy bien cuando parará o cuando se le podrá parar.
“Cuando el Cordero rompió el segundo sello, oí al segundo ser viviente, que gritaba: «¡Ven!» 4 En eso salió otro caballo, de color rojo encendido. Al jinete se le entregó una gran espada; se le permitió quitar la paz de la tierra y hacer que sus habitantes se mataran unos a otros”.
Apocalipsis 6:3-4
Segundo jinete. La Guerra y la crisis económica.
Efectivamente. Cuando aún se encuentra en plena conquista de contagio y muerte el primer jinete, el segundo ya ha iniciado también su recorrido. En este caso aprovechando el desconcierto generado por el conquistador, este segundo jinete inicia la guerra que conduce al desconcierto de lo que se denominan los mercados y a la consiguiente crisis económica.
La parálisis de toda actividad empresarial como consecuencia de un estados de alerta decretados por los gobiernos, conduce a la incertidumbre y al miedo de que dichas medidas puedan incidir en el empleo, las finanzas, las relaciones comerciales, las cuentas de resultados… provocando una crisis económica mundial que se prevé desastrosa y que precederá a la crisis sanitaria ocasionada por el primer jinete. En un contexto ya muy dañado por el conquistador la crisis económica se prevé provoque una guerra de supervivencia para no ser arrastrado por los efectos económicos provocados.
La resistencia de una población aislada observa como los inicios de una recuperación lenta y costosa de la pasada crisis, son amenazados por el fuego cruzado de una guerra económica en la que los enemigos no son perceptibles e incluso, algunos, eran considerados hasta hace poco como amigos de un entorno que cada vez tiene menos de unión y cuya denominación nos resulta cada vez menos propia, todo en un intento desesperado por quedar indemne del desastre del que empiezan a culpar a quienes han padecido la conquista pandémica, sin sospechar que los siguientes pueden ser ellos por muchos tulipanes, molinos o industria que tengan.
La desestabilización está servida y la conquista pandémica y la guerra económica, dan paso al tercer jinete.
Tercer jinete. La muerte y la crisis política.
“Cuando el Cordero rompió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que gritaba: «¡Ven!» 8 Miré, ¡y apareció un caballo amarillento! El jinete se llamaba Muerte, y el Infierno[a] lo seguía de cerca. Y se les otorgó poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada, el hambre, las epidemias y las fieras de la tierra
Apocalipsis 6:7-8
Las consecuencias que las anteriores crisis provocan no van a dejar indemne a una clase política que no está por la labor de unir esfuerzos y tratar de hacer frente de manera conjunta a un panorama tan desalentador como preciso de esfuerzos compartidos para hacerle frente y tratar de superarlo lo antes y al menor coste posible.
Pero los intereses partidistas, el oportunismo político, el egocentrismo, el ansia de poder, el desprecio a la convivencia, la intransigencia, el inmovilismo ideológico, la demagogia del discurso, la descalificación… conducen al enfrentamiento que no confrontación y a tratar de dar muerte política al enemigo que no de ganar al adversario.
El tercer jinete pretende sembrar esa crisis política que ya se ha iniciado durante el recorrido de los anteriores jinetes. Porque los jinetes buscan unir sus fuerzas para lograr un mayor poder destructivo.
Y mientras la conquista ha dejado yermo el sistema sanitario y ha propiciado que la guerra se iniciase, el tercer jinete busca la muerte política de quien ha tenido que tomar las decisiones ante tanto ataque, utilizando para ello, como aliados, a los que ven en el desastre su oportunidad de acoso y derribo del enemigo herido y cansado de tanta batalla en tan poco tiempo. Tan solo el sentido de estado que sería el mejor de los sentidos, podría vencer al jinete y procurar avanzar en la reconstrucción de tanta destrucción como la ocasionada.
Pero mientras la muerte busca a sus presas, el cuarto jinete inicia su galope en busca de una sociedad herida por tanto dolor.
Cuarto jinete. El hambre y la crisis social.
“Cuando el Cordero rompió el tercer sello, oí al tercero de los seres vivientes, que gritaba: «¡Ven!» Miré, ¡y apareció un caballo negro! El jinete tenía una balanza en la mano. 6 Y oí como una voz en medio de los cuatro seres vivientes, que decía: “Un kilo de trigo, o tres kilos de cebada, por el salario de un día; pero no afectes al precio del aceite y del vino”.
Apocalipsis 6:5-6
El caballo negro, galopará para conducir al cuarto jinete a instaurar la crisis social.
Ninguna sociedad por solidaria, paciente, implicada, perseverante y fuerte que sea puede resistir a la conquista, la guerra y la muerte provocadas por los tres jinetes anteriores.
Una sociedad que venía de soportar la pobreza, la desigualdad, la inequidad, los recortes… de la anterior crisis y que trataba de salir adelante, a pesar de la precariedad laboral, el indecente paro, sobre todo, en jóvenes y mujeres, los vaivenes políticos… se enfrenta ahora a un escenario incierto que el cuarto el jinete, el del hambre, está dispuesto a diseminar. No se trata tanto de hambre alimentaria, que también, como de hambre de equidad, igualdad, libertad, estabilidad, salud… que deberían estar permanentemente garantizadas, pero que sin embargo suelen ser los primeros “nutrientes sociales” de los que se tiene carestía y por los que la población sufre las consecuencias de su carencia con múltiples y variados síndromes en los que se ceban males como el juego, el alcoholismo, la violencia, la ansiedad, la depresión, los suicidios, la abulia… que repercuten gravemente en la salud individual y colectiva, propiciando poblaciones vulneradas, en un nuevo contagio que, aunque no sea vírico, es tan letal como el provocado por el COVID-19.
Así pues, los cuatro jinetes y sus cuatro crisis, algunas fatalmente reales y otras previsibles, son una imagen que lejos de asustarnos y dejarnos arrastrar por sus consecuencias, deberían ponernos en guardia y generar las resistencias que permitan sobreponernos a las pérdidas ya generadas y hacer frente a las que pueden producirse.
La crisis sanitaria debe conducir a un análisis en profundidad de nuestro actual sistema de salud, para adaptarlo a una realidad que dista mucho de la que teníamos cuando se concibió y sustentó el actual modelo. Requiere de cambios en profundidad que permitan dar respuestas más eficaces y, sobre todo, con una perspectiva salutogénica en lugar de patogénica. Fortaleciendo la Atención Primaria de Salud y Comunitaria y reformando la estructura y organización hospitalaria para adaptarla a las necesidades de la población y no tanto a la de los profesionales. Institucionalizando los cuidados como elemento fundamental de la atención a la salud y la enfermedad. Generando estrategias de intervención integrales que permitan crear entornos saludables. Favoreciendo y promocionando la participación comunitaria en todos los procesos de toma de decisiones.
No se trata tanto de crear nuevas y ostentosas estructuras sanitarias, como de hacer un uso racional de las existentes y de trabajar en y con la comunidad para, entre todas/os, dar respuestas menos medicalizadas y más saludables, a una población que, aunque debilitada no está rendida y quiere recuperar a los que ha venido en denominar héroes y heroínas como referentes con los que participar en la construcción de un nuevo concepto de salud.
La crisis económica, sin duda, supone un reto, para sobreponerse al duro golpe infringido por el segundo jinete. Pero el forzado cambio a nuevas formas de trabajo, la resistencia al aislamiento y la convivencia en la distancia, la recuperación de una solidaridad que permanecía adormecida, van a ser elementos fundamentales para innovar y adaptarse a la nueva realidad económica que va a generarse y en la que se precisa un esfuerzo por parte de quienes generan empleo y quienes deben hacer del mismo una fuente de riqueza. Las dinámicas previas a la pandemia no van a servir para salir de la crisis. Por tanto, mercados, empresarios, sindicatos, trabajadores, entidades financieras…deben plantear soluciones de consenso que permitan configurar también, una nueva realidad económica, laboral y financiera en la que será preciso entender que se debe tender a una mayor y mejor redistribución de la riqueza que minimice las actuales desigualdades que tantas consecuencias tiene para la salud de la comunidad y tanta vulnerabilidad genera.
La crisis política es fundamental que sepamos revertirla. Y digo sepamos entendiendo que es labor de todas/os y no tan solo de quienes identificamos como políticos a quienes hemos votado. Se debe generar una conciencia colectiva de entendimiento y consenso que permita salvar las diferencias ideológicas, partidistas y de poder, para trabajar de manera decidida, no exenta de debate, por respuestas que beneficien al conjunto de la sociedad. La sociedad, por su parte, debe entender que el compromiso es también de todas/os y que requerirá de un compromiso político que vaya más allá de la introducción del voto en una urna cada cuatro años o en periodos menores como consecuencia del fracaso político. Los mecanismos de participación ciudadana deben servir para que la toma de decisiones en el ámbito político, a todos los niveles (internacional, nacional, autonómico o local), sirvan para el control de la denominada clase política, pero también para el compromiso social hasta ahora expectante y pasivo. Como en los casos anteriores se trata de una nueva realidad que requiere de nuevas respuestas sin las que, las amenazas de planteamientos autoritarios, pseudodemocráticos y desestabilizadores ganarán terreno provocando situaciones inestables y de confrontamiento que tan solo pueden llevarnos a situaciones indeseables.
Por último, para vencer al cuarto jinete y al hambre que trata de instaurar, debemos tomar igualmente conciencia colectiva de lo importante que resulta derrotar al individualismo, la competencia desmedida, el egoísmo, la insolidaridad… y trasladar al ámbito comunitario lo que durante el periodo de aislamiento hemos ido aprendiendo a golpe de muerte y deterioro del tejido económico y social. Sobreponiéndonos y sabiendo reconocer los esfuerzos por superar una crisis por parte de tantas/os profesionales de diferentes sectores. Los balcones, una vez recuperemos la libertad que nos usurpó el primer jinete, deben trasladarse a cualquier rincón de la sociedad aplaudiendo y animando a superar entre todos situaciones difíciles, pero no imposibles de afrontar. Una nueva realidad social que lejos de sumirnos en la desesperación nos debe motivar a superar las dificultades y las consecuencias que para la salud comunitaria pueden tener.
Por lo tanto, se trata de afrontar con energías renovadas lo que son enemigos ya conocidos como los cuatro jinetes, para que el apocalipsis que tratan de instaurar, responda con una enorme resiliencia colectiva que logre vencerles y situarles en donde nunca más deberían poder salir, es decir en la mitología bíblica descrita por San Juan.
Posiblemente nada volverá a ser igual que antes, pero en nuestra mano y voluntad está el que lo que deba ser, sea mejor que antes.
Hoy es el Día Mundial de la Salud. Ya sabemos que el calendario se ha llenado de celebraciones, más o menos oportunas o significativas todo hay que decirlo, que nos recuerdan efemérides o acontecimientos no siempre alegres y con la esperanza puesta en que dejen su hueco a otra celebración (violencia de cualquier tipo, hambre, acoso… aunque sea en contra de).
En cualquier caso, hoy si que es uno de esos días digno de ser celebrado y que permanezca en el calendario de manera permanente.
La Salud. Derecho humano fundamental y universal, aunque haya quien se empeñe permanentemente en vulnerarlo o impedir su acceso. Bien preciado y no siempre valorado. Estado que va más allá de la enfermedad. Activo fundamental. Motor de vida. Equilibrio vital… y tantas y tantas otras formas de ser identificada, definida, valorada, sentida o construida.
Hoy, puede parecer una paradoja e incluso un poco siniestro el que se celebre tal día en medio de una situación sanitaria tan triste como dramática. Incluso alguien podría haber pensado en la oportunidad de trasladar su celebración a otra fecha en la que la pandemia ya tan solo fuese un mal recuerdo. Sin embargo yo creo, que es muy recomendable y, permítanme, saludable, el que celebremos el día mundial de la salud, incluso, o con más sentido y fuerza aún, en estas condiciones de alarma.
Porque es precisamente en situaciones de crisis cuando posiblemente nos demos cuenta de la importancia de este bien que encierra la esencia misma de la vida. Una vez más el refranero español nos sitúa en una realidad que no siempre somos capaces de ver y valorar, cuando dice: tan solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena.
Y, desde luego, tenemos la tormenta encima y el aguacero, los rayos y truenos en forma de coronavirus invisibles, pero extremadamente tóxicos, nos mantienen en casa resguardados para no sufrir el contagio y la enfermedad porque no hay paraguas, todavía, que permitan evitarlo.
Pero la salud, incluso en estas circunstancias, trasciende a la enfermedad. Va mucho más allá. Es todo y no es nada. Es invisible pero perceptible, Es tan deseada como maltratada. No tiene precio y sin embargo hay quien la hace muy cara. Es un derecho que se vulnera permanentemente. Es de libre acceso, pero dejamos que otros la controlen por nosotros. Se desea, pero no se promociona. Es individual y colectiva. Es parcial y absoluta. Es de todos y no es de nadie…
Todo lo cual hace que sea un término tan polisémico como difícil de definir y aceptar. Porque no es la ausencia de enfermedad, pero tampoco es el perfecto estado de bienestar, como promulga la OMS.
Porque la Salud a pesar de lo que muchas/os siguen opinando y difundiendo no es propiedad de la Sanidad, ni tan siquiera sinónimo de esta. La Sanidad la acapara, maneja y manipula, convirtiéndola en reclamo de su producción exclusiva, aún sabiendo que no dispone de la patente ni del copy right.
Pero tampoco es exclusividad de ningún profesional, aunque se empeñen en reclamarla unos y en despreciarla otros. Y aquí se puede debatir sobre si es apropiado o no que se defina genéricamente, a quienes trabajan en sanidad, como profesionales de la salud o no. Porque el hecho de trabajar en la sanidad, como ya hemos visto, no otorga exclusividad de trabajador o profesional de la salud. De igual modo cabe plantearse si en las universidades la denominación de ciencias de la salud supone que tan solo son capaces de generar y transmitir conocimiento sobre o para la salud desde dichos centros o disciplinas. Sin embargo, cuando denominamos a los centros de Atención Primaria como centros de salud, no se está reclamando su exclusividad ya que lo que se dice es que dichos centros, al menos en teoría lo son de salud y no de la Salud de manera absoluta.
Es decir, cabe preguntarse si un gimnasio, una tienda de comestibles, un circo o un teatro, por ejemplo, no pueden o no son también centros de salud, que no de la salud. Y si el preparador físico, la tendera, el payaso o las actrices, por ejemplo, no podrían ser consideradas también profesionales de salud, que no de la salud.
Con lo cual llegamos al punto en que, como decía, la salud es de todos y no es de nadie. Porque todas/os somos potenciales generadores de salud, al igual que lo pueden ser los recursos que en la comunidad existen y están al servicio de la población y a su vez, responsables de su promoción y mantenimiento.
La Sanidad y sus profesionales han tenido la habilidad o la mezquindad, según se quiera ver, analizar o sentenciar, de usurpar en exclusiva el término salud y lo que el mismo significa, de tal manera que tan solo en ese ámbito y esos profesionales fuesen identificados como los únicos y exclusivos valedores de la salud. Lo que ha significado durante muchos años, demasiados, que la gran mayoría de la población tan solo pudiesen decidir sobre su salud deseando tenerla si no les tocaba el gordo de la lotería de Navidad. Para todo lo demás los profesionales sanitarios, se encargaron de trasladar que la única autoridad competente en salud eran ellas/os y que todas/os las/os demás, tan solo tenían opción de obedecer las órdenes que se les dictasen, o desobedecerlas con el consiguiente riesgo de ser reprendidos por la citada autoridad.
Además, la autoridad competente en salud determinó que lo importante era asistir a la enfermedad y hacerlo fundamentalmente en el hospital que convirtieron en sus cuarteles, donde las normas estrictas de convivencia y estancia debían ser escrupulosamente seguidas para beneficio, no de quienes en él se instalaban, sino de quienes en él trabajaban.
La Salud, por lo tanto, fue presa de quienes la identificaron como un intercambio con la enfermedad de tal manera que se convirtiesen en verdaderos magos al restablecer el equilibrio perdido, aunque para ello tuviesen que anular la voluntad de quien la había perdido. Lo cual no les aleja demasiado de cualquier chamán o brujo, siempre desde una perspectiva meramente descriptiva que no científica.
Y no conformes con el secuestro, algunos utilizaron la extorsión, mercantilizando su retención para beneficio propio, aunque ello supusiese la pérdida de acceso en igualdad de condiciones a una atención universal que les acercase al bien preciado que es la salud.
En este panorama, está también la Atención Primaria de Salud, como veíamos antes, que lucha por lograr que la salud sea compromiso y responsabilidad no tan solo de las/os profesionales sino también de la ciudadanía y, por tanto, la autonomía, la Educación para la Salud, la promoción de la salud, la participación comunitaria… se conviertan en estrategias colaborativas y consensuadas en las que se respete la toma de decisiones para alcanzar la salud con la que cada cual logre una manera de vivir autónoma, solidaria y satisfactoria, tal como la definió Jordi Gol en el X Congrès de Metges i Biòlegs de Llengua Catalana, celebrado en Perpignan en 1976. Pero la influencia del hospital y el deseo de mantener presa a la salud, debilitó la ilusión inicial de este planteamiento que, progresivamente, fue contagiándose de la enfermedad como contrapunto a la salud que emanaba de la declaración de Alma Ata de 1978 pretendiendo que, finalmente, fuese de todos (Salud Para todos en el año 2000), quedando en una filosofía que no logró superar el pragmatismo impuesto por el asistencialismo, la medicalización y el hospitalcentrismo.
Así pues, nos encontramos en un momento en el que, por una parte, el virus denominado COVID-19, ha puesto en jaque no tan solo a la sanidad sino a las/os propias/os profesionales sanitarios y, por otra, la salud que trata de abrirse paso entre tanto desconcierto para restablecer el equilibrio.
A lo mejor, tras la pandemia, nos empezamos a plantear que la salud es tan importante y valiosa, como se está pudiendo comprobar, y que no puede continuar estando presa de nadie. La salud debe permanecer libre para que sea accesible a todas/os a través, no tan solo de la sanidad, sino de la justicia, la educación, las infraestructuras, el medio ambiente… de los recursos comunitarios (gimnasios, parques, lugares de ocio, bibliotecas…), de cualquier persona que actúe como agente de salud y no tan solo como profesional sanitario y, por supuesto, también de los profesionales sanitarios en su conjunto y de manera colaborativa y nunca desde el protagonismo corporativista de ninguno de ellos.
Hoy deberíamos celebrar que la salud merece ser respetada y compartida como la mejor manera que tenemos, para avanzar hacia entornos saludables que permitan la salutogénesis y el disfrute de los activos de salud, entre los que, sin duda, están los hospitales, los centros de salud y los profesionales sanitarios.
En este día tan especial, dadas las circunstancias, no me quiero despedir sin antes agradecer a todas/os las/os profesionales sanitarios su implicación y entrega en esta situación tan compleja y que tanto riesgo comporta. Porque sin duda, en estos momentos ellas/os son agentes fundamentales para que la salud supere a la enfermedad y todas/os podamos disfrutarla, de una u otra forma cuanto antes.
Y un recuerdo muy especial para tantas y tantas enfermeras que en todo el mundo contribuyen con sus cuidados a que la población pueda acceder a la salud, hacerla suya de manera autónoma y disfrutar de ella. Porque hoy, día mundial de la salud, la OMS lo ha dedicado a las enfermeras y las matronas. Va por ellas.
Últimamente se estaban haciendo esfuerzos por avanzar en el necesario cambio del caduco modelo de Atención Primaria de Salud (APS). Y se estaban haciendo por parte de todos los agentes que intervienen, tanto profesionales como no profesionales e inclusive por parte de políticos y administraciones.
Esto, en sí mismo, ya es un avance. Poder hablar abiertamente de desmedicalización, participación comunitaria, trabajo transdisciplinar, intersectorialidad… es algo que tan solo hace unos años hubiera parecido imposible de lograr dadas las resistencias que genera cualquier cambio que se identifique como pérdida o cambio. Y hacerlo de manera compartida y en igualdad de condiciones con trabajadoras sociales, enfermeras, médicos, fisioterapeutas, matronas, ciudadanía… es aún más satisfactorio por la riqueza de la que se impregna el discurso y del análisis y el debate desde el que se construye.
Hasta aquí nada que objetar, aunque se identifican elementos preocupantes que deben de hacernos estar alerta y no creer que el cambio, por muchos deseado, va a ser fácil de lograr ante las aparentes muestras de ilusión que se han generado en diferentes círculos político-profesionales y comunitarios.
Y justo en este punto en el que se empezaba a trabajar de manera compartida a través de debates abiertos, análisis rigurosos y objetivos comunes, aparece el fatídico COVID-19 y como con el resto de actividades, detiene el proceso.
Aunque siempre abogo por ver el vaso medio lleno, antes que medio vacío, no puedo por menos que identificar ciertas amenazas ante esta parálisis que deben ser tenidas en cuenta para que finalmente no nos encontremos con el vaso vacío antes de empezar y tengamos que pasar sed. Pues la situación generada ha sido aprovechada para situar a la APS en una posición subsidiaria, cuando no prescindible como recurso ante la pandemia, volviendo de nuevo al punto de partida que puede resultar determinante en el corto/medio plazo.
Sería un error tremendo que esta parálisis circunstancial derivada del Estado de Alerta, supusiese un retroceso en el camino iniciado. Pero, repito, las decisiones adoptadas por algunas comunidades autónomas con relación a la APS, han sido tan irracionales como exentas de fundamento científico, lo que ha provocado eliminar una barrera de contención fundamental que hubiese impedido muchos contagios y, por otra parte, una descongestión importante de los hospitales en pleno riesgo de colapso, como ya he comentado en anteriores entradas.
Al menos este proceso debería servirnos a todas/os para reflexionar y darnos cuenta de la trascendencia de tener una APS fuerte y adaptada a las necesidades que demanda una sociedad que ha sufrido importantes cambios y que tras la pandemia presentará una nueva realidad que deberá ser convenientemente analizada para adaptar las respuestas a la misma y no pretender, como tantas, veces, que sea la realidad, por cambiante que sea, la que se adapte al modelo caduco y desfasado en el que se encontraba.
Pero para lograr este cambio se debe contar con la participación activa de todos los implicados. Está claro que existen muchos y diversos puntos de vista, confluyen paradigmas diferentes e incluso son evidentes los intereses corporativos. Pero nada de ello debería ser inconveniente si se plantea un diálogo abierto, riguroso, respetuoso, reflexivo y crítico de todas las partes, sin premisas, límites o vetos previos que intoxiquen de inicio el debate.
Tampoco se debería incorporar como elemento de reserva a los cambios la crisis económica que se prevé tras la pandemia. Porque la APS debe de dejar de ser la hermana pobre del sistema de salud en favor del todo poderoso hospital. Por tanto, ya no será suficiente con abordar la reforma de la APS, sino que habrá que acometer una reforma integral del sistema de salud que, como se ha demostrado durante esta pandemia hace aguas por muchos sitios a pesar de resaltar permanentemente su excelencia. No se puede hablar más de un sistema de salud de excelencia sin una APS valorada, reconocida y justamente dotada, además de adaptada a las necesidades y demandas de la comunidad. Y tampoco se puede hacer manteniendo una estructura jerarquizada, quasi castrense y dominante y una organización adaptada a las necesidades que, en su momento identificó la medicina para su crecimiento científico profesional pero que hoy no responde a la dinámica que la atención sanitaria precisa en un sistema que requiere recursos más flexibles, eficaces y eficientes que, además, se articulen con el resto de recursos de la comunidad y no actúen desde la consideración de especializada en detrimento del resto.
Sin embargo, existen planteamientos de base que dificultan el necesario diálogo transdisciplinar. Porque difícilmente podremos hablar de trabajo transdisciplinar si previamente no se lleva a cabo un diálogo en idénticos términos. Pero si el diálogo empieza por estar deteriorado o roto entre quienes, al menos en principio, pudiera parecer tienen intereses profesionales compartidos las posibilidades de un planteamiento sólido se reducen significativamente.
Las diferencias pueden y de hecho existen, pero si no somos capaces de anteponer aquello que nos une o que nos es común a lo que nos separa o diferencia, nunca lograremos un cambio real. En este sentido es necesario armar una acción conjunta de todos los implicados que permita aumentar la fortaleza de sus planteamientos comunes y minimice las diferencias que, aun existiendo, no deben trascender al ámbito público, incorporándolas, más como elementos de riqueza y diversidad que de confrontación.
Entender estas disputas y sus resultados como derrotas o victorias es contribuir a la parálisis que hace que la APS no sea capaz de dar respuesta a las necesidades de las personas, las familias y la comunidad y que el hospital salga reforzado desde una posición de partida que le resulta favorable. Plantear, por otra parte, el cambio como una guerra entre APS y Hospital, entre David y Goliat, sería un error del que no podemos esperar que se repita la hazaña bíblica, dadas las circunstancias. El cambio de ambos ámbitos de atención se debe fundamentar igualmente en el diálogo y en el abandono de intereses particulares, corporativos y políticos. Tan solo con estas premisas seremos capaces de avanzar. Lo contrario acabará en brindis al sol que no conducen a ninguna parte. O si, a la de siempre, que es la que queremos y necesitamos cambiar.
La APS, por tanto, no puede ni debe convertirse por parte de nadie en un territorio a conquistar para poder izar la bandera corporativa del supuesto ganador. En la APS no puede haber vencedores ni vencidos. Porque la APS es tan solo un espacio, un ámbito, una filosofía… sobre la que construir una realidad compartida, diversa, ecléctica y participativa. Lo mismo que no se puede pretender ocupar el espacio que le corresponde al Hospital porque no es el de la APS. No es, por tanto, cuestión de conquistas, sino de regeneración compartida.
Pero tampoco puede ni debe ser identificado como un refugio, un destino idílico, una zona de confort… en el que ir, supuestamente, a descansar o a preparar la jubilación. Las personas, las familias y la comunidad merecen una atención de calidad por parte de las/os mejores profesionales y no deben pagar las consecuencias de una nefasta gestión que favorece ciertas dinámicas de personal que tratan de ocultar la incapacidad por resolver problemas de conciliación, estrés, burn-out… del hospital y que acaban repercutiendo en la composición de los equipos, sobre todo de enfermeras, al huir de una malas condiciones de trabajo en el hospital para ir a un escenario, como el de la APS, en el que supuestamente dicen ir a descansar, lo que ya de entrada demuestra el supino desconocimiento que de la APS se tiene y se traslada de manera interesada por determinados sectores, lo que acaba repercutiendo en la calidad de la atención y en la frustración de profesionales que teniendo la experiencia, la formación y las competencias para trabajar en APS, son desplazadas/os a otros centros sanitarios para los que no están preparadas/os.
Ahora bien, dicho esto, que considero debe marcar cualquier hoja de ruta que se quiera seguir para sacar del ostracismo, la decadencia, la ineficacia y la ineficiencia en que se ha sumido la APS, también es cierto que se deberán definir claramente cuáles son las competencias de las enfermeras comunitarias y, lo que es más importante, las enfermeras deberán identificar esas competencias como propias para poder trasladar a las personas, las familias y la comunidad a las que atienden que aquello que ellas ofrecen tan solo ellas lo pueden ofrecer con la calidad y especificidad máximas. Seguir amparándonos en la prestación de cuidados de manera genérica como forma de identificar nuestra aportación profesional, no tan solo no logra separarnos del ámbito doméstico en el que habitualmente se integra, sino que hay que tener en cuenta que los cuidados no son exclusivos de las enfermeras y, por tanto, no puede considerarse un activo en exclusividad. Lo serán, por supuesto, los cuidados enfermeros, siempre y cuando les demos el valor que tienen y sepamos trasladarlo a la sociedad.
No hacerlo supone que nuestra aportación, y nosotras mismas como enfermeras, no podamos visibilizarnos, provocando situaciones irresponsables, arriesgadas y peligrosas tanto para la enfermería como profesión y disciplina como para las enfermeras como profesionales
Si permanecemos en la incertidumbre, en el mejor de los casos, o en el inmovilismo, el conformismo y la inacción, seguirán aflorando situaciones que, no nos equivoquemos, se producen por no haber definido esa especificidad que haría imposible que otros actores ocupasen el espacio que hemos dejado, sin que ello dificulte el necesario trabajo transdisciplinar. Las pretensiones de las denominadas farmacias comunitarias, la prescripción de la actividad física, la falta de respuesta enfermera de cuidados a necesidades básicas, el afrontamiento a problemas de salud en la cronicidad, la atención integral a las personas en todos sus ciclos vitales, la falta de profesoras/es universitarias/os enfermeras, la falta de motivación e implicación por llevar a cabo una gestión eficaz que se aleje del clientelismo político… son tan solo algunos ejemplos de espacios por los que actualmente tenemos que luchar, al haber dejado que sean colonizados, en parte, por nuestra pasividad o confusión.
Seguimos deslumbrándonos con la técnica y la tecnología y en la ceguera que provocan dejamos de ver y valorar nuestro campo de acción y nuestras aportaciones propias y exclusivas, quedando situadas en un “punto muerto” en el que nadie, ni nosotras mismas, nos ve ni nos reconoce.
Si además tenemos en cuenta que fagocitamos con inusitada frecuencia ideas, proyectos, programas, iniciativas, propuestas… enfermeras y, lo que es más grave, a quienes las proponen, plantean, planifican e intentan liderarlas, todavía quedamos más invisibles[1].
Siempre queda la esperanza de pensar que las generaciones más jóvenes serán capaces de ocupar estos espacios e identificar de manera clara la aportación enfermera que nos haga visibles, reconocibles y reconocidas. Sin embargo, esta es una esperanza que lleva largo tiempo de espera y que lejos de aportar soluciones se incorpora como un elemento más de nuestra indefinición, provocada en muchas ocasiones porque esas generaciones lo pueden hacer, sin duda, pero para ello necesitan del apoyo, el impulso y la implicación de enfermeras referentes y con experiencia. Esperar que lo hagan por generación espontánea es esperar milagros que hace muchos siglos que no se producen.
De una vez por todas hace falta generar un análisis crítico, riguroso, sincero y en profundidad de nuestra realidad y de cómo abordarla. Para ello se precisa que, en primer lugar, la formación enfermera huya de la fragmentación, los espacios de indefinición, los recelos, las reservas y los reinos de Taifas en los que se han convertido las asignaturas, los departamentos, los conocimientos… para situarse en un plano de formación integral, integrada e integradora en la que las fronteras de conocimiento desaparezcan y se aborde la formación con criterios que permitan identificar los activos intangibles y bienes intrínsecos de las enfermeras. Que el paradigma enfermero sea la base de los planes de estudio y que conocimientos sobre filosofía de la ciencia, por ejemplo, vertebren la ética y la estética de los cuidados para lograr que la humanización que se preconiza se materialice más allá de los deseos y las declaraciones de intenciones y que de manera tan patente han quedado al descubierto con la atención a las personas contagiadas por el COVID-19 durante esta pandemia, agravada de manera significativa por el aislamiento al que eran sometidos y les alejaban de sus familias y seres queridos incluso en el momento de su muerte. Que la formación trascienda del hospital y del Centro de Salud, para situarse en la Comunidad como escenario en el que las enfermeras deben reconocer su espacio de actuación y en el que tanto el hospital como el centro de salud son recursos comunitarios como otros muchos en los que poder desarrollar las competencias las enfermeras. Que desaparezca la idea de que una enfermera por el hecho de estar graduada ya puede incorporarse en cualquier centro, servicio o unidad, resultando imprescindible establecer criterios que determinen claramente dicha incorporación en función de competencias, experiencia, formación y actitudes y no tan solo por criterios de unas bolsas de trabajo que funcionan con intereses espurios y sin que realmente sean capaces de responder a las necesidades del puesto a cubrir. Se podría establecer, como idea, una escala de complejidad en función de la cual se valoraría la contratación. Hacerlo únicamente con el criterio de antigüedad o de cursos que se compran para obtener puntos sin más es algo que se debe modificar si queremos obtener un reconocimiento real y no tan solo oportunista de cobertura puntual.
Otra cuestión que debemos tener presente para que la APSyC y las enfermeras comunitarias adquieran el prestigio y la valoración que merecen es potenciar la investigación que aporte evidencias sobre aquello que hacemos e incorporar las que se van generando como única manera de adaptarnos a los cambios desde el rigor científico que corresponde. Las sociedades científicas son el otro elemento que hay que tener en consideración si realmente queremos madurar como profesión. Seguir dándoles la espalda es renegar de dicho avance y lo que el mismo supone tanto a nivel individual como colectivo.
Finalmente alguien, en algún momento, deberá poner freno al mercantilismo editorial de las publicaciones científicas, que como sucede con los cursos para la bolsa se han convertido en un nicho de negocio que ni tan siquiera aporta las mejores evidencias y que tan solo se fundamenta en criterios mercantilistas de unas cuantas empresas del sector enmascarándolo con epítetos como factor de impacto, citaciones… que son regulados, manejados y manipulados de manera interesada y oportunista para lograr los mayores beneficios.
Un ejemplo claro lo tenemos en los llamamientos que ahora mismo están haciendo las editoras para acaparar artículos sobre la pandemia y el COVID-19, no porque sea de interés sino porque, como en los medios de comunicación, ahora es lo que vende y da audiencia.
En un momento en el que nuestro desarrollo académico ha alcanzado los máximos niveles no podemos conformarnos y pensar que ya todo está hecho. Porque tan solo hemos iniciado el camino de lo que debe ser nuestro posicionamiento y reconocimiento científico, profesional y social. En nuestra mano está revertir una situación que nos sitúe donde merecemos.
Cuando acabe el confinamiento será el momento de retomar la dinámica de cambio. Pero ya no servirá lo que había antes de la pandemia, serán necesarios nuevos planteamientos, nuevas propuestas, nuevas actitudes, nuevas voluntades… por parte de todas/os.
¿Nos sentamos y hablamos o dejamos que otros lo hagan por nosotras?
[1] Martínez-Riera JR. Enfermería, sencillamente complicado. Rev ROL Enf 2005; 28(4):255-264
Diariamente, desde que comenzó esta pandemia, responsables de diferentes ministerios informan puntualmente de la evolución de la misma en comparecencias que son transmitidas en directo a través de los medios de comunicación.
Sus caras, sus voces, sus cargos ya nos resultan familiares y aguardamos con interés los datos que aportan con la esperanza de que nos informen de una recuperación que a todos se nos antoja demasiado larga por mucho que entendamos que es necesaria.
Fuerzas armadas, cuerpos y seguridad del estado, ministras y ministros de diferentes carteras, el ministro de sanidad, al que atropelló esta crisis nada más tomar posesión, teniendo que hacer un curso acelerado desde su posición de partida como filósofo, y el popular Dr. Simón, imagen icónica ya de la crisis, hasta que también a él le afectase el COVID-19 y tuviese que quedarse en casa como tantas veces solicitaba para la ciudadanía desde el atril del Ministerio de Sanidad.
Por su parte las/os profesionales de la salud, comparecen desde el principio al frente de los diferentes centros sanitarios para luchar en primera línea contra el virus y sus consecuencias.
Es importante destacar que, en ese afrontamiento profesional, el aspecto clínico tiene una trascendencia que no es objeto de duda. Nos lo recuerdan permanentemente, tanto a través de los mensajes en los que nos detallan las intervenciones que se llevan a cabo, fundamentalmente en los hospitales, como por la reiterada información sobre la importancia de respiradores y otro tipo de tecnologías aplicadas a la curación de las/os contagiadas/os, sin olvidar las famosas EPI tan necesarias como escasas. Sin embargo, parece como que el cuidado no tuviese, como tantas otras veces, importancia en este proceso de atención y recuperación. Como si fuese el tanto por ciento de regalo que se anuncia en determinados productos (champús, detergentes, caldos, cafés…) pero que no tiene valor por sí mismo ya que lo que realmente vende es la marca y no tanto lo que se regala, ya que eso está de más, va en el lote.
Esta, entre otras muchas que desde luego escapan al espacio y oportunidad de esta reflexión, puede ser la causa principal de que no comparezca nunca ninguna enfermera como referente profesional de los cuidados en esta lucha por vencer la pandemia.
Ahora que el Reino Unido, finalmente y a pesar de su primer ministro Boris Johnson, ha sido consciente del riesgo de la pandemia, se han iniciado las comparecencias públicas de referentes de la salud del National Health Service (NHS) para informar a la población sobre la pandemia. Entre dichas comparecencias, realizadas desde Downing Street (residencia del primer ministro británico), destaco la realizada por la Enfermera en Jefe del Reino Unido, como referente de los cuidados enfermeros en el abordaje del COVID-19. Parece que en el país del brexit el cuidado no es un porcentaje de regalo de la atención que se presta a la población, sino que tiene importancia y valor por sí mismo.
Ya he comentado en varias entradas de días anteriores en este mismo blog, el hecho de que nuestro sistema de salud es asistencialista, medicalizado y hospitalcentrista. Pero lo que todavía no había apuntado es que, además, tiene un desprecio absoluto hacia los cuidados y quienes los prestan, es decir, las enfermeras.
Los cuidados, en el cacareado como uno de los mejores servicios de salud del mundo, no están institucionalizados. Es decir, no son relevantes, ni se identifican con un valor propio del sistema. Forman parte del porcentaje de regalo que ofrece la asistencia médica, como si fuese un producto intermedio del mismo. Ni que decir tiene, que las enfermeras arrastran idéntica valoración, lo que acaba por influir tanto en la importancia que les otorga el sistema como la que se transmite fuera de él. Aunque en este sentido hay que decir que la población si que reconoce dichos cuidados y a las enfermeras que los prestan dada la valoración que de ellos hacen en las encuestas y cuyos resultados normalmente quedan ocultos en esa asistencia médica o en el propio sistema que son quienes, finalmente, se asignan el éxito.
Y, claro está, la situación derivada del contagio masivo por parte del COVID-19 no ha modificado ni un ápice esa imagen y ese reconocimiento como referentes de los cuidados.
Que a nadie le quepa duda que los cuidados enfermeros, que diariamente, minuto a minuto, están prestando las enfermeras en centros de salud, en hospitales, en residencias de mayores… contribuyen tanto o más que lo que hace un respirador, una canalización venosa, una intubación o cualquier otra técnica. La falta de aire que provoca el virus es proporcional al miedo, la incertidumbre, la ansiedad, el temor, el aislamiento, la soledad que se genera ante la sospecha de contagio, ante el aislamiento en una residencia o en el domicilio, ante la hospitalización o durante la misma, ante la ausencia de los familiares… necesitando, en cualquiera de los casos, de los cuidados que faciliten un afrontamiento efectivo que repercuta de manera directa en la recuperación que le proporciona el aire que le suministra un respirador, o en la posibilidad de morir con dignidad. Sin embargo, esos cuidados, se desvanecen, desaparecen sin dejar rastro de su aportación y sin tener la posibilidad de incorporarse como parte de los datos que aportan esas figuras referentes a las que me refería al principio y que todo lo más nos nombrarán como personal sanitario o personal médico.
Empezamos porque en nuestro país, con ese sistema sanitario excelente, no cuenta con una figura referente, líder, de los cuidados, no ya en el gobierno de la nación, sino ni tan siquiera en el afamado sistema de salud que, además, pone barreras al acceso de enfermeras en puestos de responsabilidad y toma de decisiones, lo que viene a demostrar el valor que a los cuidados dan nuestros gestores y dirigentes políticos, influenciados por las presiones de determinados poderes corporativistas, en lugar de hacerlo por razones de eficacia y eficiencia.
Y claro esto hace que a la hora de confeccionar la comisión de crisis no se pueda contar con referentes de esa entidad. Se incorpora por compromiso a una enfermera que queda oculta en la trastienda de la citada comisión. Sin voz, sin imagen, sin reconocimiento, tan solo como un compromiso que hay que cubrir, a pesar de la segura y magnífica aportación que llevará a cabo.
Así las cosas, resulta muy difícil que las enfermeras podamos tener visibilidad y ser reconocidas por nuestra aportación autónoma y lo seamos, tan solo, como personal auxiliar o subsidiario que es como se nos identifica también por parte de muchos medios de comunicación.
Recientemente, el actor Tristán Ulloa, tras superar lo más duro de su contagio expresaba el reconocimiento hacia todas/os las/os profesionales que le habían atendido durante la hospitalización y decía “a la enfermera Lydia que me vio en lo más profundo del pozo y de la que nunca me faltaron palabras amables y reconfortantes”, es decir esos cuidados a los que antes me refería y sin los que difícilmente el respirador hubiese podido sacar del pozo a Tristán Ulloa. Pero este reconocimiento personal se traduce posteriormente por parte de los medios de comunicación con el siguiente titular «El actor ha publicado un vídeo en su cuenta de Instagram en el que se emociona al explicar que vuelve a casa y agradece al equipo médico…”. Una vez más, los cuidados y quien los presta ocultos y fagocitados.
No sirve que luego nos quieran recompensar con epítetos, como expresiones en las que se emiten juicios con los que calificar aquello que no identifican, que no es otra cosa que los cuidados. Heroínas, supermujeres, ángeles… todos ellos tan alejados de la realidad como rechazados por quienes son receptoras de los mismos. Es, permítaseme la comparación, como el piropo que trata de ser una gracia o reconocimiento hacia la mujer, cuando realmente es un ataque a su dignidad.
Menos cómics, personajes de cine, analogías religiosas y poderes y más, enfermeras y cuidados, que es realmente lo que somos y lo que aportamos, que finalmente, cierto, puede considerarse como nuestro verdadero poder. Pero se trata de un poder alejado de la fantasía y próximo a una realidad que lo necesita y demanda.
No me cabe duda alguna que, si hubiese existido una enfermera líder y referente en esta situación de crisis, algunos de los problemas que se han presentado y que siguen presentes hubiesen sido afrontados y, posiblemente resueltos, de forma muy diferente y casi con absoluta seguridad más eficaz y eficiente. Pero esto, lamentablemente, ya no lo podremos saber para esta contingencia. Cabe la posibilidad y la necesidad que a corto plazo se rectifique el error que se ha perpetuado a lo largo del tiempo y que se identifique la importancia de tener líderes enfermeras en los máximos puestos de responsabilidad y toma de decisiones, tanto a nivel nacional como autonómico, tal como recomiendan constantemente las principales organizaciones internacionales y que con idéntica reiteración son ignoradas por nuestros decisores.
Es triste, pero si comparamos las comparecencias de España y Reino Unido podremos identificar bastantes diferencias. Esas diferencias son, finalmente, las que determinan resultados de mayor calidad, eficacia y eficiencia.
Mientras nuestros gobernantes continúen pensando que contratar más enfermeras y dotarles de capacidad de decisión y liderazgo, es un coste en lugar de una inversión que disminuye la morbi-mortalidad, incrementa la satisfacción de la población, aumenta la calidad de la atención y contribuye a la mejora del sistema de salud en su conjunto, los problemas persistirán más allá de los discursos autocomplacientes sobre las bondades de nuestro sistema.
Seguir ignorando y ocultando a las enfermeras y a los cuidados es, realmente, una nefasta decisión. Tomen nota y aprecien las diferencias.
Si algo está aportando esta pandemia son datos, curvas, gráficos, predicciones, cifras, aproximaciones, porcentajes, comparaciones, gastos, inversiones, pérdidas, ganancias, especulaciones… en una lucha incruenta por tratar de obtener la información más llamativa o que capte a atención de mayor cantidad de audiencia.
Pero no dejan de ser, eso, números que tratan de aproximarnos a la dimensión de una crisis sanitaria sin precedentes contemporáneos. Números que reflejan o dibujan tablas o gráficos que nos traduzcan de alguna manera lo que las cifras por si solas no pueden hacer. Nos hablan de curvas y de picos que no conocíamos que tuviesen las curvas. De puntos de inflexión, de límites, de acumulados, de decrecientes, de valores… que queremos entender pero que la mayoría de las veces nos confunden.
Sin duda todo esto es necesario para analizar y estudiar el alcance y la progresión de la pandemia. Permite calcular las tendencias y su evolución. Avisa de posibles efectos indeseados. Compara comportamientos y ayuda a tomar decisiones.
Sin embargo, detrás de todo ese arsenal de datos no es posible identificar las historias vitales de tantas personas y familias que están sufriendo. No dejan ver las realidades de diferentes escenarios o contextos en los que la pandemia se ceba de manera cruel. Anulan la capacidad de empatía. Esconden una dimensión que no siempre se corresponde con la realidad. Enmascaran la singularidad del sufrimiento. Estandarizan soluciones. Pero no pueden poner cara, ni voz, ni mirada, ni gestos, ni sentimientos ni emociones a las personas de las que teóricamente se está hablando. Son objetivos pero neutros, valiosos pero pobres, necesarios pero insuficientes, precisos pero oscuros.
Y a estas cifras tan necesarias como insensibles, se añaden las palabras que en lugar de clarificar tienden a enmascarar, maquillar, reformular, esconder, falsear, disfrazar… el discurso que trata de traducirlas y que lo que consigue realmente es confundir y simular eufemística o demagógicamente el mismo, como si de un juego se tratase.
Hablamos de poblaciones o personas vulnerables, etiquetándolas como se hace con las personas discapacitadas o las diabéticas. De esta manera ponemos el acento, el énfasis, la mirada en lo qué, enfermedad, deficiencia, carencia, vulnerabilidad, discapacidad, diabetes y no en quién, las personas con nombres y apellidos, necesidades específicas, sentimientos, emociones, sufrimientos, familias… nos cuesta hablar de personas vulneradas, con discapacidad, con diabetes… porque a partir de ese momento las personalizamos y podemos sentir y sufrir y eso nos da miedo y tratamos de evitarlo porque nos incomoda, nos cuestiona y nos interpela ante la fragilidad que exige a menudo, muy a menudo, una respuesta ética de cuidado por nuestra parte. Cuidado que se concreta en la responsabilidad u obligación de cuidar de otro ser humano ante la vulnerabilidad, por tanto, ante la persona vulnerada. Al transformarla en población vulnerable limitamos la responsabilidad o asumimos la irresponsabilidad de olvidar al otro, de despreciar su persona, que maquillamos desde el paraguas de vulnerable, como si dicha condición ya nos protegiese de tener que asumir dicha responsabilidad, al ser algo de dicha población o comunidad, como una característica propia.
Así pues, ya tenemos completado el juego de cifras y letras con el que construir la información.
Y en este juego, por ejemplo, tenemos una población vulnerada que ha surgido de repente. No porque no existiera, sino porque no era noticia, ni era objeto de atención. Se trata de las personas mayores institucionalizadas en Residencias. Residencias que por mor del COVID-19, en muchos casos, se han convertido en Resistencias en las que las personas mayores y sus trabajadoras/es se han visto sorprendidas/os por el ataque despiadado del virus y deben resistir como pueden ante condiciones muy desfavorables de habitabilidad, higiene, falta de personal… Las cifras de contagiados y muertes, lograron poner el foco informativo en ellas y empezaron a visibilizarse irregularidades de todo tipo que condujeron a que se catalogara a estas poblaciones como vulnerables. Cuando, como ya hemos visto antes, realmente son poblaciones vulneradas como efecto de la falta de inversión en algunos casos, la despiadada mercantilización de la vejez por otra, o de ambas a la vez. Problemas que han permanecido latentes porque la muerte no actuaba a destajo como ahora y porque los vulnerados tienen poca capacidad de hacerse oír. Mientras tanto las/os trabajadoras/es asumían sus condiciones en un mercado laboral precario que no favorece las reivindicaciones.
En un país envejecido, con cambios importantes en la estructura familiar que reducen la asunción de cuidados en el hogar, con un rol social de la mujer que ya no le liga inexorablemente al cuidado… surge la necesidad de cómo atender a las personas mayores con pérdida de autonomía o que se han quedado solas. Y aparece un mercado fabuloso para dar respuesta a las crecientes necesidades y demandas que no son capaces de cubrir, en su totalidad las instituciones públicas. Y en ese crecimiento surgen desmanes en forma de restricciones, falta de inversión y baja calidad de atención, que se corresponden, además, con una dotación de personal insuficiente, en muchos casos sin cualificación y con unas retribuciones y condiciones de trabajo precarias, lo que provoca mucha inestabilidad y movilidad que incide directamente en la atención a las/os residentes.
Si a esto unimos la falta de control por parte de las administraciones públicas, nos encontramos ante un caldo de cultivo idóneo, que el COVID-19 utilizó para sus siniestros objetivos y que se tradujeron en cifras que dada su dimensión no se pudieron maquillar, dejando al descubierto un escenario dantesco y deplorable que pone en el punto de mira tanto a quienes gestionan las citadas Residencias como a quienes las debieran controlar.
A todo ello hay que sumar el contagio de las/os profesionales y la falta de reemplazo por lo que en muchas de ellas permanecen a pesar de los riesgos que supone o se asumen posturas voluntaristas de encierro para evitar dicho contagio, mientras el goteo de muertes se convierte en un verdadero torrente que esquilma a las personas vulneradas.
Para terminar de redondear el desastre, en determinados territorios se decide echar el cierre a los centros de salud con lo que la atención que desde los mismos se podía dar desaparece y desde el hospital bastante tienen con tratar de atender la avalancha de contagiados que entra en los mismos. Se rompe así el espacio sociosanitario y quedan las residencias convertidas en resistencias aisladas en el mar embravecido de la pandemia.
A las promesas de investigación ante lo sucedido hay quienes miran hacia otro lado y ni tan siquiera facilita los datos de muertes de las residencias a su cargo, sembrando el descontrol, la desconfianza y la incertidumbre entre residentes, trabajadores y familias que no logran obtener respuestas ante la magnitud de la pandemia.
En resumen, nos encontramos ante una situación indigna, inmoral y con ausencia de ética y estética que debiera avergonzarnos a todas/os mucho más allá de las cifras y letras que se utilicen para tratar de enmascarar tan dramático como inadmisible escenario. Una situación en la que la responsabilidad ante la fragilidad y la vulnerabilidad convierten a las personas mayores institucionalizadas en vulneradas por la propia sociedad que debiera velar y garantizar no tan solo su seguridad sino los cuidados que precisan y que les corresponde recibir.
Mientras tanto, enfermeras especialistas en geriatría, geriatras y gerontólogos tienen que vagar por servicios que no precisan de sus competencias ante la falta de oferta por considerarlos prescindibles para atender a dicha población.
Un sistema asistencialista, medicalizado y que pone su casi exclusiva atención en la enfermedad aguda y en el hospital deja al descubierto las necesidades que la tozuda realidad demográfica, social y epidemiológica instaura en la comunidad y a las que se trata de dar respuestas desde ofertas interesadas y mercantilistas que reducen drásticamente la calidad de los cuidados en favor de la obtención de pingües beneficios.
Ese mismo sistema reduce a anecdótica la inversión en una atención primaria que pueda articular y facilitar la atención sociosanitaria mediante la intersectorialidad y el trabajo trasndisciplinar que mejoraría significativamente la racionalización de los recursos y obtendría respuestas más eficaces y eficientes para el sistema de salud y más satisfactorias para las personas atendidas y sus familias.
Y en un ámbito de cuidados, su gestión debiera ser llevada a cabo por quienes son especialistas en ellos, es decir, enfermeras capaces de liderarlos y lograr las mejores respuestas.
Sin duda sería injusto que se incluyeran a todas las instituciones de personas mayores en este análisis, pero lamentablemente ni son las más numerosas ni son las más accesibles. Como casi siempre, los determinantes sociales contribuyen de manera significativa a la vulnerabilidad y fragilidad de las personas, pudiendo pasar de ser personas vulneradas a serlo protegidas.
He querido centrar mi atención en las personas mayores vulneradas, pero existen otras personas como los migrantes, los menores extranjeros no acompañados (MENAS), presas/os, personas sin techo… que sufren el terrible desprecio de las cifras y letras, sin que logremos componer un discurso que permita protegerlas de las condiciones que las hacen vulneradas.
No sé si la pandemia y sus devastadores resultados, una vez remitan, serán capaces de plantear otras cifras y letras diferentes que permitan situar a todas estas personas como dignas receptoras de cuidados y no como seres sin identificación ocultadas bajo la denominación, neutra y aséptica a la responsabilidad, de poblaciones vulnerables.